Todo el mundo habla hoy de los “valores occidentales”. Tanto los partidarios de la cultura occidental como sus detractores coinciden en que estos valores tienen su origen en los antiguos griegos. Pero, ¿quiénes son exactamente los griegos? ¿Y a qué griegos nos referimos? ¿A los demócratas atenienses como Pericles o Demóstenes? ¿A filósofos como Sócrates, Platón o Aristóteles? ¿A hombres de acción y grandes capitanes del calibre de Temosticles o Alejandro? ¿A los espartanos sosteniendo el paso de las Termópilas? ¿O los valores occidentales son simplemente las ideas acartonadas que se encuentran en el canon de la literatura griega clásica, el refinado mineral que va desde la Ilíada de Homero hasta las comedias de Menandro de finales del siglo IV a.C.? Podemos ser todavía más ambiguos sobre los orígenes de “Occidente” y hablar grandilocuentemente de la “ciudad-estado”, la cultura de la polis que desató todo el renacimiento griego. La formación de una entidad urbana griega, se nos suele decir, condujo al gobierno constitucional, el igualitarismo, el racionalismo, el individualismo, la separación entre la autoridad religiosa y la política y el control civil del ejército, esos valores que siguen caracterizando a la cultura occidental tal y como la conocemos. De esta manera, la mayoría de los estudios generales sobre la historia griega tienen un origen inevitablemente urbano. Los griegos son presentados como agrupaciones emergentes de bardos, poetas y filósofos. Se les ve a través del surgimiento de nuevos centros de comercio, construcción de templos y navegación, los talleres nucleados de artesanos y artistas, las casas agrupadas y las lápidas de vivos y muertos. Pero este enfoque tradicional, aunque perfectamente lógico si se tienen en cuenta los objetos, la literatura y la brillantez intelectual de las ciudades-estado griegas, está mal orientado.
Todos estos enfoques sobre el origen de los valores occidentales nos llevarán por mal camino, pues debemos nuestro legado cultural a los griegos de fuera de los muros de la polis, a los hombres y mujeres olvidados del campo, a los “otros” griegos de este libro. En la literatura griega, los clasicistas se topan con campesinos; los arqueólogos, con antiguas viviendas rurales. Pero, ¿dónde está el campo en los estudios generales de la historia griega? Escribir casi exclusivamente sobre la antigua vida urbana griega es ignorar la verdadera fuente y savia de esa nueva riqueza y olvidar que las nuevas actitudes culturales y sistemas de pensamiento social y político no eran originalmente urbanos, sino agrarios. La polis, al fin y al cabo, no era más que un epifenómeno, la expresión acumulativa de un dinamismo rural más extenso. Representaba el fruto del trabajo de muchos, que, por insignificante que nos parezca ahora, generó el tiempo libre, la riqueza y la seguridad de esos contados dotados e intelectuales. La polis griega primitiva ha sido calificada a menudo de nexo de intercambio, consumo o adquisición, pero sería más adecuado definirla como un “centro de agroservicios”. Los excedentes de alimentos eran traídos desde el campo para ser consumidos o intercambiados en un foro que, al mismo tiempo, impulsaba la agenda material, política, social y cultural de sus miembros agrarios. Los edificios y las murallas de los circuitos de una ciudad-estado eran testimonio de la generosidad acumulada durante generaciones, y su participación democrática, un reconocimiento formal de la tríada única de pequeño terrateniente, soldado de infantería y ciudadano con derecho a voto. Los “otros” griegos, por tanto, no eran los desposeídos, sino los poseedores de poder e influencia. Los verdaderos griegos son los campesinos y los soldados de infantería, esos hombres y mujeres de fuera de la ciudad, quienes estaban en el centro mismo de la vida y la cultura griegas. El surgimiento de agricultores independientes que, a finales de la Edad Oscura griega, poseían y trabajaban sin obstáculos sus pequeñas parcelas, constituyó un fenómeno totalmente nuevo en la historia. Esta clase agraria, más o menos homogénea, no existió antes en Grecia ni en ninguna otra parte de Europa ni del Mediterráneo. El esfuerzo por crear una gran comunidad agraria de iguales dio lugar, en mi opinión, al sistema de ciudades-estado griegas (poleis) independientes pero interconectadas, que caracterizó a la cultura occidental.
…La polis griega original puede entenderse mejor como una comunidad de agricultores a la vez exclusiva e igualitaria, que ahora debía producir sus propios alimentos, librar sus propias guerras y elaborar sus propias leyes, una institución novedosa que no era parasitaria del medio rural, y que por el contrario tenía por cometido protegerlo. La historia de la polis no debe entonces considerarse como resultado principal del auge del comercio de ultramar, ni de la carrera maltusiana entre la población y la producción de alimentos, ni siquiera como una guerra entre terratenientes y los sin tierra, y mucho menos como una saga de la brillantez intelectual de unos pocos pobladores urbanos. Todo eso es la Grecia de la universidad y del auditorio, no la Grecia que nos ocupa hoy. Por el contrario, el trasfondo histórico de Grecia, especialmente su bagaje democrático, se entiende mejor como el resultado de un agrarianismo generalizado entre la población rural, que fueron los dínamos de los que brotó el jugo de la civilización helénica.
Extraído de “The other Greeks: the family farm and the agrarian roots of western civilization” (Los otros griegos: la granja familiar y las raíces agrarias de la civilización occidental), Victor Davis Hanson (Free Press, 1995)
TE PUEDE INTERESAR: