He vuelto a leer el Satiricón, que enseñé durante varios años en las clases de literatura en latín. Lo que me llamó nuevamente la atención fueron los síntomas de Petronio de lo que constituye una sociedad “decadente”: la obsesión por el materialismo ostentoso, como la comida, el vestido y los lujos caros; la ociosidad o la idea de que muchos jóvenes deambulan sin trabajo pero tampoco se mueren de hambre; la burla educada a quienes trabajan con sus manos; la falta de hijos y la infertilidad; la cacería de legados o la idea de conseguir dinero fácil, los cultos, y no solo la promiscuidad sino también la pansexualidad, las orgías, la pederastia, la pedofilia, el transexualismo, el travestismo, la burla de las costumbres y tradiciones matrimoniales del pasado, el miedo general a la impotencia y la infidelidad. La novela satiriza la ignorancia generalizada sobre los mitos, las tradiciones y las costumbres romanas y el cinismo general sobre la moral tradicional. Petronio, su autor, parece ubicarse en los primeros tiempos del principado, en que la globalización (mare nostrum) dio lugar a una Italia ociosa y corrupta. Su mundo es posible gracias a la enorme afluencia de esclavos, a los emprendedores no italianos que asumen riesgos, al dinero de las provincias y al auge del comercio transcontinental que ha sustituido al viejo y anquilosado agrarismo italiano que Virgilio recreó en sus Églogas y Geórgicas una generación después que ya había desaparecido. Es difícil saber si el autor siente más desprecio por la vieja clase dirigente italiana o por los burdos, groseros y ricos traficantes imperiales como Trimalción, o por ambos. Lo que no dice, pero está implícito, es que todo ese circo se sustenta en la mano de obra esclava, en un ejército todavía potente en la frontera, en los vestigios de lo que fue la estabilidad de la corte de Augusto y en las riquezas de un Oriente que se está romanizando y globalizando, y que no durará mucho más (de hecho, el imperio durará otros 400 años en Occidente y 1.400 en Oriente).
No hay más comentarios sobre todo esto que sugerir que las personas mayores ven el ocaso de la tercera generación, mientras que los jóvenes ven el ascenso de la primera. Mientras que Alexandra Ocasio-Cortés (ndr: política estadounidense) percibe una nueva utopía verde y dinámica y una demografía diversa y más competente que sustituye a la desdibujada generación de los años 50, otros pueden ver una generación que no será capaz de volver a la luna (al menos de forma pública) o que no puede garantizar la seguridad en las calles, que no puede construir un ferrocarril, o una existencia de clase media accesible para su gente. O que no hace mucho más que ensimismarse en sus selfies y tuits.
Víctor Davis Hanson, profesor de historia clásica y militar de la Universidad de Stanford
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