La situación de inseguridad pública no es nueva, lleva muchos años en franco deterioro.
Primero fueron las pequeñas bandas, luego las organizaciones mafiosas en ciernes y ahora el crimen organizado transnacional, fueron desembarcando en toda Sudamérica y la región, en Bolivia y Paraguay. A posteriori y como consecuencia del despliegue del Plan Colombia, los laboratorios de los cárteles saltaron a las selvas limítrofes más cercanas de Ecuador, Perú, Brasil y hasta de Venezuela. Lo antedicho determinó que los grandes narcotraficantes, que sin duda actúan bajo criterios económicos y de conveniencia del mercado, decidieran a principios de los 2000 invadirnos a través de la hidrovía Paraná-Paraguay, con el veneno de su pasta base de cocaína. Más barata de producir y probablemente bastante más adictiva y redituable.
Ya no es solo en El Salvador, Ecuador o Brasil, donde el fenómeno carcelario influye de manera terrible en las calles y en la vida de inocentes ciudadanos, que parecen haber perdido el derecho a vivir en paz y en número superior al sesenta y cercano al ochenta por ciento se sienten afectados por esa sensación de inseguridad, que no es para nada “térmica” como han definido un par de titulares del M.I. desde la comodidad de la poltrona de sus despacho o bien incluso algunos legisladores escarranchados en los celestes asientos por los cuales prometen y se comprometen, para fallar consuetudinariamente a sus promesas ligeras y a los programas con los que ya a casi nadie convencen, llenos de inconsistencias falaces; atados a premisas entre falsas e irreales. Siempre parecen utilizar un lenguaje incomprensible para el pueblo llano, los de a pie no se sienten representados y reclaman el no uso de eufemismos para disfrazar planes dignos de los personajes del Mago de Oz, o bien de los de Lewis Carroll y el País de la Maravillas.
A lo largo de la carrera tuvimos el honor de ser convocados no una, sino dos veces por sendos comandos de la antaño Dirección Nacional de Cárceles, Penitenciarias y Centros de Recuperación. Aún agradezco la invaluable experiencia del pasaje por varios destinos a lo largo de esos años. Hube de conocer las condiciones en que los guapos y siempre dispuestos penitenciarios, entre otros servicios, cumplían sus custodias en los nosocomios públicos y privados, en las más disimiles condiciones, puesto que, en los sanatorios privados, resultaban ser respetados como servidores públicos, amablemente tratados e incluso alimentados. En los públicos penosamente eran muchas veces destratados por cumplir meramente con las normas de seguridad reglamentarias, casi siempre sujetos al juicio y escarnio debidos a los preconceptos ideológicos. Había que llevarles raciones para que pudieran alimentarse dado que nunca los tenían previstos en su presupuesto.
Nos sentimos orgullosos de haber lucido aquella boina gris del personal en las cárceles y penitenciarias, dado que nuestros humildes y bravos efectivos deben convivir con aquel submundo, con todas las carencias y acostumbrada desatención del gobierno de turno.
Años después tuve el gusto de servir nuevamente allí y nunca lo olvidaré, menos fallé, a cargo primero de un par de secciones en el ámbito cercano al comando y más tarde dada la gestión, con iniciativa y firmeza, un par de camaradas más antiguos me propusieron como director del Centro Nro. 2 en Libertad. Y considero que ese par de años me resultaron de los más positivos, por la experiencia, el aprendizaje de nuevas funciones y una serie de factores desafiantes como la terrible sequía del 2008. Otro tanto estar al frente de la administración del Comcar.
Esos años me permiten afirmar que, con una exigente selección, hecha por técnicos calificados y penitenciarios honrados –sin intervención política alguna– las comisiones de traslado pueden y deben elegir un número creciente de penados en condiciones de permanecer en régimen abierto y de mínima seguridad. Sin duda que siempre habrá algunas mínimas posibilidades de fuga, en consideración a las decenas y quizás centenares de reclusos que pueden trabajar y estudiar, teniendo visitas de su familia en casi inmejorables condiciones y crecer en el sendero de la rehabilitación. Desde allí vi salir algunos hombres que habían cumplido muy largas condenas por homicidio complejo, a trabajar, con la cabeza puesta en no volver a los malos pasos o a la bebida.
Es preciso dejar de lado las improvisaciones e instrumentar un plan maestro central que contemple todas las posibilidades de menor a mayor, puesto que existen excelentes ideas y capacidades, pero falta ejercer una gestión seria, justa, impoluta y no dependiente de brisas pasajeras, otras pertenencias exógenas y menos aún simpatías político-ideológicas.
