“La guerra”, según la célebre máxima del teórico militar prusiano Carl von Clausewitz, “no es más que la continuación de la política por otros medios”. Una generación de demócratas –de la variedad estadounidense, pero también los democristianos y socialdemócratas europeos– ha tratado de ignorar esa verdad. Espantados por la violencia de la guerra, han buscado en vano alternativas antes que llevarla adelante. Cuando Vladimir Putin ordenó la anexión de Crimea en 2014, Barack Obama respondió con sanciones económicas. Cuando intervino en la guerra civil siria, recurrieron a discursos de indignación. Cuando quedó claro que Putin tenía la intención de emprender una nueva y más amplia incursión militar en Ucrania, Joe Biden y su equipo de seguridad nacional optaron una vez más por sanciones. Si Putin invadía Ucrania, advirtieron, Rusia se enfrentaría a sanciones económicas y financieras “paralizantes” o “devastadoras”. Cuando estas amenazas no consiguieron disuadir a Putin, probaron una nueva táctica, publicando información de inteligencia sobre el probable momento y naturaleza de un asalto ruso. Los aplaudidores en la administración Biden pensaron que esto era brillante y original. En realidad, se trataba de una especie de pensamiento mágico, como si declarar públicamente cuándo Putin iba a invadir convirtiera en menos probable que lo hiciese.
Los que temen a la guerra abordan la diplomacia de manera equivocada, como si se tratara de una alternativa a la guerra. Esto da lugar a la ilusión de que, mientras continúen las conversaciones, se estará evitando la guerra. Pero, a menos que uno esté dispuesto a recurrir a la fuerza, las negociaciones no son más que un aplazamiento de la agresión de la otra parte. Solo evitarán la guerra si conceden pacíficamente lo que el agresor está dispuesto a tomar por la fuerza. Si la guerra es la continuación de la política, entonces, ¿qué es exactamente lo que intenta obtener Putin? Esta pregunta ha suscitado muchas respuestas equivocadas a lo largo de los años. Una respuesta habitual es que está empeñado en resucitar la Unión Soviética. Pero si bien es cierto que en 2005 Putin calificó el colapso del imperio soviético como “la mayor catástrofe geopolítica del siglo”, en realidad es el Imperio ruso zarista lo que Putin intenta resucitar. Su héroe es Pedro el Grande, mucho más que Stalin.
Niall Ferguson, historiador escocés, en The Spectator
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