El lunes pasado el gobierno decretó el fin de la emergencia sanitaria, la que había sido declarada a los trece días de que el Dr. Luis Lacalle Pou asumiera la Presidencia de la República. En términos prácticos, esto pone fin al estado de pandemia que aquejó a nuestros ciudadanos por poco más de dos años.
En estos tiempos hemos llegado a vivir momentos de gran crisis. Nuestras vidas han quedado marcadas por una pandemia que desafió las habilidades y capacidad de entrega de un gobierno que en todo momento cuidó de nuestra salud sin descuidar nuestra libertad, al mismo tiempo que debió enfrentar consecuencias sociales y económicas que resultaban inimaginables poco tiempo atrás.
Es bueno destacar la madurez con que la coalición republicana se mantuvo firme en su decisión de no ceder a la lacrimosa exigencia de la oposición, que pintando un lúgubre pandémico, pretendían confinar a todos nuestros compatriotas en sus casas, paralizando al país, y arrastrándonos a la bancarrota económica. Vaya uno a saber si no era la otra muela de la tenaza de la embestida para derogar los 135 artículos de la LUC.
Rara vez se encuentra un tema que permita dejar al descubierto la fibra artiguista de nuestro pueblo. Pocas veces nos hemos encontrado con un desafío, que más allá de afectar nuestro trabajo, nuestra riqueza o nuestra seguridad, puso a prueba nuestros valores y nuestros propósitos.
Hay que tener claro que el sector primario y agroindustrial, el mayor generador de ingresos genuinos que dispone nuestra sociedad, nunca bajó los brazos. Y que éste año vamos a ser beneficiarios de una imprevista caricia del destino traída de la mano de la naturaleza. El clima que todos los pronósticos preveían adverso, a partir de mediados de enero, cambió de rumbo y hoy estamos en víspera de lograr una prometedora cosecha de los cultivos de verano. La gran interrogante es cómo se sigue con los de invierno y con los de la próxima primavera. Desde hace un año estamos frente a una asonada especulativa en los costos de los insumos, desde los fertilizantes (urea, fósforo y potasio) hasta los agroquímicos, y también de los fletes marítimos. Primero con el pretexto de la pandemia y a partir de febrero de la guerra en Ucrania.
Pero pensemos también que las adversidades nos acechan por todos los flancos. Estamos en medio de una preocupante turbulencia.
La inflación de Estados Unidos -que de una u otra manera ha ejercido y siguen ejerciendo tanta influencia sobre nuestra economía y sobre todo, sobre nuestra deuda pública- al mes de enero se disparó a un 7.5%, reflejada en todos los artículos, que afectan de lleno a su población, que van desde la energía (electricidad, gasolina, etc) hasta toda la franja de alimentos, y es la más alta desde aquel fatídico1982, el año de la ruptura de la tablita, cuyos amargos frutos hicieron historia en nuestro medio.
La pandemia se terminó. Llegó el momento que todos juntos debemos trabajar detrás de un proyecto nacional que nos permita aventar las niñerías partidocráticas y ubicarnos a la altura de los duros desafíos que nos plantea el enigmático mundo que nos toca hoy vivir.
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