Los autores de un informe al presidente de la Comunidad Económica Europea, presentado en noviembre de 1986, sobre “la RFA (República Federal Alemana), sus ideales, sus intereses y sus inhibiciones” (W. Hager y M. Noelke, European Research Associates), descubrían principalmente en la sociedad alemana “una tendencia a evitar los problemas que pudieran dividir y cuestionar el consenso”. Una tendencia idéntica e igual de fuerte es perceptible en la sociedad japonesa. Es verdad que esos dos campeones de la economía mundial, ambos vencidos en la última guerra, tienen en común la misma conciencia aguda de su propia vulnerabilidad. En uno y otro país, la democracia política y el bienestar económico son demasiado recientes como para no ser frágiles. De ahí la facilidad con la que se impone una disciplina social específica, que es uno de los rasgos del modelo renano.
La estructura del poder y la organización de la administración en ese modelo son, en efecto, tan particulares como las del capital. El reparto de las responsabilidades es allí mayor que en otras partes. Eso no es realmente la “democratización” pregonada por Claude Bébéar sino, bajo diversas formas, una verdadera cogestión, que asocia en la decisión a todas las partes receptoras de lo producido: accionistas, empresarios, ejecutivos y sindicatos. Una cogestión que, en Alemania, una ley que data de 1976 impone a todas las empresas de más de 2000 empleados. Y que define una palabra: la Mitbestimmung, que por otra parte debería traducirse estrictamente por “corresponsabilidad”, más que por cogestión. Esta corresponsabilidad está verdaderamente presente en todos los niveles de la empresa.
En la cumbre de esta se encuentran dos instancias clave: el consejo de dirección, responsable de la administración propiamente dicha, y el consejo de supervisión, elegido por la junta de accionistas y encargado de supervisar la acción de la dirección. Estos dos órganos se consideran los encargados de colaborar permanentemente para asegurar la dirección armoniosa de la empresa. Existe, por lo tanto, un sistema de check and balance entre accionistas y dirigentes, que permite a cada uno hacerse oír sin que por eso uno predomine.
Michel Albert, en “Capitalismo contra capitalismo” (Ed. Paidós, 1992)
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