El domingo casi al mediodía, llegamos a la casa de Malvín de este legendario periodista, sin anunciarnos. No bien tocamos timbre en el portón de reja que da a la calle, desde el primer piso donde estaba sentado con un libro en las manos, descorrió la clásica cortina de voile y a pesar que nos separaba una prudente distancia, dio muestras de conocernos. Se levantó con agilidad y se asomó a la puerta mientras tranquilizaba al robusto guardián: un rottweiler de ladrido ronco. Su saludo de bienvenida fue un “esperá que ya te abren…”.
Después de los consabidos abrazos que rubricaron un reencuentro de hacía por lo menos 30 años, lo primero que le dije fue: “La Mañana va a volver a salir”. “Es la más grande alegría que podía yo recibir a dos meses de cumplir mis 97 años si todo anda bien”, nos respondió con ese inconfundible timbre de voz, de las personas que no disimulan su pasión y que exteriorizan poseer sangre en las venas.
Traer a Juan Ángel Miraglia a una improvisada nota que no tenga como eje central de la conversación al mundo deportivo, cuando en las más recientes entrevistas se lo ha titulado de “historia viva del futbol uruguayo” parecería un desenfoque. Y si bien nosotros coincidimos también de que es un símbolo inequívoco del periodismo deportivo, en esta oportunidad preferimos bucear en los orígenes de su vida, los que le dieron pie a la formación de su vasta cultura y de ese tan pulcro estilo en el manejo del idioma que ya el periodismo de los últimos tiempos ha venido abandonando a pasos agigantados. Porque todos coinciden en que Miraglia -que no exhibe ningún título académico- es uno de los periodistas más cultos que, si bien orientó todo su trabajo profesional al mundo del deporte, también haría un excelente papel en cualquiera de las secciones de un periódico: desde comentarista de cine o teatro hasta editorialista.
¿Cómo te iniciaste en el periodismo?
Tu abuelo es el culpable de que yo me haya dedicado al periodismo. Cuando entré al estudio como un simple empleadillo, me rezongaba todos los días porque llegaba tarde. Yo no sé cómo un hombre con tanta actividad como la de él podía perder el tiempo en eso, me rezongaba y yo callado.
Yo en realidad empecé a trabajar en La Mañana haciendo pequeños trabajos de fútbol y de básquetbol de divisiones del interior en 1942, -en la época del golpe de estado de Baldomir- en ese momento yo era un muchacho de 20 años.
¿Cómo te vinculaste con mi abuelo Pedro?
Entré en el estudio de los doctores Manini Ríos y Travieso en el año 1936 en el segundo piso de la calle Treinta y Tres esquina Sarandí (lindero a la Curia). Al costado estaba el Dr. Polleri y en frente estaban en el mismo piso, los despachos de Eugenio Lagarmilla y Viviano Riet. Mi ocupación era atender a la gente. Estando allí cumplí los 14 años.
Viví en el campo hasta los siete años. En Garzón de Maldonado en plena campaña, a la orilla del arroyo Garzón en la picada de Tolosa. Ahora es un lugar de turismo privilegiado. Ese arroyo era una belleza, estábamos a 500 metros de él, en verano nos bañábamos desnudos, siendo unos chiquilines. A los 7 años cuando me mandan a la escuela resuelven que me vaya con una tía mía, hermana de mi madre que vivía en Montevideo, y que no tenía hijos, hice la escuela hasta sexto año, y el liceo hasta tercer año.
¿Entonces tu familia era gente de campo?
Mi padre era dueño de un almacén de ramos generales como se estilaba en aquel tiempo, un caserón que tenía 25 x 25 mts. En el medio un aljibe, y además había carros que llevaban harina y yerba, a tres o cuatro leguas de distancia, porque a los alrededores no había nada, era campo puro. Cuando mi padre y mi madre tienen el sexto varón, se lo dan como ahijado a Carlos Manini Ríos y lo llaman Carlos en su honor, y que hoy vive en la ciudad de Rocha con 82 años.
¿Cómo fue tu vida de estudiante?
No me gustaba estudiar y entonces ahí empecé a leer muchísimo, cuando agarraba un libro de estudio adelante le ponía un libro de aventuras o una novela y engrupía a mi tía de que estaba estudiando y yo estaba leyendo un libro. Leía todo lo que tenía al alcance de la mano. Leí muchos escritores europeos, Dostoievsky por ejemplo me apasionaba, es un pensador que me encantó siempre, muy profundo. Y de Víctor Hugo me leí todo, me sorprendió el noventa y tres que me pareció la mejor novela de Víctor Hugo, pero en cambio cuando terminé de leer el Hombre que ríe, dije no lo aguanto más, y lo corté.
