Por estos días cercanos al 8 de marzo, siempre crece y se intensifica la difusión y visibilidad de toda temática que tenga que ver con la realidad de las mujeres.
Medios, autoridades, dirigentes políticos, organizaciones sociales, empresas, centros educativos y buena parte de la sociedad buscan visibilizar, concientizar y generar cambios en la sociedad.
No hay dudas de la importancia del acceso a la información, y que los ámbitos de reflexión, las propuestas y las acciones son fundamentales, pero en muchos casos no parten desde un análisis completo de la realidad, no importa tanto lo viable del contenido, sino más bien aprovechar la oportunidad de mostrarse, aparentar compromiso y preocupación, para capitalizar electoral o económicamente esa gran visibilidad y sensibilidad que tiene el tema.
Es impresionante la participación y exposición que se logra durante ese breve tiempo cercano a esa fecha.
Esta participación lucha por más derechos y por igualdad; son causas muy nobles, tienen mucha historia y son necesarias. Pero, a la vez, se han transformado más en publicidad y promoción de ideas con libreto universal, que en reivindicación clara, concreta y representativa de la realidad que viven quienes más sufren la desigualdad.
La gran mayoría usa las frases y los discursos calcados en todo el mundo y buena parte de medios, periodistas, gobernantes, dirigentes políticos difunden casi todas las mismas reflexiones ajenas. Aquellas que vienen armadas con guion, producción y calidad de imagen espectacular, actores y paisajes locales, pero firmadas y patrocinadas por organismos internacionales. Los mismos que nos dicen desde afuera a través de sus burócratas y las ONG que financian, cómo hay que pensar y vivir.
Pocas veces vemos de un actor político, una reflexión propia sobre estos temas, que sea más abarcativa y con análisis profundo sobre la realidad que ve de cerca. Cada vez más, el discurso es prefabricado como si fuera un producto de mercado, por lo cómodo que es copiar, pero también por lo fácil que es pescar con un calderín donde está el cardumen. Al mismo tiempo que se mandan señales para agradar a los centros de poder y así obtener apoyo para crecer o para vivir bien. ¡Negocio redondo!
Pero las ONG tan bien financiadas por estos centros de poder no solo han impuesto en todos lados sus ideas y sus valores, sino que vienen marcando la tendencia de cómo hay que movilizarse, se han convertido en una moda muy atractiva, especialmente para los jóvenes.
Qué color de vestimenta usar, pañuelos, cánticos pegadizos, gestos, lenguaje inclusivo, intervenciones urbanas, fotos con frases hechas en redes. Todo cosas superficiales, pero que hacen tener a muchos la sensación que están cambiando mucho o incluso haciendo una revolución, pero en realidad es, en gran parte, griterío que infantiliza, entrevera y, hasta en algunos casos, resta.
Poco es original, casi nada sale desde adentro, todo se ha transformado en impacto visual y en consignas efectivas para temporada corta, pero cada vez estamos más lejos de entender la problemática en profundidad y de pasar a la acción concreta de todos los días.
Entiendo que para muchos es una forma válida y respetable de participar, y tienen buenas intenciones, pero a la vez hay posturas que no parecen nada útiles para lograr los cambios que se buscan, ni para tener un diagnóstico más cercano.
“Fuera, macho, fuera”
“La prensa burguesa no nos interesa” cantaban como robots, a un medio que se supone comprarte la causa y se acercó a difundir, “fuera, macho, fuera” tapaban y rodeaban al camarógrafo de ese medio que estaba cumpliendo con su trabajo. Ni que hablar de los insultos irreproducibles contra las mujeres que plantean que ese no es el camino. Encima, la causa se ha convertido en un coto de caza de los diferentes sectores progresistas de nuestro país, “el feminismo es solo de la izquierda” han llegado a plantear algunos dirigentes.
Agresiones a personas por su identificación política, a instituciones, religiones, exclusión de quienes piensan distinto y mucha violencia. Todas cosas que pretenden cambiar y dicen sentir en nombre de otras. Como no darnos cuenta de lo dañino que son algunos movimientos y cómo han vaciado de esencia a tanta gente.
Por supuesto que no es bueno generalizar, pero la falta de análisis, de apertura a la discusión y la intolerancia hacia quienes tienen otra visión para aportar, hace que se aleje una integración tan necesaria para superar y cambiar esta realidad.
Se simplifica y se resuma todo al patriarcado, se pretende anular opiniones calificando con todo tipo de insulto de antemano, “misógino”, “machista” y acto seguido viene el escrache. A gente que comparte lo dramático y preocupante del problema, pero que entiende que existen otras causantes y otros caminos para buscar soluciones, no solo se los excluye, sino que se los manda al casillero de los malos porque si no la va a pasar mal.
Entonces, cada vez más, estos temas son monopolizados, principalmente, por estas visiones muy dogmáticas, pero que, además, la lidera gente que vive una realidad tanto social, educativa y económica muy distinta y lejana de quienes más sufren la desigualdad y tienen menos posibilidad de enfrentarla.
Por lo que se termina desvirtuando la causa y se cae como siempre en la omisión de otros problemas también muy graves, y que, a mi entender, están relacionados con toda la problemática.
¿Cuánto se ha hablado, por estas horas, de la desigualdad de origen y de la pobreza infantil? ¿Cuánto del maltrato y la violencia hacia los niños? ¿Cuánto de la violencia psicológica a muchos hombres que son padres, que les quitan por venganza el vínculo con sus hijos o los someten económicamente? ¿Cuánto de violencia como forma de resolver un conflicto en la calle, en el deporte, en el barrio? ¿Cuánto lugar se le ha dado para aportar a la tan elogiada ciencia y medicina? ¿Cuánta participación han tenido las mujeres pobres y de organizaciones territoriales en las cuotas de poder tan exigidas?
Son muchas las visiones que falta integrar a la discusión, pero mientras el marketing, la moda y la politiquería electoral sigan por encima de la realidad, poco se podrá incidir en la vida de quienes más sufren la desigualdad.
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