En “¿Por qué ha fracasado el liberalismo?”, Patrick J. Deneen explica que la globalización económica no es posible sin que antes se estandarice la cultura, promoviendo el imperio de lo que él califica como anticultura. Para que esta anticultura pueda avanzar por encima de familias, comunidades e instituciones firmemente establecidas, se hace necesario imponer primero un derecho homogeneizado que reemplace las normas locales, muchas de ellas no codificadas, aunque firmemente arraigadas en la experiencia, la historia y el lugar.
Para enfrentar la esperable resistencia al cambio, una estrategia habitual de la claque globalizadora pasa por asociar la cultura del lugar con una “forma de opresión”. Asistidos por la siempre oportuna artillería mediática, el aterrizaje en paracaídas de empresas como Uber pasa a ser descrita a la ciudadanía como una forma de “liberación”. En poco tiempo estos doctores de la manipulación logran convertir a cualquier bellaco en una suerte de Marine desembarcando en las playas de Normandía. En ese sentido, no podemos dejar de recordar los ensueños revederdecidos provocados por cada visita del sultán finlandés a nuestro país.
Vencida la resistencia y liberadas las personas de sus obligaciones concretas y arraigadas, de sus costumbres y su relación con el territorio, el campo queda fértil para sustituir al complejo entramado socioeconómico por un mercado universal y homogéneo. Donde antes existía una augusta Nación, hoy hay un mercado. Si antes esa Nación era habitada por ciudadanos responsables y preocupados por sus semejantes, hoy estos hombres y mujeres concretos se ven convertidos en meros consumidores. Agobiadas por las deudas y ante la indiferencia de ese Estado “liberal”, muchas de estas personas, demasiadas, circulan por las calles como si se tratara de ganado cimarrón recorriendo la estepa africana.
Una vez homogeneizado el mercado, es posible aplicar las recomendaciones del Modelo de Porter, que define en forma sencilla las cinco fuerzas que determinan la competitividad de una empresa en el mercado. A saber: la amenaza de la entrada de nuevos competidores, el grado de competencia que existe en el mercado en que compite la empresa, la amenaza de productos y servicios sustitutos, el poder de negociación de los proveedores y el poder de negociación de los clientes. En un idioma sencillo y directo, el esquema propuesto por Michael Porter recomendaba destruir la competencia cuando esta existe y no permitir la entrada de nuevos competidores en caso de gozar de una posición dominante. En la década de los ´80, epitomizada por la expresión “la codicia es buena”, todavía se escribía sin eufemismos.
El advenimiento de las plataformas de venta online facilitó enormemente la formación de posiciones dominantes, ofreciendo economías de escala virtualmente infinitas. Al posicionarse en la “nube”, pasaron a ser menos visibles que los monopolios ferroviarios o telefónicos de antaño. Para peor, lejos de limitarlos mediante regulaciones, los gobiernos en muchos casos hasta los favorecieron. Por supuesto, siempre bajo el azúcar impalpable de una supuesta transición hacia la modernidad, que pagan los asalariados con gigantes pérdidas en su poder adquisitivo.
En Uruguay existen varios casos visibles de esta creciente concentración de poder empresarial. Un caso emblemático es el de las cadenas de supermercados que aplican el esquema de Porter a la perfección. Si a su juicio un proveedor local tiene demasiado poder de negociación, entonces el imperativo es debilitar a esa industria, forzándola a competir con importaciones. No importa si los productos provienen de países que subsidian la producción y hacen dumping, destruyendo mano de obra nacional. Siembre habrá algún economista dispuesto a justificar la medida con el sainete del “libre mercado”. El resto de los proveedores toma nota y termina sometiéndose a las reglas del comprador antes que desaparecer. En los casos en que no gozan de ese poder de negociación, como ocurre con la cerveza, las grandes superficies aceptan a regañadientes las reglas del proveedor, quien les condiciona la venta de sus productos con no tener competencia en las góndolas. Esto explica porque es difícil encontrar cerveza artesanal en un supermercado.
También se encargan de eliminar la competencia. En algunos casos lo hacen directamente, bajando el precio de determinados productos básicos por debajo del precio de costo, en estrategia que un almacén de barrio no puede acompañar sin fundirse. En otros lo hacen asistidos por el propio Estado, como ocurre con los incentivos fiscales de la COMAP, convertidos en un gran mecanismo de subsidio en detrimento de las pymes de todo tipo y color. En lo referido a la amenaza a la entrada de nuevos competidores, ese riesgo queda bien resguardado por las normas municipales de ordenamiento territorial, que nominalmente restringen la construcción de grandes superficies, pero que terminan siendo perforadas con múltiples excepciones.
La separación entre lo social y lo económico es otro de los instrumentos utilizados en ese proceso de homogeneización y universalización del poder económico. En el caso del fútbol, la formación de sociedades anónimas deportivas contribuye a este divorcio, introduciendo al mercado en el seno de la estructura societaria de los clubes, organizados como sociedades civiles con fines sociales y deportivos, dos bienes complementarios que se fortalecen mutuamente. Históricamente, el club hace las veces de familia extendida de niños y adolescentes, ofreciéndoles en la medida de sus posibilidades una asistencia que trasciende el fin económico de corto plazo. Esto amalgama a los futuros profesionales con su club y su hinchada, lo que repercute favorablemente en la formación de equipos capaces de obtener buenos resultados deportivos, que terminan beneficiando a la economía del club. Son los socios quienes articulan este doble objetivo.
Las fuerzas a favor de las posiciones dominantes cobraron tal impulso en los últimos años que, salvo que trabajemos activamente para desactivarlas, continuarán propagándose como un cáncer a lo largo y ancho de la economía. ¿Cuál será entonces la próxima ofrenda a entregar ante el altar de la globalización uberizada? Algunos indicios apuntan a que un blanco muy atractivo podría ser el sistema mutual de salud, pilar fundamental e histórico de nuestras políticas de salud y que logró sobrevivir quince años de astoribergarismo, con todo el viento en contra.
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