En el siglo XVI, la gran mayoría de los pensadores occidentales entendía que existía una realidad que podía ser captada por los sentidos y comprendida por la razón. Hasta entonces, casi nadie dudaba de que la comprensión de la realidad se basaba en los datos que reciben la vista, el gusto, el tacto, el olfato y el oído, y en el posterior “procesamiento” de esos datos mediante la inteligencia.
Esto fue más o menos así hasta que un buen día surgió el protestantismo. Y con él, el inmanentismo. ¿Qué es el inmanentismo? Según la Real Academia Española, es una teoría según la cual lo representado como contenido de la consciencia, es la única realidad en oposición a lo que está fuera de ella.
En efecto, desde que Lutero clavó sus 95 tesis en la puerta de la Catedral de Todos los Santos de Wittemberg, empezaron a proliferar aquí y allá, comunidades más o menos alejadas de la Iglesia Católica, que se opusieron a muchas de sus enseñanzas, por ejemplo: aquella según la cual las Sagradas Escrituras deben interpretarse a la luz del Magisterio de la Iglesia. Las consecuencias de este hecho aparentemente intrascendente, fueron devastadoras. Porque si cada uno es libre de interpretar la Biblia como mejor le parece, entonces lo que importa no es lo que Dios quiso decirle a los hombres, sino lo que cada hombre piensa que Dios quiso decirle. Y si lo que importa es lo que cada uno piensa, la conclusión lógica es que el hombre se basta a sí mismo y, si se basta a sí mismo, no necesita a Dios, lo cual resulta muy cómodo. Quizá sea esa la razón de que el inmanentismo haya calado tan hondo, a pesar de ser contrario a la razón.
El denominador común de todas las ideologías desde la reforma hasta nuestros días, ha sido la idea de que el hombre se basta a sí mismo, de que es capaz de hacer progresar al mundo por su sola voluntad. Por eso, las distintas ideologías han procurado construir sociedades sin sentido de trascendencia. Muchos de los pensadores que se sucedieron a lo largo de los últimos siglos, se devanaron los sesos inventando teorías para explicar la realidad. Así surgieron el racionalismo y el romanticismo; el utilitarismo, el cientificismo y el positivismo; el nazismo, el marxismo y el liberalismo; el consumismo, el relativismo, la ideología de género y el posmodernismo, con su invento más gracioso y peligroso: la “posverdad”. Por supuesto que quien sufrió no fue la realidad, sino el pensamiento de los hombres… y los hombres mismos.
Los principales problemas de estos ismos, de estas ideologías de raíz inmanentista, son básicamente dos: el primero, es que pretenden entender la realidad no desde el Absoluto –no desde ese Dios al que “mataron”-, sino desde realidades muy parciales y por tanto reduccionistas; y el segundo, es que procuran forzar la realidad, para que entre en sus pequeñas ideologías, olvidando quizá aquella vieja sentencia de que “Dios perdona siempre, el hombre a veces, pero la naturaleza no perdona nunca”. La realidad es como es: se puede entender y cambiar, pero no forzar.
Así estamos… Con una economía que se autopercibe fuerte cuando emite moneda sin control. Con una humanidad que apenas surge un nuevo virus, se autopercibe débil, cuando la realidad es que tarde o temprano, generaremos anticuerpos. Con unos gobiernos que se autoperciben fuertes, cuando la realidad es que su fortaleza reside en el miedo de los ciudadanos. Con unos parlamentos que se autoperciben como defensores de los derechos, cuando la realidad es que se los quitan sin piedad a los más vulnerables…
La realidad, por tanto, sigue estando ahí, tal como la describieron los filósofos griegos y los pensadores cristianos que les siguieron. El derecho romano, también sigue estando ahí, listo para volver a asombrar al mundo con su calidad técnica y con la utilidad práctica que supone distinguir el bien del mal. El núcleo central del cristianismo, también sigue ahí, para aportar a las sociedades ese amor tan necesario para la felicidad de los pueblos. Un amor que la mera justicia es incapaz de brindar.
La humanidad entera ha sido testigo del sucesivo colapso de ideologías reduccionistas que procuraron sustituir a Dios, apartando al hombre de la realidad y de la trascendencia, de la razón y del sentido común. A la luz de los resultados, cabe preguntarse: ¿no será hora de darnos un baño de humildad, y de tratar de adecuar la inteligencia a la realidad de las cosas, y no al revés?
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