Junto al senador Guillermo Domenech, concurrimos a la Expo Melilla el pasado sábado. La exposición otoñal de la ARU viene adquiriendo consistencia año a año. En un amplio predio, a menos de veinte kilómetros del centro de Montevideo, frente a la controvertida UAM, de gobierno bicéfalo, pudimos apreciar una muestra en la que la actividad agroindustrial se conjuga con la pecuaria, parte del mundo del caballo y la actividad comercial circundante a la producción primaria más típica de nuestro país. Entre pronósticos climáticos paralizantes y un cielo completamente cubierto, no se inhibieron miles de visitantes que contemplaron la sencilla y armonizada muestra.
En el sector donde siempre se congrega la producción ovina de la muestra, pudimos entablar diálogo con los estoicos sostenedores del rubro e intercambiar ideas sobre tan noble actividad. El cuidado de una majada es sinónimo de sacrificio, de dedicación horaria, de un saber acumulado en varias generaciones y particularmente representativo de la cultura del trabajo.
No hay actividad pecuaria que arraigue más a la familia en el campo, por lo cual ante oscilaciones del mercado mundial es necesario siempre un impulso estatal para coadyuvar con ella. Conocimos a la ingeniera agrónoma Agustina Idiarte Borda, con quien surgió un fructífero intercambio de puntos de vista sobre el actual momento del ovino y su complejidad. La agrónoma es ferviente entusiasta del rubro y prueba de ello es su emprendimiento, CIRO (Centro Integral de Reproductores Ovinos), consistente en brindarle al productor variados servicios, que van desde inseminación, esquila, incluyendo asistencia técnica, etcétera, enfocados básicamente en el pequeño y mediano productor, generalmente situados al sur y centro del país. Nos recordó la falta de reglamentación de la faena predial, de aportar carneaderos móviles, más proactividad de INAC en promoción de la carne ovina. En fin, la falta de decisión gubernamental sobre brindar alternativas al pequeño productor que aún mantiene ovejas como refuerzo de su ingreso económico.
Agustina mantiene su entusiasmo a prueba de bala o, mejor dicho, a prueba de esta década, cuando las lanas medias y gruesas se acumulan en los galpones y el costo de la esquila no llega a cubrirse con el fruto de la propia zafra. A lo que debe de sumársele el aumento del costo de los productos veterinarios, el azote de la depredación por perros, zorros y jabalíes, cuando no el abigeato, más el flagelo común denominador a toda la producción nacional: el atraso cambiario.
Al menos, ahora así, las gremiales rurales, parecen ir perdiendo su timidez en hablar –en voz alta– al respecto. Sobre el punto, es muy elocuente referir las declaraciones de nuestro líder, Guido Manini Ríos, que en el mismo predio días antes sostuvo que “ya en 2020 Uruguay era un país carísimo, hoy es más caro, mucho más caro, y eso está generando consecuencias gravísimas por la que se están perdiendo puestos de trabajo en el sector turístico y productivo”, con las consecuentes dificultades para los emprendimientos más pequeños que no logran resistir como las grandes empresas. Como indicó el senador Manini Ríos, este problema no solo se vincula con aspectos de competitividad, sino que además provoca problemas demográficos gravísimos como el despoblamiento de la campaña: “Estamos muriendo con los ojos abiertos. Vamos a cambiar esa realidad, vamos a priorizar el trabajo nacional de una vez por todas”.
La convicción de que el país se salva con el agro o con él perece mantiene plena vigencia. Vale consignar que la cierta bonanza de la primavera progresista en Uruguay coincidió con el auge de precios de los comoditties como pocas veces ha visto la historia de un joven país, que aún no llegó a dos siglos de vida autónoma…
Ante augurios de megainversiones que ya de pique lo primero que exigen es su zona franca e inversiones estáticas para blindarse económica, social y jurídicamente, antes de apostar a su ilusión de bonanza eterna y redentora, miremos (con franqueza, obviamente) un poco más a nuestro interior, a nuestras vivencias en común, al saber acumulado generación tras generación, es decir a nuestra gente y un genuino PBI. Y hablamos de gente con cultura y hábitos de trabajo. La inflación en dólares es la pandemia del sector exportador, tanto del agro como de la industria resiliente que ha sobrevivido décadas de postergación. Por ahora, este otoño tórrido con gusto primaveral nos brinda pastizales y pasturas que logran meter kilos a semovientes y optimizar rindes agrícolas, amortiguando las desventajas estructurales que se han venido conformando en varios lustros. Mientras haya pasto, durará el buen ánimo.
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