Cuando la crisis de la pandemia hizo evidente que sería necesario implementar un extraordinario plan de recuperación, la Unión Europea propuso su ambicioso NextGeneration EU (UE Próxima Generación) destinado a ayudar a reparar los daños económicos y sociales. En mayo del año pasado, la UE explicaba que los países miembros habían acordado un plan de recuperación “que liderará el camino hacia la salida de la crisis y sentará las bases para una Europa moderna y más sostenible”.
Evidentemente no se trataba solo de un plan macroeconómico basado en estímulos monetarios y fiscales para sacar a la economía de una recesión cíclica. El plan era mucho más que eso y las autoridades europeas reconocían que la crisis había acelerado la transformación estructural en el mundo del trabajo. Abordar este enorme desafío requería utilizar un potente instrumento económico adicional, uno que hasta hace relativamente poco se mencionaba en voz baja a riesgo de hacerse acreedor del mote de “desarrollista”. Nos referimos a la política industrial.
“La Europa posterior a la COVID-19 será más ecológica, más digital, más resiliente y mejor adaptada a los retos actuales y futuros”, continúa el anuncio de la UE, identificando aquellas actividades consideradas prioritarias para la recuperación económica postpandemia. El ejemplo más concreto y visible es que Europa saldrá de la crisis produciendo autos eléctricos, tecnología en que la industria alemana y francesa se encontraba retrasada con respecto a Estados Unidos y China.
En el momento de mayor incertidumbre, la UE ofrecía a los agentes económicos un norte y un futuro hacia el cual orientar sus recursos y esfuerzos. Un aspecto quizás más importante que el tamaño del estímulo fiscal y monetario. Después de todo, cualquier plan de negocios comienza con la descripción de un futuro. ¿Por qué debería ser diferente con un plan de recuperación económica? Basta leer los discursos de Monnet y Schuman que sirvieron de inspiración a la UE actual. Vaya si habría promesa de futuro en sus palabras.
La prospectiva, disciplina especializada en la “exploración de los futuribles”, se encarga justamente de este problema, sugiriendo que lo más importante es demostrar una actitud activa frente al futuro. Este enfoque parte del principio que el futuro no puede predecirse, pues no está predeterminado, y por consiguiente debemos aspirar a configurarlo. Esta actitud activa, que se abre a la exploración de futuros posibles, contrasta con la actitud pasiva más propia de las disciplinas apoyadas en la estadística, como es el caso de la economía moderna. Georges Clemenceau dijo una vez que la guerra era demasiado importante para dejarla en manos de militares. Quizás ocurra algo similar con esta crisis, demasiado compleja para dejarla en manos de economistas.
En situaciones como la actual, no basta con esperar pasivamente al futuro, es necesario trabajar de forma activa para construirlo y Europa nos muestra el camino una vez más. Quizás lo que nos esté faltando en Uruguay es una visión propia de nuestro futuro que nos permita actuar sobre la realidad con una idea de dirección. De lo contrario, quedaremos como meros observadores de una visión construida por otros, en actitud contemplativa y discursiva mientras formadores de opinión mundial apuntan a formas de producción que van en contra de nuestra propia supervivencia como entidad económica.
Es natural que cada vez que emerge una revolución tecnológica se produzcan tensiones entre los trabajadores, los empresarios y el Estado. En lugar de discutir por uno o dos puntos más de déficit fiscal, el Uruguay debería estar formulando planes que permitan a los trabajadores una mejor adaptación al mundo que se viene. A modo de ejemplo, necesitamos reconvertir a nuestros tamberos y granjeros para que pueden producir productos de mayor valor agregado y más acordes a la demanda actual. Para ello se necesitan planes concretos por industria, orientando los estímulos fiscales hacia una transformación productiva que permita dinamizar a sectores claves de la producción nacional. Nos referimos a la lechería, la granja, el citrus y el arroz, entre otros.
Pero esto solo se puede dar si como uruguayos logramos imaginar conjuntamente un mundo posible. Lo que nos está faltando en este momento es un instrumento que nos permita arribar a los consensos adecuados. El conocimiento y las capacidades están. La Mañana viene insistiendo desde hace tiempo con la figura del Consejo Económico Nacional como una opción institucional que permitiría intercambiar visiones y consensuar caminos de acción. Después de todo, el Estado está comprometiendo los recursos de las futuras generaciones. Debe hacerlo, y probablemente deba hacerlo de forma más agresiva. Pero debe hacerlo amparado en amplios consensos sobre dónde aplicar los recursos de modo que podamos construir la economía del futuro, evitando caer en prácticas que deberían quedar sepultadas en el pasado.
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