¿Y tu ingreso a La Mañana?
Don Pedro empezó a decirle a Travieso que era el director de La Mañana “Ud. tiene que llevarse a Juan para el diario”, y le insistió e insistió, no sé por qué razón, qué vio en mí, yo ni había soñado ser periodista, nunca me había pasado por la cabeza.
Yo leía mucho sí los diarios, y aplaudí por ejemplo la campaña que hizo Carlos Manini cuando escribía una gacetilla breve, muy punzante “En Bastardilla”, contra el gobierno de Amézaga, y Don Pedro que era amigo íntimo y contemporáneo de cátedra, a veces le decía “Quico que escribiste hoy”, y Carlos no le daba corte. Dicho sea de paso y lo digo siempre en todos lados, para mí el mejor periodista uruguayo que yo conocí a través del tiempo se llamó Carlos Manini Ríos. Me pareció brillante porque era capaz de escribir de cualquier cosa y brevemente sin necesidad de aburrir al lector y con una precisión concreta.
Yo no sé si aprendí así, atendí mucho a aquel plantel que tenía La Mañana cuando la dirigía Carlos Manini. Y recuerdo hasta los latinazgos que se aplicaban en la página editorial, por parte de dos o tres de los personajes que escribían allí, era un aprendizaje, en muchos aspectos: política, cultural, de la forma y el estilo en que se escribía.
Y así fue como un día el Dr. Travieso me anuncia que me incorporan el 1º de noviembre del 44 paso a ser cronista estable del diario La Mañana.
Pero te orientaste a la sección de deportes…
Empecé sí con deportes, con todos los deportes, haciendo básquetbol, fútbol y alguna otra cosa, llenando una página porque La Mañana no tenía hasta ese momento un director de página deportiva. Mi antecesor fue Adolfo Oldoine y después de Maracaná, me nombran así por tres meses a prueba y me dediqué de lleno, viví para el diario. Y de repente a veces escribía alguna cosa con Carlos Tuso que era el subsecretario de redacción, que trabajaba junto a Vázquez, pero Tuso era un poco difuso, y creamos una sección que se llamaba “Ronda de Ases”, con entrevistas a artistas que llegaban del exterior o cuando iba a Bs. As., para hacer algo distinto al deporte, y así empecé a escribir varias cosas. Y cuando viajé a Europa sobre todo, traté de escribir de otras cosas que no fueran deportivas.
Y al final en el año 72 entré en conflicto con la nueva gente que empezó a controlar la empresa SEUSA, propietaria de La Mañana y El Diario. Me habían propuesto que yo pasara a trabajar en el archivo, y yo dije “yo no soy archivero, yo soy periodista”, y me negué, me negué y me fui con un pleito. Y me fui de La Mañana en el año 73.
Y estaba Testoni que era un artista de la fotografía…
Testoni hacía fotografías estupendas y era un brillante fotógrafo. Estuvimos en el campeonato sudamericano de Lima de 1957. Nos alojamos en el mismo hotel, Testoni, Marcelino Pérez y yo. Allí asistí a controversias muy interesantes y enriquecedoras entre ellos
Alfredo Testoni era una excelente persona que se formó de abajo con tenacidad y voluntad realizando las más duras tareas hasta que dio con su vocación que era la fotografía. Y ahí pudo desplegar su fina inteligencia que lo elevó a la categoría de artista y número uno en ese rubro en el Uruguay, y llegar a ser lo que se denomina un Maestro.
Trabajando desde 1940 en el diario El Debate (fue el inventor de la foto de Herrera caminando), recuerdo que montó un taller de fotografía en la calle Río Branco que luego se trasladó a lo que fue un gran estudio en la calle Soriano. Y es así que cuando ingresó a La Mañana en 1955 ya tenía creado un maravilloso equipo de fotógrafos profesionales que él los fue formando desde su ingreso como aprendices. Su cuñado Fernando Di Lorenzo, Cesagues Hernández, los hermanos Milton y Ariel Colmegna le dieron a nuestro diario un enorme auge en una época que la imagen impresa era la clave del éxito editorial de los diarios.
