Los lazos que nos unen con la República Argentina son tales, que siempre estarán por encima de los vaivenes de la política interna de ambas naciones.
No obstante, los cambios de gobierno aquí y allá suponen variaciones que, sin alcanzar dimensiones de consideración, acercan o alejan las muestras recíprocas de solidaridad y apoyo.
Ha sido y es notoria la afinidad del Frente Amplio con las posturas del kirchnerismo en materia de política internacional, por ejemplo. No lo ha sido tanto en otros aspectos, como el distanciamiento, que se tradujo en la rispidez del trato, entre Néstor Kirchner y Tabaré Vázquez que, se dice, determinó al expresidente uruguayo a poner sobre aviso a las autoridades de los Estados Unidos. Y afirmamos: “se dice”, porque parece exagerado y hasta ridículo anunciar una eventual agresión armada del gobierno argentino contra nuestro país.
Pero lo cierto es que, mientras el Frente Amplio no guarda ninguna simpatía al presidente Javier Milei, el comportamiento de este con el Uruguay y su actual presidente es de franca amistad y colaboración.
Es demostrativo el hecho cierto de que apenas los cuatro meses de su gestión Milei apoyara incondicionalmente la profundización del dragado a 14 metros de profundidad para el Puerto de Montevideo y sus accesos, objetivo reclamado sin éxito por nuestro país en los largos años en que la Argentina estuvo bajo las administraciones kirchneristas.
Como contrapartida de ese gesto amistoso, hace unas semanas se ha conocido que el gobernador kirchnerista de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, ha procedido a llamar a una licitación pública internacional con el objeto de construir el llamado Canal Magdalena, que tiene un trazado que aísla nuestro puerto, explicitando sus propósitos que son: a) otorgar mayor soberanía al comercio exterior de la República Argentina, que como sabemos exporta millones de toneladas de granos de su inmensa cosecha de soja y maíz en el corredor de Rosario al mar, que le obliga a dragar el Delta del Paraná de las Palmas en forma permanente; b) captar la mayor cantidad posible de las cargas regionales y c) quitarle relevancia al Puerto de Montevideo.
La llegada de Javier Milei al poder, sin partido ni una sólida organización detrás, pero logrando el apoyo del 54% del electorado, fue la respuesta de un pueblo harto de una clase gobernante cuya gestión desastrosa y corrupta colmó todos los límites de la tolerancia.
Por eso, frente a un Estado gigantesco y asfixiante, manejado en todos sus estamentos por funcionarios expertos en el cohecho, el fraude y el abuso, prácticamente sin excepciones, se levantó la figura de un ciudadano ajeno al sistema político que dijo sin pelos en la lengua lo que todos querían escuchar y ahora esperan: el regreso a la honestidad en la gestión pública, el achicamiento del Estado, la desregulación burocrática, la privatización de todos los entes estatales deficitarios, la flexibilidad laboral, la apertura comercial en los negocios con el exterior, la transparencia en las licitaciones, la eliminación o el alejamiento de empresarios prebendarios y la desarticulación de todo el andamiaje montado sobre entes estatales y paraestatales, fideicomisos y concesiones, en donde imperan impunemente el ocio, el nepotismo y la unánime corrupción.
No es sencilla la tarea que debe asumir Milei, quien debe superar la dura oposición de sus contradictores, que son muchos y tienen las mayorías legislativas de que carece su partido político, para imponer su programa sin salirse de los marcos constitucionales. Sin embargo, es tan evidente la fuerza de sus razones que, a pesar de los obstáculos del sistema político, la normativa jurídica que debe respetar y el enorme sacrificio que le está pidiendo al pueblo, sigue intacto su apoyo popular en más del 50% de la gente.
Este fenómeno sociopolítico ha sido entendido por la dirigencia opositora más lúcida y entonces ha comenzado a apoyar aquellos cambios que saben de necesidad impostergable y que a gritos sigue reclamando el Cuerpo Electoral.
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