La aparición de un nuevo espacio de diálogo, como es el que mantiene un periódico con sus lectores, siempre debe ser celebrado. Por eso la “reconquista” de La Mañana es un estímulo al ejercicio de pensar y argumentar libremente, que nunca es superfluo y menos en estos días en los que estamos decidiendo el futuro de nuestro país. Escribía hace algunos años el cardenal Ratzinger, que “el futuro se construye donde los hombres se encuentran mutuamente con convicciones capaces de configurar la vida”. Esto nos lleva directamente a la cuestión de la libertad humana, puesto que libertad y vida se merecen o corresponden. Hace algo más de cincuenta años, en 1968, se anunció en medio de enfrentamientos y declaraciones, un nuevo tiempo de igualdad y de libertad sin límites; se pregonó la llegada de un futuro mejor y la imaginación puesta a su servicio parecía no tener fronteras. Los acontecimientos que se sucedieron en este medio siglo fueron buenos y malos, como en cualquier otro tiempo de la historia; pero, aquellas proclamas olvidaron que la libertad no es hacer lo que a cada uno se le ocurre. De ahí que generaran “por un lado decepción y por otro el desconcierto”. Es que la libertad implica, en cualquier caso, aprender a vivir como personas libres y respetar a los demás como personas libres. La libertad es, siempre, la capacidad de elegir y querer el bien. De ahí que el buen ejercicio de la libertad sea hábil para configurar vida y el mal ejercicio lleva al desconcierto y a la decepción.
Hoy, cuando contemplamos los problemas de nuestra humanidad -la lejana y la más cercana-, advertimos lo que ocurre cuando no se hace un buen ejercicio de la libertad. No es difícil observar en los ritmos asfixiantes del mundo y en sus efectos, en tantas manifestaciones de soledad y hastío -aquello que Ratzinger denomina el “aburrimiento interior”-, la esclavitud que imponen las falsas libertades. Es lo que ocurre cuando se desconecta la libertad de la verdad. El mundo actual nos ofrece un panorama amplio de falsas libertades, que nos invaden a toda hora y por todos los medios posibles.
Conviene recordar, entonces, que la verdadera libertad supone tomar decisiones que limitan otras opciones posibles; es la conducta responsable la que da sentido a la libertad. Siempre la libertad de una persona es la libertad de un “ser limitado” y -en consecuencia- es “limitada ella misma”. Un ejercicio de la libertad que nos separa de los demás, que se pone de
El mundo actual nos ofrece un panorama amplio de falsas libertades, que nos invaden a toda hora y por todos los medios posibles
espaldas al bien común y desconoce la trascendencia de la vida humana, no solo no es bueno, sino que hace disminuir la libertad a quien así la practica. Cuando no usamos bien de la libertad o cuando toleramos que otros la usen mal, causamos un daño a la dimensión comunitaria del ser humano. Pero, vayamos a la realidad que nos toca vivir día a día: ¿una educación como la que tenemos es capaz de enseñar el buen uso de la libertad? No lo parece. Así, no ha de extrañar que se pretenda hacer del consumo de una droga perjudicial un derecho fundado en la libertad. Por su parte, el dominio hegemónico de cualquier ideología enceguece y afecta el ejercicio de la libertad. ¿No es, acaso, un ataque a la libertad querer imponer lo “políticamente correcto” en todos los órdenes y humillar a quien sostiene una posición contraria? Ocurre algo parecido con el hedonismo consumista de nuestros días, que se aprovecha del mal ejercicio de la libertad y alumbra muchas de las brutalidades que la sociedad debe soportar. Hasta la justicia se “desconfigura” cuando no hay una razón superior y como se ha dicho, “lo único que queda son las normas de tráfico de la conducta humana, que se justificarán o rechazarán según su utilidad”. Así, cuando la persona no sabe usar bien de algo tan importante como es la libertad, piensa que es posible “hacer de sí mismo lo que quiera”. Por ese camino se puede llegar, incluso, a pensar en la posibilidad de “diseñar el nuevo hombre”, que es la “no vida”.
Por el contrario, el futuro es posible cuando estamos dispuestos a rechazar la mentira de las falsas libertades y a defender con decisión las propias convicciones. “El buen futuro crece donde estas convicciones vienen de la verdad y a ella llevan”, decía Ratzinger. No estamos solos en esa tarea; en la sociedad -también en la nuestra- son muchos más los que sostienen convicciones capaces de configurar la vida. Porque “el mundo es algo bueno y vale la pena vivir en él”.
(*) Doctor en Geografía e Historia, director del Centro de Documentación y Estudios de Iberoamérica CEDEI/UM