Todos podemos coincidir que en Uruguay se han postergado las inversiones en torno al abastecimiento de agua potable. Sin embargo, no es momento ahora de echar culpas a tal o cual gobierno; al contrario, este parece ser un momento propicio para despertarse y pensar agudamente sobre lo que está ocurriendo con el tema del agua, no sólo en nuestro país, sino en el mundo.
Un libro publicado a principios de siglo titulado “Las guerras del agua” comenzaba recordando a Ismail Serageldin, vicepresidente del Banco Mundial en 1995, cuando auguró en pleno contexto de la guerra del Golfo que “las guerras de este siglo se libraron por el petróleo, pero las del siguiente siglo se librarán sobre el agua”.
En aquel momento sus palabras pudieron haber sonado algo distópicas, pero casi treinta años después, el escenario global del agua se ha ido complejizando. Según informó France24 el 18 de mayo, la mitad de los mayores lagos y embalses del mundo se están secando. Las causas de esta disminución se asocian a las continuas y severas sequías que afectan ciertas regiones tanto del hemisferio norte como del sur, y al consumo insostenible, principalmente ocasionado por cierto tipo de industrias que utilizan agua en grandes cantidades. Por si eso fuera poco, la guerra en Ucrania ha generado nuevos desequilibrios geopolíticos, en especial en áreas como energía y alimentos. Esto ha provocado el desarrollo de nuevas fuentes de energía, como el hidrógeno verde, que se realiza a partir del uso de enormes volúmenes de agua, por lo que se estima que para el año 2050 el consumo de agua aumentará cerca de un 50%.
Esta situación ha generado que el agua se convierta en una de las áreas que despierta mayor especulación, en particular a nivel económico financiero, pero no únicamente. Por esa razón, muchos de los que antes se dedicaban a invertir en petróleo, gas natural u oro, ahora lo hacen en agua a través de acciones de compañías especializadas, fondos de inversión, ETF y futuros del agua.
Desde esa perspectiva el Uruguay debería estar en una situación privilegiada, ya que, aunque nuestro país nunca contó con enormes yacimientos de recursos minerales en su subsuelo, ni petróleo o gas, siempre tuvo en su haber grandes reservas de agua subterránea.
Sin embargo, el gran problema que plantea el escenario actual para nuestro país es: ¿qué valor le vamos asignar a nuestras aguas superficiales, a nuestras aguas subterráneas, específicamente para las industrias que planean asentarse a producir ya sea hidrógeno verde, pasta de celulosa u otra clase de producto cuya realización dependa del uso exclusivo de grandes cantidades de agua? En el caso de la producción de hidrógeno verde en Tacuarembó, donde la empresa alemana Enertrag piensa instalar una planta para producir 15.000 toneladas de hidrógeno verde al año, el volumen de agua potable que requerirá el proceso de electrólisis necesario para generar el producto se extraerá directamente del acuífero guaraní, lo que no es un dato menor, pues se tratan de aguas de una calidad obviamente superior a las superficiales.
Ahora bien, en esta situación cabe preguntarse estratégicamente: ¿cuál es y cuál será el valor del agua, no sólo económico sino también a nivel axiológico?; es decir, definiendo efectivamente una filosofía de los valores relacionados a este recurso vital que considere todos los aspectos que están en juego.
Pues al final lo que hay que considerar es que únicamente un 1% del agua de nuestro planeta es agua dulce o consumible, y siguiendo una simple ecuación podemos ver a las claras que es necesario establecer cuanto antes una eficiente política nacional de aguas para administrar este recurso en un contexto en el que operan grandes y rápidos cambios. De hecho, en California, donde el déficit hídrico lleva años, según publicó la cadena Bloomberg el día de ayer, se está avanzando en un proyecto de ley que prohíbe la especulación del agua de los fondos de cobertura.Según esta legislación, los fondos de inversión que compran o venden agua sin un uso beneficioso se considerarían un desperdicio.
Por otra parte, tampoco hay lo que olvidar lo que sucedió hace un siglo, cuando la competencia geopolítica era por el petróleo y la flota inglesa tenía que convertirse del carbón al petróleo. En aquella ocasión, Inglaterra y Francia utilizaron el Tratado de Sèvres en 1920 para desestabilizar al Imperio otomano que se extendía hasta el ansiado Golfo Pérsico, desmembrándolo en pequeños territorios fáciles de manipular. Este tratado, que fue análogo al de la ruptura y división de África de 1884, tuvo como único fin establecer el control sobre los territorios petrolíferos.
Por ello, hoy que el recurso fundamental es el agua y ésta se encuentra de forma desproporcionada en el cono sur de Sudamérica; ¿por qué deberíamos pensar que los intereses foráneos pueden ser tan diferentes a como lo fueron a principios del siglo XX?
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