El 21 de agosto se presentó el Índice de Desarrollo Regional Uruguay 2006-2022 (Idere), una herramienta que permite el análisis sistemático de la dimensión territorial del desarrollo en el país, tomando como referencia los niveles de educación, salud, bienestar y cohesión (incluye indicadores de calidad de vida y equidad social), actividad económica e instituciones.
Así, el Idere mostró en rasgos generales que, si bien en el periodo mencionado había aumentado el índice de desarrollo en todos los departamentos, las desigualdades entre las distintas regiones que componen nuestro territorio se mantuvieron más o menos iguales en casi dos décadas. La zona metropolitana, con Montevideo y Canelones, es líder del ranking, seguida por Colonia, Maldonado y San José.
En definitiva, el índice muestra algo que se ve a simple vista: los departamentos de la zona metropolitana y los departamentos vecinos a esta concentran el desarrollo del país por evidentes razones que van desde lo logístico y financiero hasta lo turístico. Sin embargo, la brecha con resto del país, si uno observa la realidad del interior profundo –y el último índice de desempleo publicado por INE– parece necesitar no solo un impulso de crecimiento que regenere o renueve las energías económicas en el territorio, sino también que resulta imprescindible articular estrategias que potencien las capacidades humanas, institucionales, empresariales e industriales de las zonas rezagadas.
La importancia del desarrollo local ha venido en aumento en las últimas décadas, especialmente como respuesta a los procesos económicos de concentración, extranjerización y transnacionalización que se fueron estableciendo por efecto de la globalización. Léa Monet, economista francesa, lo explica de la siguiente forma en su ensayo Modelos de desarrollo regional: teorías y factores determinantes: “El agotamiento del régimen de acumulación fordista y de las estrategias macroeconómicas de tipo keynesiano, la afirmación de un nuevo paradigma científico-técnico articulado en torno a las nuevas tecnologías y el incontenible avance del proceso de globalización aparecen como hitos centrales de las profundas mutaciones que han afectado al mundo entero durante las últimas dos décadas. En este contexto, se ha configurado un nuevo escenario cuyas coordenadas sociales, económicas, políticas, culturales y territoriales difieren sustantivamente de las que se habían consolidado en los años de apogeo del desarrollo capitalista de la posguerra”.
En otras palabras, la nueva dinámica de las tendencias internacionales impuso otras reglas de juego frente a las que es necesario no solo acoplarse y adaptarse, sino en muchos casos adelantarse. Y en esa medida, el desarrollo local y el endógeno al territorio parecen configurar una excelente oportunidad para hacer crecer una economía desde otros espacios.
Históricamente, las tendencias internacionales han impuesto casi que de un modo decisivo sus condiciones. En efecto, si observamos la historia de la ganadería en Uruguay, lo podemos ver muy claramente. Los saladeros prosperaron y trajeron desarrollo regional, sobre todo en el litoral, durante el siglo XIX, por la demanda internacional que había de tasajo de Brasil, que lo hacía un negocio rentable. Pero llegado el siglo XX, por varias circunstancias que nuestro país observó como un mero espectador, aquel desarrollo regional cesó y desapareció, dejando únicamente vestigios y ruinas de lo que fue una vez desarrollo. Y en esa línea, la innovación viene siendo el precio sobre el que se sustenta el verdadero acceso a los mercados de un modo privilegiado y al mismo tiempo constante. A la prueba está –siguiendo con el tema de la ganadería– el trabajo que ha hecho el INAC y los productores nacionales en cuanto innovación e incorporación de tecnología en todos los procesos de la producción cárnica, y esto obviamente ha posicionado la marca de Uruguay en otro nivel del concierto global y le ha dado otra seguridad a nuestra producción.
Es por eso por lo que el desarrollo local tiene algunas características inherentes que vale rescatar. Uno de los primeros teóricos del desarrollo local fue un admirador y discípulo del George Marshall –conocido por el Plan Marshall–, el italiano Giacomo Becattini, que vio en este modelo “un movimiento conjunto a largo plazo, local y global, de las relaciones socioeconómicas”. Esas tres características, desarrollo a largo plazo, local, pero que, al mismo tiempo, tenga inserción global supusieron el antídoto frente a la globalización industrial o el éxodo de las grandes industrias que se instalaron en regiones de Asia con el fin de abaratar costos de producción.
Hay que recordar que este modelo se implementó ya en el siglo XX con éxito en países como Alemania y en algunas regiones de Italia como Emilia Romaña. De hecho, las pymes alemanas, conocidas como Mittelstand, son la base de la potencia exportadora de una de las economías más grandes del mundo. Su secreto está en que son compañías especializadas en un solo producto de un alto valor tecnológico y alcance global que compensan el elevado riesgo inherente a la especialización extrema con una notable diversificación internacional (un promedio de 16 países cada una).
Generalmente en una sociedad como la nuestra, cuya cosmovisión replica como un fiel reflejo el apenas ondulado paisaje de nuestra característica penillanura, cuestionar alguno de los inamovibles mojones de nuestra idiosincrasia nacional suele generar una suerte de incómodo temblor que se traduce muchas veces en malestar. No obstante, la costumbre, como toda cosa, tiene rasgos positivos y negativos, y no sería adecuado menoscabar el todo, pues hay que reconocer también que en algunos departamentos del país se han hecho buenas gestiones y los resultados están a la vista. Mas parece imprescindible pensar por qué, siendo un país tan pequeño, cuesta tanto establecer un enfoque territorial de las políticas públicas. En ese sentido, la función y la gestión que vienen realizando algunas intendencias está lejos de ser eficaz.
En cierta forma, algunas intendencias parecen haberse convertido en algo así como un botín político con el que se pueden obtener réditos con vistas a objetivos electorales. En efecto, han tenido mucha resonancia los casos de corrupción de Salto y Artigas, mas cabe también cuestionarse lo que ha pasado en la intendencia de Montevideo. Tras décadas de ser gobernada por el monopolio del Frente Amplio, el departamento no solo se ha estancado, sino que se ha deteriorado enormemente, y estamos hablando de que allí está la capital de nuestro país. Y de hecho la intendencia de Montevideo ha venido siendo utilizada –siguiendo el modus operandi implementado por Tabaré Vázquez– en una plataforma para convertirse en candidato a la Presidencia por el Frente Amplio, tal como lo hicieron Martínez y Cosse.
Entonces, uno se pregunta ¿no será momento de hacer más eficaz el trabajo de las intendencias? ¿No habría que poner un límite a este modus operandi que mezcla clientelismo con visibilidad política? Y frente a las altas tasas de desempleo que tiene el país en algunos departamentos, ¿seguiremos teniendo como única política prolongar indefinidamente los jornales solidarios, que de algún modo replican y retroalimentan la dinámica de la chatura?
En definitiva, parecería oportuno desempolvar el proyecto de ley de Adrián Peña, que quería instituir que los funcionarios a la intendencia entren por concurso, porque evidentemente le daría más transparencia a la gestión departamental, y mejoraría la calidad institucional en el territorio. Pero, además, las políticas públicas que Cabildo Abierto viene planteando en cuanto a territorialidad, no solo en materia de seguridad sino también en cuanto a desarrollo humano y regional, en el que proteger a la población rural cumple un papel fundamental, podrían configurar una excelente alternativa para el desarrollo local. Porque esta sería una verdadera forma de empezar a dar el primer paso para revertir esa brecha que existe hoy, entre el Uruguay de las cercanías y el Uruguay profundo.
TE PUEDE INTERESAR: