Durante la Baja Edad Media, en Europa, la educación de los jóvenes comenzaba con el trívium, donde se les enseñaba gramática, lógica y retórica; y continuaba con el quadrivium, donde aprendían aritmética, geometría, música y astronomía. Estos siete conocimientos se denominaban “Artes Liberales”, y eran la base para los estudios universitarios de derecho (civil y canónico), medicina, filosofía y teología.
El método escolástico, brindaba una formación integral, que partiendo de los saberes particulares –físicos- y llegando a los universales –metafísicos-, permitía a los alumnos especular, argumentar y razonar con lógica: los hombres del Medioevo, educaban para pensar.
Esa formación tenía un origen y un fin claramente definidos: se entendía que todo provenía de Dios, y que la razón humana, iluminada por la fe, permitía a los hombres conocer mejor la realidad para acercarse más a Dios. La cultura medieval estaba inmersa en una cosmovisión cristiana. De ella surgió la magnífica obra del mayor filósofo y teólogo de toda la historia: Santo Tomás de Aquino.
Apartamiento de la cosmovisión cristiana
Con el paso de los siglos, los hombres se empezaron a apartar paulatinamente de Dios y de la cosmovisión cristiana en la que vivían inmersos. Un hito importantísimo en la historia de ese distanciamiento, ocurrió cuando el enciclopedismo ilustrado, empezó a dividir los saberes en materias, fraccionando el conocimiento. Así, la educación se empezó a centrar en lo particular, olvidando lo universal. Y el hombre, que antes estudiaba para acercarse más a Dios, pasó querer conocer por conocer, o bien para conseguir un buen trabajo, ganar dinero y cumplir un ciclo vital, cuyo único fin es pasar por la vida lo mejor posible.
Cuando en el siglo XIX se inventó la educación “en serie”, la educación masiva alfabetizó a muchos, pero casi terminó con la educación personalizada y con el estudio de los universales. Se dejó de enseñar para pensar, y se empezó a enseñar para hacer. Mejor dicho, el aprender a pensar, quedó reservado a ciertas elites, algunas de las cuales siguieron pensando el mundo en clave cristiana, mientras que otras, partiendo de la Ilustración, llegaron a pensar en clave de género.
Si bien la ideología de género se asemeja a una potente carga de explosivos en la base del modelo antropológico sobre el que se construyó la civilización, quienes la promueven, han sido sorprendentemente buenos en su estrategia de propagación cultural.
Como en la Edad Media
¿Qué hicieron? Quien lea documentos sobre “género”, verá que hablan hasta el cansancio de “transversalizar”: en el sistema educativo, en las leyes, etc., el género tiene que ser “transversal”. Y esto no es otra cosa que promover una cosmovisión de género, con el fin de impregnar la sociedad con las ideas que esta ideología promueve. Transversalizar supone integrar saberes fraccionados y especializados, unificando su comprensión en clave de género. Así, la integración de saberes a la que antes se llegaba por la metafísica, ahora se quiere alcanzar con el género.
Mientras tanto, en no pocos colegios y universidades católicas, se sigue dando una educación fraccionada, por materias. Si se imparten clases de religión, ésta se considera una materia más, entre otras: no se “trasnversaliza”. Para colmo, en la clase que sigue a “Religión”, el profesor puede enseñar las ya obsoletas teorías de Freud, Malthus o Darwin… Y allí donde no se enseña religión, se imparte una educación ajena -cuando no directamente contraria- a la religión católica, de acuerdo con la hegemónica cosmovisión de género. Pero claro, enseñar en clave de “género”, no se considera una violación a la laicidad…
Reconquistar el espacio perdido
Parte de la decadencia del pensamiento actual, parece venir de la adopción del enciclopedismo como método, y de la renuncia de los católicos a brindar una educación integral, inmersa en una cosmovisión cristiana. En los últimos años, el espacio renunciado, lo han venido a ocupar los ideólogos de género con su propia cosmovisión pseudocientífica, dogmática, intolerante y contraria a la cosmovisión cristiana.
Por este y otros caminos, hemos llegado a la era de la posverdad y de la posvirtud. Ahora parecen querer conducirnos a la era de la poshumanidad. ¿Existen cristianos con el suficiente coraje y la necesaria capacidad para reconquistar el espacio perdido? Esperemos que sí, porque si se elimina a Dios y a la humanidad, lo que queda es la nada.
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