“Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves –cumplíase la voluntad de Zeus– desde que se separaron disputando el Atrida, rey de hombres, y el divino Aquiles”.
Así empieza La Ilíada. ¿Por qué disputaron Agamenón Atrida y el gran héroe Aquiles, hijo de Peleo y de la nereida Tetis? Tras nueve años de guerra entre aqueos y troyanos, la negativa de Agamenón de devolver a su esclava Criseida, hija del sacerdote de Apolo Crises, desató la ira de Apolo, quien envió sobre los aqueos una terrible peste. De acuerdo con el vaticinio del adivino Calcante, esta peste no cesaría hasta que Criseida fuese devuelta a su padre.
Al final, Agamenón, devolvió a Criseida y terminó la peste. Pero en compensación, le arrebató a Aquiles a Briseida, la esclava que a le había tocado al héroe como parte del botín de guerra, y con la que se había encariñado. Aquiles montó en cólera y dejó el campo de batalla, y le pidió a su madre, Tetis, que convenciera a Zeus de ayudar a los troyanos. La guerra se prolongó, murieron muchos aqueos y Aquiles volvió a la batalla solo tras la muerte de su entrañable amigo Patroclo.
¿Qué nos enseña La Ilíada? Que, para ganar una guerra, todos son necesarios. El rey y el héroe. Que la soberbia del rey, al no querer entregar a Briseida, y la del héroe, al negarse a pelear siendo el mejor guerrero aqueo, no solo los dañó a ellos: dañó su misión y dañó a su pueblo. Muchos pagaron con su vida las decisiones de Agamenón y Aquiles, porque ninguno de los dos fue capaz de ceder un palmo. Troya, que estaba a punto de ser vencida, ganó terreno y tiempo gracias al enfrentamiento entre los líderes aqueos, se envalentonó y les provocó grave daño.
A la luz de los vicios y defectos de los líderes aqueos, podemos deducir cuáles son las virtudes y perfecciones que todo líder debería tener.
Una de las virtudes más necesarias –y una de las más difíciles de vivir, tanto para los líderes como para todo ser humano– es la humildad. ¿Por qué? Porque es necesaria para vivir en la verdad. Ya lo decía Santa Teresa de Ávila: “Humildad es andar en verdad”. No es fácil vivir esta virtud cuando se tiene el poder de tomar decisiones que afectan a muchos, cuando se reciben alabanzas desmedidas de aduladores obsecuentes y serviles o bien presiones e incitaciones de todo tipo de parte de gente irresponsable, más empeñada en destruir que en construir, en dividir que en unir.
Cuanto mayor es la humildad de un hombre, mayor es su capacidad de perdón. Y viceversa. A Agamenón y a Aquiles la soberbia los llevó a no ceder y, sobre todo, a no perdonar. Si hubieran sido humildes, habrían sido capaces de perdonar y de pedir perdón –siempre que hay un conflicto, las dos partes tienen algo de la culpa–. Si esto hubiera ocurrido, el conflicto se habría solucionado mucho antes. Los aqueos habrían vencido con facilidad a los troyanos y muchos de los que murieron habrían vuelto a casa con sus seres queridos.
Otra virtud muy necesaria en los líderes es la capacidad de pasar por encima de las diferencias y los eventuales conflictos internos y mirar exclusivamente a los grandes objetivos. Por ejemplo, el bien común de quienes los rodean. Si Agamenón y Aquiles hubieran pensado en los aqueos en lugar de en sí mismos, en la victoria final y en el pronto regreso a casa de su ejército –¡tras nueve años de combate!–, habrían cedido, y todos se habrían beneficiado. Si Agamenón hubiera devuelto a Briseida, Aquiles habría depuesto su ira, habría salido a pelear y habría vencido rápidamente a los troyanos.
Por supuesto, también es necesario que todo líder viva las virtudes cardinales: fortaleza, templanza, justicia y prudencia. Son fundamentales para vivir con humildad en la verdad sin que los muevan las alabanzas o el miedo, como reza la vieja sentencia latina: “Nec laudibus nec timore, sed sola veritate”.
Por eso, hace poco animábamos a leer los clásicos. Sobre todo, a los jóvenes que se preparan para ser líderes. Solo si tienen una profunda formación humanista se convertirán en los gobernantes que el mundo necesita. Además, como la naturaleza humana es una sola, las lecciones que se encuentran en los clásicos son útiles para todos los tiempos: para el momento en que se escribieron, para hoy, y para dentro de 500 años…
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