No es recomendable crear otro escalafón –ya se cometió ese error anteriormente– ni siquiera apartar el INR del Ministerio del Interior, aunque sí tal vez transformarlo en servicio descentralizado, pasando todos los funcionarios en régimen de igualdad a ser efectivos con estado policial, lo que conlleva no solo encuadre, formación y capacitación, sino disciplina operativa y servicio los 365 días del año, puesto que no puede ser que unos hagan 24 x 7 (semana por semana)y otros apenas cumplan 40 horas semanales. Todo esto provoca carencias de personal.
Sin temor a equivocarme, allá por los 2000 estábamos en una marisma, poco más de un año después de que un tristemente recordado titular de la cartera fuera a negociar con “el Cosita” –creyendo ser “el primer policía”– durante un motín cuando tenían secuestrado a un periodista y algunos policías. Aquella pésima gestión determinó que nombrarán a un mando enérgico y honesto que hizo todo lo que humanamente estaba a su alcance, con mayores limitaciones impuestas por el siguiente gobierno.
Los tres lustros infames provocaron que casi todo lo que se hacía comenzara a abandonarse, por desconfianza y estúpido revanchismo; todo lo que se intentaba tendría palos en la rueda y el desbarranque total, el derrape al final nombrar a un correligionario supuestamente perseguido y que se volvieran a reabrir emprendimientos clausurados por investigaciones debido a su connivencia en el tráfico interno de drogas, en el Comcar. Todo por simpatías o compromisos, siempre lo mismo, incluso más con los gabinetes progresistas.
Eso sí, se construyeron sin la debida consulta y asesoramiento de los penitenciarios, más módulos aquí, allá y acullá. Amontonando gente primero en el “penalito” y luego otro y otro y otro más, en aquellos y este gobierno del “statu quo”. Todo a contramano de lo conveniente y a contracorriente de las doctrinas más recibidas, incluso cuando Uruguay cuenta con el “padrinazgo” de Minnesota, uno de los estados de Estados Unidos, con un sistema cercano a la excelencia.
Esa actitud pusilánime es la responsable de que hayamos encallado en el marasmo más angustiante, puesto que “la plancha” y “el módulo”, se están replicando en las calles de nuestras ciudades, ante los sorprendidos ojos de toda la sociedad y con la ineptitud de una cierta parte de los partidos que continúa “bolicheando”, gritando ante las cámaras y en las cámaras y raramente adoptan una actitud seria y comprometida, hacen cargo a teóricos ineficientes, tan cargados de pedantería que asusta y, en fin, en lugar de solucionar, la complican y empeoran todo. Basta recordar que la gran solución del último gobierno de un partido fundacional fue trasladar en tandas a los amotinados a Durazno, Fray Bentos y demás. Así se fue dando el fenómeno del avecinamiento de las familias de los reclusos más pesados en las capitales de los departamentos, con las consecuencias a la vista, no solo en Durazno, Rivera o Minas, en varios más se repiten los hechos de violencia extrema nunca antes vista y el crecimiento sino geométrico, en algunos casos exponencial del narcomenudeo y los homicidios.
En fin, a unos se les escapa caminando el jefe de la ‘Ndrangheta y a otros por la mañana –según el ligero de procederes– a través del alambrado y por la tarde por el portón del frente; sin duda según le soplo al oído el correveidile de turno. Uno no sabe entonces si reír de estos dibujitos animados o llorar porque nuestro Uruguay va camino a convertirse en un Estado fallido.
La única y lógica forma de comenzar a hacer algo definitivo respecto a la rehabilitación y reinserción es atender con seriedad y con el solo interés de la patria y la nación, abandonemos esa actitud casi sectaria de pretender saberlo todo y cancelar al otro. De lo contrario, este enorme problema se nos vendrá encima y festejaremos los doscientos años de nuestra Independencia con casi 20.000 personas privadas de libertad y 25.000 más con medidas alternativas y un sistema trágicamente rengo, incompleto y que difícilmente pueda ser efectivo, sino está bajo un control estricto y se le dedican los medios y recursos insoslayables. A no lamentarse luego, cuando haya otro incendio con varios muertos o se repitan los enfrentamientos en ese circo donde los gladiadores luchan por su vida en un extravagante coliseo, el del sistema carcelario. Verdaderamente un hazmerreir sino fuera una real tragedia.
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