Testoni cuando hizo todo el país a pedido de Carlos Manini, registró en su cámara a los personajes de todos los departamentos. Allí figuraron todos los que tenían actividad, no importaba que tuvieran títulos académicos, gente conocida de cada ciudad, de cada pago, que tenían una actividad determinada. Incluso que hasta mi madre apareció ahí.
¿Practicaste algún deporte?
No, estrictamente no. No tenía tiempo, yo nomas corrí cuando niño, jugué al fútbol algo, pero no practiqué ningún deporte en realidad. Alfredo Testoni fue un gran nadador, era waterpolista también.
Tú viste que Pedro Manini fue fundador del Club Nacional de Fútbol, ¿Era tan aficionado a concurrir al estadio como lo era del cine y el teatro?
Sí lo era, le gustaba, le apasionaba. Iba a los partidos los domingos, le gustaba “la cuerdita”.
En los primeros tiempos del fútbol, cuando él era un muchacho joven, en las canchas se ponía una cuerda alrededor, y la gente se sentaba detrás de la cuerdita, y él iba a ver a Wanderers sobre todo, iba muy seguido con José Antonio Mora Otero, en los años 40. Y también con otro amigo querido que era Isaac Díaz.
López Reboledo y Violante: 2 grandes periodistas
Otro periodista que era de tu época, López Reboledo…
Sí, él fue el que me mandaba a ver los partidos de basquetbol porque era técnico de Trouville, un tipo que sabía muchísimo de básquetbol, tal vez era el más calificado de aquel momento en el Uruguay, pero además era jefe de información internacional y era jefe encargado del básquetbol del El Diario que era el periódico que atendía todos los deportes, y en este caso en particular, además del fútbol le daba preferencia al básquetbol que tenía una gran popularidad. En ese tiempo Trouville salió campeón dirigido por López Reboledo y él era quien indicaba a los cronistas a qué partido ir y a mí me mandaba casi siempre a ver a Malvín, porque me quedaba de paso el ómnibus 111 que venía por La Unión, 8 de Octubre, Veracierto hasta Malvín.
Violante era el secretario de redacción del El Diario. Era un tipo muy severo, muy exigente, marcaba el ritmo, un tipo serio, responsable y exigente. El Diario fue el de mayor tiraje en Uruguay por lejos. Hizo una certificación de tiraje durante varios meses de 173 mil ejemplares diarios, lo que era un disparate y El Día que, a través de Marcelino Pérez, consiguió las fotos del accidente del avión del presidente en la selva del Amazonas, las fotos esas, el diario las recibió rápidamente con intervención de Marcelino Pérez, y ese día el tiraje del diario llegó a 220 mil ejemplares. Pararon la edición porque fue un accidente terrible, murieron varios uruguayos.
Hijo de padre colorado y madre blanca
Mi padre era colorado riverista y mi madre era blanca, y cada uno cuando había elecciones, uno salía por un lado y otro por el otro, viviendo en pleno campo. Nunca supe por qué mi padre se fue a Castillos, se murió sin que yo le preguntara, en 1944, muy joven. Mi madre después siguió actuando en política, pero además ordenaba las quermeses del colegio de hermanas y cantaba en la iglesia, era súper católica, amaba todas las cosas referidas a la religión. Ella escribía brillantemente, sobre todo con una gran fluidez, con una letra maravillosa, eso creo que lo recogí de ella. Escribía en un diario local y los días de fecha patria en la plaza de Castillos, la que decía el discurso era ella.
Don Pedro y la pasión por el cine y el teatro
A mí me asombraba la cultura que tenía Don Pedro, era un hombre de una cultura extraordinaria, y yo le peguntaba cosas y él me las contestaba, y sobre todo hablaba mucho de Francia, porque era un enamorado de Francia.
Don Pedro Manini a veces me llevaba al cine, a él le gustaba ir a la sección vermut y acompañado, nunca de noche, se cuidaba mucho de lo que dijera la gente, porque era un hombre viudo.
En determinado momento un día me dice “viste que viene Margarita Xirgu”. Le digo “sí, sí Don Pedro, se va a dar la obra de Federico García Lorca”. A la semana siguiente dice “¿viste que cambia el cartel?”. Ya esa altura yo le decía Don Pedro, y anuncian que iban a dar la “Dama del Alba” de Alejandro Cazola. “Sacá dos plateas por la fila 8 o 10”, me dice. ¡Y yo encantado porque siempre me gustó el teatro!
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