Hoy en día, los ricos describen la desigualdad con colores radiantes como si fuera el resultado de economías que avanzan, “creando riqueza” mediante innovaciones que aumentan la prosperidad. Esta visión no tiene precedentes en la historia. Desde la antigüedad hasta hace muy poco, la acumulación personal de grandes cantidades de riqueza estaba mal vista, porque normalmente era a expensas de los demás. Las ganancias de unos a menudo tendían a ser a costa de otros, polarizando a las comunidades al hundir a muchos por debajo de los niveles de pobreza. El método más corrosivo de acumular riqueza personal, desde el mundo antiguo hasta hoy, es la deuda con intereses que se acumulan con el interés compuesto. La imposibilidad de pagar ha llevado a los pequeños agricultores y a los pobres a perder sus propiedades, sus hogares y, en última instancia, su libertad, convirtiéndose en siervos obligados a pagar sus deudas. Y desde la época medieval, la incapacidad de los gobiernos para pagar a sus banqueros extranjeros les ha obligado a privatizar las infraestructuras públicas y otros bienes de la comunidad, creando monopolios que enriquecen a una superclase acreedora-inversora cuya riqueza se logró imponiendo la austeridad al resto de la sociedad.
El mito económico predominante en la actualidad es que las deudas pueden y deben pagarse. Pero la realidad es que el monto de la deuda tiende a crecer mucho más rápidamente que la capacidad de pago de una economía. Así que al final, las deudas que no se pueden pagar, no se terminarán pagando. La gran pregunta es: ¿cómo es que no se pagarán? O bien las deudas se cancelarán con quitas (como los bancos suelen estar dispuestos a hacer con las empresas y la deuda comercial) o bien los deudores perderán sus propiedades a favor de los acreedores. En este último caso, los acreedores suelen utilizar su mayor riqueza para adquirir aún más propiedades y, en última instancia, hacerse con el control del gobierno y también con el dominio del estamento religioso.
La documentación histórica de Sumeria, Babilonia, Grecia y Roma, pasando por Bizancio, nos ofrece una solución. Para sobrevivir, los gobernantes o las autoridades cívicas adoptaron medidas para contrarrestar esta tendencia. Las proclamaciones reales de saneamiento de deudas, liberación de siervos endeudados y devolución de tierras confiscadas por acreedores o vendidas bajo coacción (idénticas a las del Año Jubilar judío) evitaron que las sociedades sufrieran la fuga de la población, la deserción a los enemigos o revueltas internas. Aun siendo desiguales, la mayoría de las sociedades arcaicas procuraban que como mínimo sus ciudadanos se mantuvieran solventes para poder satisfacer sus necesidades básicas, pagar impuestos y servir en el ejército, y tener a disposición mano de obra no remunerada para las obras públicas. La limpieza de las cuentas también impedía que se formase una oligarquía con poder autónomo capaz de rivalizar con el palacio o los gobernantes, o de bloquear normas públicas tendientes a impedir o revertir el crédito depredador, el monopolio de la tierra y otras conductas corrosivas que amenazaban desestabilizar el equilibrio económico. Pero todas las sociedades, desde Babilonia hasta Roma, presenciaron cómo la actividad de prestar dinero pasaba cada vez más a manos privadas. A medida que surgían las oligarquías, su objetivo político era derrocar a los reyes e impedir que cualquier autoridad pública proclamara la Limpieza de Cuentas que anulara las deudas de sus clientes. La mayoría de las parábolas de Jesús se referían a la deuda, pero hoy en día este tema casi ha desaparecido de la historia. No es lo que se enseña en los seminarios de teología, e incluso se ha suprimido del Padrenuestro (la deuda ha sido sustituida por el pecado o las ofensas). Sin embargo, la revolución ocurrida en la Asiriología actual muestra cómo la limpieza babilónica de las cuentas fue incorporada al núcleo del judaísmo, y que Jesús luchó por restaurarla contra los fariseos y otros intereses pro-acreedores. No es de extrañar que casi todo lo relacionado con el contenido de los textos de la Edad de Bronce y los orígenes del cristianismo resulte aborrecible para los intereses creados de los acreedores en la actualidad.
Todas las economías que tienen deuda con intereses tienen que reestructurarse en algún momento, o de lo contrario toda la economía terminará siendo propiedad de un pequeño grupo de personas en la cumbre, como ocurría en Roma. Así es como la República romana terminó en el Imperio romano. Se centraliza. La tendencia de cualquier economía financiarizada es centralizar; no solo la riqueza, sino que al centralizar la riqueza, se centraliza el poder político y la toma de decisiones, y en última instancia, la fuerza militar en manos de la clase financiera.
Michael Hudson, profesor de economía de la Universidad de Missouri-Kansas City, en “Breaking the chains of debt: lessons from Babylonia for today´s student crisis”.
Foto: Presidente de la República, Juan Idiarte Borda, quien ordenó a Federico Vidiella fundar una institución financiera nacional para acotar el poder de los bancos privados y los prestamistas. En 1896 iniciaría sus operaciones el Banco de la República Oriental del Uruguay (BROU). Un año después, el 25 de agosto de 1897, y a la salida de un Te Deum en la Iglesia Matriz, Idiarte Borda era asesinado por un personero político de los prestamistas.
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