Durante dos años trabajé junto a Justin Graside en una startup tecnológica. No faltó ocasión para discurrir sobre el voto digital. Él, millennial, es fundador y candidato a diputado por el Partido Digital (PD). Yo, generación X y con hábitos de neanderthal analógico.
Su principal postulado es “Soy mi mejor representante”. Hasta ahí estamos de acuerdo, pero empezamos a alejarnos cuando esa premisa lleva al siguiente paso: la democracia directa como solución a la crisis de representación. Propone crear una plataforma en línea donde los usuarios hagan propuestas, se discutan y voten. A su vez, aquellos asuntos debatidos en el Parlamento se trasladarían a la plataforma. Él, como diputado, luego trasladaría las propuestas y su voto acorde con el resultado de la votación en línea.
Le doy la derecha en que las posiciones de las personas no suelen ser tan monolíticas como las de los partidos y sus representantes. Pueden variar según el tema abordado, por el transcurso del tiempo o al disponer de nueva información. Ciertamente no están tan sujetas a elucubraciones electorales y de conveniencia político-partidaria.
Un frenteamplista moderado hubiese estado mejor representado en esa modalidad que con una bancada votando a ciegas y en bloque, por disciplina partidaria. Me cuesta creer que la mayoría de los frenteamplistas hayan tenido que esperar a que surja la inexplicable compra de un colchón para bajar los brazos. Sin duda fue antes que les quedó claro que se le había encomendado la gestión de una de las empresas más importantes del país a alguien incapaz de administrar un colectivo.
También es cierto que, dado el sistema de lista sábana, aún si el votante se toma el trabajo de ver más allá del candidato presidencial, no queda claramente definida la representación. Basta ver los cuatro diputados por Montevideo que fueron electos por la lista 10 en 2014: Guillermo Facello, Fernando Amado, Valentina Rapela y Ope Pasquet. Quien se enfoca más en el Senado podía estar orgulloso de darle una banca a esa gran mujer que fue Martha Montaner. Tras su deceso, la acabó ocupando Daniel Bianchi. Sin duda, una colección variopinta de representantes.
El sistema representativo es sin duda perfectible, pero las ventajas frente a la democracia directa siguen siendo aplastantes. Aun así, hay elementos de la propuesta del Partido Digital que haríamos bien en rescatar. En particular, lo que refiere al voto digital.
Su talón de Aquiles es, y siempre será, que se pierde el voto secreto. No importa qué medidas de seguridad se tomen o quién sea guardián de los datos. El solo hecho de perder la privacidad del cuarto secreto, abriendo la interrogante de quién sabrá y cómo pueda usar esa información, puede condicionar el voto y éste dejar de ser libre. A su vez, la libertad de poder ejercerlo en cualquier momento y desde cualquier lugar, puede dar lugar a todo tipo de situaciones indeseables en que el voto sea resultado de la coacción por parte de terceros.
Eso, en mi opinión, lo descarta a la hora de realizar elecciones nacionales o tomar decisiones trascendentales como una reforma constitucional. Sin embargo, acabamos de volver a experimentar de primera mano lo oneroso y fútil que es el ejercicio de promover la derogación de una ley. Nadie podía razonablemente tener la menor expectativa de que el domingo 4 de agosto, sin mediar obligatoriedad (que está bien), se iba a movilizar el equivalente al 60% de quienes lo hicieron en la interna. Para avanzar a la próxima instancia, se requería que vaya a votar la misma cantidad que se movilizó en junio por el Partido Nacional y el Frente Amplio, en conjunto.
El recurso debe existir, pero sus requerimientos van a contramano de la tendencia global hacia una menor participación cívica. Ante eso se presentan dos alternativas: bajar la vara o simplificar el proceso.
Lo primero puede ser indeseable, ya que de todas formas iba a ser necesario un referéndum y obtener un 25% de apoyo es una meta razonable para propiciar esa instancia. Hay quienes argumentarían que bajar las metas es una forma de promover la participación, al darle más poder a quien se moviliza. Es transitando este camino que uno acaba en una situación como la de Gran Bretaña, que optó por algo tan trascendental como el Brexit de la Unión Europea en una votación sin obligatoriedad y por mayoría simple (~35% del electorado).
El voto digital merece ser explorado por varias razones. La más clara es que elimina la logística asociada a los circuitos y sus costos. Incluso, al prescindir de éstos, no es necesario limitar la instancia a un día en particular. La votación puede estar abierta por un plazo razonable, lo que sin duda generaría una mayor difusión y movilización con el seguimiento paso a paso, día a día, de la evolución del resultado a través de los medios. Finalmente, no sería necesario mantener el formato simplista y binario de Si o No, blanco o negro, pro o anti, en que siempre terminan polarizadas estas consultas. Quizás sea éste el aspecto en que la modalidad digital puede agregar más valor.
El sistema actual se basa en papeletas y por lo tanto uno debe aprobar o rechazar íntegramente. La realidad es que el desacuerdo puede ser parcial, como se hizo patente en el caso de la Ley Trans donde eran varias las aristas objeto de debate. Esto a su vez genera el problema de que distintas personas pueden estar en desacuerdo con distintos aspectos, pero la única opción es derogar todo. En el caso de votar por medios digitales, se podría presentar la opción binaria a quien no quiera entrar en mayor detalle, pero también ofrecer la alternativa de recorrer cuatro o cinco artículos considerados clave a quienes prefieran profundizar más. En cada caso, como pretende hacer el PD en su plataforma, se podría incluir un video con la visión de promotores y detractores de cada artículo, enfocados estrictamente en ese artículo en particular y en explicar tanto lo que dice como lo que NO dice.
El voto integral aplicaría a todos los artículos, sumándose luego los votos que cada uno recogió individualmente. Aquellos que alcanzan el 25% pasan a referéndum. Incluso si ninguno lo hiciera, serviría de guía al legislador en cuanto a qué aspectos merecen debate o revisión. En el sistema actual, por el contrario, el mensaje al legislador es que sólo un 9% se movilizó, por una razón u otra, y que el 91% no lo hizo, vaya uno a saber por qué. De hecho, se le podría informar aún mejor, recogiendo votos por versiones alternativas de cada artículo.
Nuestro país es líder en Latinoamérica en acceso a internet y tiene uno de los mejores índices de acceso del mundo, sin presentar mayores desigualdades por rango de edad o nivel socioeconómico. La implementación de mecanismos que ofrezcan garantías en cuanto a la identidad digital de las personas ya no es una cuestión de cómo, sino cuándo. Hace 20 años, cuando explicaba a mi madre cómo mandar e-mails, hubiera pensado que todo esto suena a ciencia ficción. Hoy podría darme clases de Instagram.