Cuando se dice que la guía maestra de la diplomacia está contenida en el concepto del interés nacional, es preciso saber que un componente esencial de dicho interés es la ética política. Así como lo es para todo el espectro de las relaciones humanas, es también norma válida para el conjunto de la política internacional.
La calidad ética de los regímenes políticos debe ser considerada imprescindible para el análisis político en clave realista. Es un dato dinámico que varía en la geografía y la historia.
El espesor ético de los actores internacionales es una variable clave en función de una serie de componentes. Entre ellos se cuentan la evolución histórica de cada país, la calidad de sus gobernantes circunstanciales, el grado alcanzado por los valores democráticos en cada sociedad, el influjo de los valores religiosos, la equidad en el desarrollo socioeconómico y cultural de cada sociedad y el marco político y cultural del contexto regional y global.
La diplomacia está llamada a hacer de puente entre regímenes de distinta naturaleza política, económica, social y cultural. A su vez, todas esas variables están cruzadas por elementos provenientes de ideologías que, en mayor o menor grado, ejercen su influencia según las necesidades de cada caso, el momento, la personalidad de los decisores y quienes los asesoran. Sobre todas estas variables cabe, además, el juicio que merezca la consideración del espesor ético de cada una de ellas.
En el mundo hay pocos países como China, cuya tradición en política exterior se remonta a los tiempos previos a la revolución francesa. Son más numerosos los países como los latinoamericanos, que adquirieron su independencia en el siglo XIX, y los que nacieron tras el proceso de descolonización que siguió a la Segunda Guerra Mundial.
La duración de las líneas de política exterior responde a convulsiones como las provocadas por el desmembramiento de la Unión Soviética y Yugoslavia, el armisticio de la guerra de Corea, o la irrupción de la violencia atribuible a expresiones de fundamentalismo religioso. Además, la inmediatez del acceso a la información global supone el ejercicio de una diplomacia a presión del tiempo, como nunca hubo en la historia.
En Argentina, el gobierno del presidente Alfonsín representó la esperanza de una política exterior orientada por el respeto del Derecho y la cooperación internacional, independiente de las pulsiones ideológicas que todavía dividirían el mundo hasta la caída del muro de Berlín en 1989. El gobierno, democráticamente elegido en 1983, superó el largo y nefasto período de gobiernos militares, que tuvo como clímax la ocupación de las islas Malvinas por la fuerza.
Todo nuevo gobierno hereda una tradición que es su responsabilidad asumir, para enriquecerla o descontinuarla. En este 2024, el nuevo gobierno argentino comienza su gestión marcando un corte notorio con la línea del kirchnerismo en todo el arco de las políticas de Estado, incluyendo también, por cierto, el de la política exterior, que se caracterizó por un tinte fuertemente ideologizado en el populismo, sostén de regímenes autoritarios, y que culminó su gestión ofreciendo a Putin ser la puerta de entrada a América Latina, muy poco tiempo antes de que Rusia invadiera a Ucrania.
No sorprende, por lo tanto, que las primeras manifestaciones en torno de la política exterior se caractericen por su distanciamiento de las orientaciones del gobierno precedente.
Al momento de escribir estas líneas se han dado a conocer algunas decisiones en materia exterior. La primera en importancia probablemente sea la de normalizar la relación con la Santa Sede que había estado sometida a imprudentes declaraciones por parte del entonces candidato presidencial. También se anunció la decisión de no ingresar en los BRICS, en la que parecerían prevalecer argumentos de corte ideológico.
Las condiciones económicas y sociales en las que se encuentra Argentina hacen que la política exterior deba cumplir un papel de gran importancia en los meses por venir. Las decisiones y declaraciones de las nuevas autoridades en materia exterior indican la voluntad de valerse en forma preponderante del aporte del cuerpo diplomático profesional con que cuenta la Cancillería. Todo ello hace desear que en lo sucesivo serán el análisis objetivo y la ética profesional las que habrán de orientar decisiones en la materia, por sobre las afinidades ideológicas, los intereses particulares o el culto a la personalidad, como lamentablemente ha ocurrido entre nosotros en el pasado.
*Ex diplomático de la República Argentina y autor de Revista Criterio
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