Este miércoles se conmemora y celebra un nuevo aniversario de la Declaración de Independencia de 1825 con la aprobación de las tres leyes fundamentales en Villa de la Florida. Un acontecimiento que solo puede comprenderse a través de la acumulación de hitos que se desencadenaron desde el grito de Asencio y las Instrucciones del año XIII hasta la Cruzada Libertadora y el abrazo del Monzón.
Esa acumulación no resiste los análisis basados en versiones maniqueas sobre aquellos líderes, cuando se trata de encasillarlos o de enjuiciarlos desde la comodidad del presente. Muy por el contrario, si algo caracterizó a esa generación de caudillos fue su grandeza, en la derrota y en la victoria.
El genuino artiguismo de aquellos hombres los inmunizó de las tendencias del jacobinismo utópico, que no estuvieron ausentes en el movimiento revolucionario de aquel tiempo. Provocó en los orientales un especial arraigo a esta tierra y un sentido de pertenencia mayor, histórico y cultural, a los pueblos de la gran Cuenca platense.
La primera ley, la de Independencia, consagra expresamente el “amplio poder para darse las formas que, en uso y ejercicio de su Soberanía, estime convenientes”. La convocatoria a los Cabildos de la Campaña Oriental es la más fuerte manifestación de ese anhelo y la más clara definición de lo que significa tal poder.
Si será importante retomar hoy, en pleno siglo XXI, ese espíritu fundacional de la generación de la Independencia.
Al contrario de lo que algunos piensan, la renovación del espectro político partidario está aportando mucho al país. Está exigiendo a los dirigentes políticos a tener un alto grado de propuesta, a rendir cuentas en serio y a someter sus decisiones a la consideración de la gente. Este panorama puede molestar a los que buscan un país de dos mitades irreconciliables, con la mano de yeso pronta para votar lo que se define entre unos pocos. A ese modelo le decimos claramente que no.
El Frente Amplio le hizo un enorme daño a la democracia desoyendo la voluntad popular expresada en dos plebiscitos. Con el argumento de vengar la democracia, la destrataron al igual que aquellos que desconocieron la Constitución de la República en otros tiempos. Ahora la militancia frenteamplista ha encontrado en el referéndum contra la LUC un estímulo para la participación, que había perdido. Es bienvenido, pero tendrán que revisar y pronunciarse primero sobre el valor que le otorgan a este tipo de consultas, cuando se alinea con sus intereses y cuando no también.
No faltará quien objete los mecanismos de participación popular por ser caros y justificarán que con ese dinero podrían construirse equis número de escuelas o centros de salud. Hoy ese argumento es inválido, porque existen nuevas tecnologías que con las garantías, formalidades y controles necesarios pueden ser de gran utilidad. Es un camino a explorarse.
De ninguna forma esto debería suponer que se aliente algún tipo de sociedad individualista o de sustitución del sistema representativo. Los verdaderos políticos no solo representan, sino que también conducen, interpretan a su gente y su tiempo, ponderan la toma de decisiones en función de lo conveniente y lo posible, pero siempre en consonancia con la voluntad popular de las mayorías.
En momentos cruciales para el país, cuando se reclama unidad nacional, no se trata de pensar todos iguales, sin matices ni disenso. Se trata de identificar aquellas grandes decisiones que necesitan del consenso. Una de ellas, por ejemplo, tiene que ver con la cuestión demográfica y la crisis provocada por la baja tasa de natalidad en nuestro país. En buena medida la definición que se adopte sobre este asunto, determinará el futuro de esta comunidad histórica.
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