América Latina sufrió los efectos de la guerra particularmente desde un punto de vista económico, pero no formó parte directamente en la gran carnicería de las trincheras. Brasil, después de los países centroamericanos y caribeños comprometidos por la entrada en guerra de los Estados Unidos en 1917, se unió al campo de los aliados, pero nadie puede considerar que su cuerpo expedicionario haya sembrado la muerte en Europa. Al contrario, la contribución de Rio de Janeiro tuvo más que ver con un principio humanitario a través del hospital militar de la calle Vaugirard, que trató de ayudar a los heridos a recuperar una vida normal después de su desmovilización. La Argentina, por su lado, permaneció como una observadora atenta de la guerra hasta el armisticio, contribuyendo indirectamente a la victoria aliada a proveer a Inglaterra y Francia con grandes cantidades de cereales, sin por ello renunciar a la neutralidad de principio que había sido definida desde los primeros días de agosto de 1914. A ojos de muchos miembros de las elites argentinas y brasileñas, el subcontinente representa en consecuencia una de las pocas regiones del mundo que estuvieron en paz entre 1914 y 1918, y parece así auroleada con una virtud doblemente fundadora: la de encarnar a escala internacional ese pacifismo casi ontológico al que no puede pretender Washington, aún si la entrada en guerra de los Estados Unidos hubiera estado más dictada por Alemania que deseada por Wilson, y la de aprovechar en el plano nacional el hecho de haber sabido mantener la cabeza fría frente a la agonía de la civilización europea.
De ello deriva una primera consecuencia lógica, verdadera revelación para unos o simple confirmación de una intuición surgida desde fines del siglo XIX para otros, que es objeto de innumerables reflexiones durante la guerra y las dos décadas que siguen: los modelos europeos a partir de los cuales había sido pensada y construida la modernidad latinoamericana desde las independencias son de allí en más obsoletos e inválidos. Desde fines de agosto de 1914, José Veríssimo transmite en la prensa carioca las palabras del general argentino y expresidente de la República Julio A. Roca, que convoca a América Latina a no caer en los mismos defectos belicosos que Europa y a estrechar los lazos que existen entre las diferentes naciones que la componen:
Según un telegrama publicado aquí (en Río de Janeiro), el Dr. Julio A. Rocca, ilustre hombre de Estado y glorioso general argentino, con una autoridad que está lejos de poseer el modesto autor de estas líneas, ya ha aconsejado que saquemos las enseñanzas de esta memorable lección (la guerra). Estas son claras: que terminemos de una vez por todas con la imitación de la política europea, con las pretensiones hegemónicas, las disputas de preeminencia, los celos internacionales, los odios raciales obsoletos, las rivalidades nacionales, y tantos elementos que no tienen ninguna razón de ser aquí y todos son producto de la imitación de lo que sucede en Europa, y esforcémonos en un mismo movimiento, con sinceridad, con un poderoso amor por nuestras patrias y con bondad por nuestro continente, para poner un límite a todo motivo de suspicacia y división recíproca (José Veríssimo, “Nos americanos e a guerra”, O Imparcial, Río de Janeiro, 24 de agosto de 1914).
Olivier Compagnon, en “América Latina y la Gran Guerra: el adiós a Europa”, (Ed. Fayard, 2013)
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