La Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal del Uruguay (CEU) decidió, el pasado 14 de noviembre, que “2024 sea un año dedicado a las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada”. ¿Por qué? Porque la Iglesia en Uruguay necesita muchas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, sin las cuales no es posible atender pastoralmente a los fieles, ni sostener numerosos apostolados y obras sociales.
En este sentido, cabe recordar el legado de John Senior[i], un profesor católico que, sin hablar de religión, enseñando humanidades en una universidad laica, logró la conversión de unos doscientos de sus alumnos a la Iglesia católica, unas veinte vocaciones a la vida monástica y algunas de sacerdotes seculares.
En 1970, Senior y sus colegas Frank Nelick y Dennis Quinn fundaron en la Universidad de Kansas un “Programa de Humanidades Integradas” (PHI). Los profesores veían que sus alumnos estaban inmersos en una cultura modernista que les alejaba de la realidad, y, por tanto, de la posibilidad de conocer la verdad: si la realidad externa es apariencia –como sostiene el empirismo– y el hombre no puede conocer nada fuera de la mente –como dice el racionalismo–, todo es relativo: no hay verdades objetivas.
¿Qué hicieron los profesores? Procuraron restaurar el realismo y sumergir en él a sus alumnos. ¿Cómo? Volviendo a los clásicos, aplicando el conocimiento poético y procurando que tuvieran un fuerte contacto con la naturaleza.
El folleto informativo del PHI decía: “Este programa apela a todo lo que está por encima de la utilidad: la elegancia, los ideales, el amor, las aventuras […] todo lo que es quijotesco en nuestros días”. Y planteaba las grandes preguntas: “¿Cuál es la buena vida para un ser humano? ¿Es la riqueza? ¿El éxito? ¿El poder? ¿La fama? ¿El conocimiento? ¿El amor de Dios?”. A estas preguntas –decían– responden “los grandes autores del mundo: Platón, Homero, Heródoto, Moisés, San Pablo, Virgilio, César, San Agustín, Chaucer, Cervantes”. “Palabras como verdad, fe, honor, amor, cortesía, decencia, sencillez y modestia son quijotescas, pero no son un sueño imposible sentimental ni un anacronismo loco, sino los objetos de un sueño totalmente posible que es el paradigma de la cordura”. En otras palabras, los clásicos hablan como nadie de la naturaleza humana y del orden natural, sin el cual es imposible comprender el orden sobrenatural.
Los clásicos, nos hablan, además –según Juan M. de Prada–, “de un mundo invadido por Dios, donde la fe era una realidad sustantiva”: un “líquido amniótico” en el que la sociedad se desenvolvía, una cosmovisión cristiana. Y sostiene que es más fácil comprender el perdón y el amor de Dios a través de la lectura de bellísimas poesías clásicas, que escuchando una fría clase de doctrina.
Ahora bien, ¿cómo acercarse a los clásicos? De modo poético, a través de la experiencia, con fundamento en la realidad concreta. El progreso en la vida intelectual solo se logra cuando el alumno experimenta y descubre la realidad, deleitándose en ella: el conocimiento poético es una experiencia sensitiva y emocional, no analítica, sino espontánea, de realidades que asombran por su grandiosidad o por su delicadeza, y casi siempre por su belleza.
Por eso frecuentaban también el contacto con la naturaleza. Ver lejos, mirar las estrellas, contemplar la inmensidad y la belleza del Universo, entender cuán pocas son las cosas que podemos controlar nos ayuda a descubrir nuestra pequeñez, a aceptar nuestras limitaciones y a crecer en humildad: a “andar en verdad”, diría Santa Teresa.
Enseñar a los niños y a los jóvenes a disfrutar y a valorar la belleza, es un magnífico medio para acercar sus almas a Dios. ¿Cuál fue el secreto del PHI? Al promover el contacto con la realidad, prepararon el terreno, disponiendo las almas de los jóvenes a la recepción de la gracia. “Los alumnos despertaron al hecho de que hay realidades por las que vale la pena entregarse, que los sacrificios y los riesgos valen la pena. Se animaron a lanzarse a la aventura de la verdad, la bondad y la belleza”. Son palabras de Dom Francis Bethel, biógrafo de Senior: uno de los doscientos chicos que, gracias al PHI, se convirtió al catolicismo, y uno de los veinte que decidió abrazar la vida monástica.
[i] “Mirar hacia arriba”, Revista Soleriana, Facultad de Teología del Uruguay: https://www.facteologia.edu.uy/wp/wp-content/uploads/2023/12/Articulo-A.-Fernandez.pdf
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