Desde la más remota antigüedad y dentro de las más diversas civilizaciones, siempre hubo personas que desarrollando una misma actividad buscaron agruparse en instituciones que se las denominó gremios. Y la expresión “actividad gremial” se refiere a las acciones y servicios que realizan esas personas en beneficio de esas asociaciones.
Nuestro país, que durante treinta años de ininterrumpidas contiendas armadas -nacionales e internacionales- lo habían dejado hecho jirones, conoció una de sus primeras organizaciones gremiales en la Asociación Rural del Uruguay (ARU), fundada por el estanciero uruguayo de origen vasco, don Domingo Ordeñana, en 1871.
Junto a la paulatina pacificación que logró hacer habitable la campaña, esta fue la herramienta clave que contribuyó a convertir la rústica economía pastoril, en un país ganadero de punta en la región. La lana y la carne de tasajo van dejando atrás la depredación de los rodeos y la práctica de sólo apostar al sebo y el corambre. Su docencia modernizadora coincide con el período de hondas transformaciones que caracterizó al gobierno que encabezó Lorenzo Latorre con el apoyo del caudillo blanco Timoteo Aparicio. A partir de ese entonces se fueron cimentando las bases del renacer descollante del Uruguay de las primeras décadas del siglo XX.
Esta fue la institución gremial más antigua de nuestro país, y tuvo como principal cometido: la defensa y el fomento de los intereses de la producción agraria e industrial.
En 1915 surge la Federación Rural entidad gremial que nuclea aparentemente a los mismos sectores que la ARU pero, en clave de formar una Federación de Asociaciones Rurales.
¿A qué se debe el surgimiento de esta otra organización gremial que comienza desde el vamos nucleando sectores de la producción muy similares a los que representa la organización fundada por Don Domingo Ordeñana 44 años antes?
Cómo en todos los fenómenos sociales no hay una respuesta única, pero si se puede aproximar algún punto de vista.
Lo primero es una respuesta sencilla y de sentido común. Hay un fenómeno social normal que es la competencia entre los que aspiran legítimamente a acceder a una participación representativa en la conduccióbn de la pujante actividad productiva que mostraba nuestro país a comienzos del siglo.
Pero también se podría esbozar una razón política de peso. La ARU había asumido una posición inconmoviblemente gubernista en el momento más decisivo en el que se estaba negociando un quiebre en el sistema imperante.
Estaban soplando en ambas márgenes del Plata fuertes vientos que reclamaban llevar a la práctica mecanismos que aseguraran las libertades públicas.
No nos olvidemos que desde un año y algo antes del nacimiento de la Federación Rural, se discutía con énfasis el derecho a acceder a principios que conformaban la base de la libertad electoral. Y era clave obtener estas garantías para lograr convencer a los blancos que abandonaran su posición de tozudo abstencionismo y participaran en las próximas elecciones para conformar la Asamblea Nacional Constituyente.
Y lo que se reclamaba no era menor. El voto secreto y lo más parecido a universal (en la última elección sólo participaron 30.000 ciudadanos). La representación proporcional, y mitigar todo lo posible la llamada influencia -”moral o directriz” lo mismo da- que ejercían los sucesivos gobiernos a través de los jefes políticos.
El voto era la única instancia válida para sustituir el juicio de los máusers, precursores de nuevas intervenciones extranjeras en nuestro territorio. Habia que superar la pesadilla del pasado.
Y esa es una de las explicaciones de la activa participación de Luis Alberto de Herrera y Pedro Manini Ríos en el nacimiento de la nueva institución gremial, cuyo primer presidente fue de común acuerdo el Dr. José Irureta Goyena. Ambos estaban consustanciados en la negociación de esas garantías indispensables para que esta convocatoria fuera un éxito. ¡Como en realidad lo fue! No hubo abstención blanca y 150.000 votantes lograron que el gubernismo sufriera derrota (por primera vez en la historia) en casi todos los circuitos electorales.
Y con esto nacía la esperanza que el camino de las urnas era válido y el mejor camino.
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