En 1997 se publicó el libro Padre rico, padre pobre de Robert Kiyosaki, un gurú estadounidense de ascendencia japonesa, logrando un best-seller que se convirtió en referencia para la generación millennial y las posteriores nacidas y criadas en el mundo digital e hiperconectado. Básicamente lo que propone es cambiar la mentalidad sobre el dinero (“no trabajar por dinero, sino que el dinero trabaje para uno”), salir de la “carrera de ratas” (del trabajo y la enseñanza tradicionales) y adoptar una mentalidad de riesgo para alcanzar el éxito financiero.
En la medida en que los vertiginosos cambios tecnológicos han transformado el mercado laboral y la enseñanza moderna, no se acompasó oportunamente a los nuevos tiempos, se generó un caldo de cultivo propicio para aquellas ideas. Además, el fenómeno de la inflación que castiga a los sectores trabajadores y un sistema bancario (y publicitario) que promueve el consumo y el endeudamiento en lugar del ahorro, también funcionan como condicionantes. Si a esto sumamos la crisis de la familia y la educación en el hogar, se puede entender que la filosofía utilitaria e individualista de Kiyosaki haya permeado en la sociedad.
La masificación del trading (compra y venta de activos financieros), sobre todo el digital desde la pandemia y el confinamiento en varios países, se esparció entre jóvenes de todo el mundo, fundamentalmente a través de influencers en redes sociales. Pero los modelos se fueron deformando, como era previsible. De pronto el arquetipo era el frenético Jordan Belfort, El Lobo de Wall Street, magníficamente interpretado por Leonardo Di Caprio en la taquillera película. Luego surgieron personajes como el español Llados, cuyo enfoque exagerado en la disciplina física y la acumulación de riqueza se han vuelto virales en Instagram y TikTok, creando especies de clanes o tribus con sus seguidores.
Se empieza a hablar de “ponzidemia”, una epidemia de esquemas ponzi, o sea de estafas piramidales en la que los retornos a los inversionistas se pagan con dinero de nuevos participantes. No hace falta más que mirar las noticias del día para constatar distintos tipos de estafa en varios niveles y ámbitos: con criptomonedas (principalmente los memecoins y shitcoins), con desviación de inversiones (el caso de varias empresas de inversión ganadera en Uruguay) y hasta con mecanismos como los llamados “telares de la abundancia”. Hasta podría decirse que hay un remoto punto de contacto con la normalización de la usura, el cobro excesivo de interés por los créditos que castiga a los cumplidores que terminan pagando altas tasas por el incumplimiento de los miles de incobrables.
Cuando se menciona la necesidad de regular o de hacer cumplir la normativa vigente no faltan los discursos que reducen todo al “asuntos entre privados” y a ir por el camino de la educación financiera. Sin embargo, cuando observamos en la realidad lo que está sucediendo advertimos que se bombardea a los niños y jóvenes desde la industria de los videojuegos con sistemas de recompensa variables (similares a los juegos de azar) y la promoción de sitios de apuestas deportivas por parte de influencers, sumado al “infinite scroll” de las redes sociales que genera un uso compulsivo. Se fomenta también una actitud de brecha generacional en la que los mayores o boomers estarían desconectados de la cultura digital o tienen valores anticuados que no les permiten entender las nuevas lógicas.
La dirigencia política de la mayoría de las democracias tiene grandes dificultades para asimilar estos cambios y fundamentalmente para discernir lo virtuoso de lo vicioso. En el afán por seducir a los nuevos votantes la tentación de seguir la corriente es muy grande, sin advertir la degradación de algunos valores indispensables en una comunidad como la cultura del trabajo. Probablemente el mayor desafío de la política hoy sea generar las condiciones para la creación de trabajo y de una ética vinculada al trabajo. Es decir, las condiciones materiales y espirituales para transformar la sociedad virtuosamente en una época en que se estimula demasiado la búsqueda del éxito fácil y la recompensa inmediata.
El criptogate en Argentina
Si en lugar de Kiyosaki nos fijamos en la obra de Peter Drucker, el llamado “filósofo de la administración”, podemos encontrar una mejor manera de abordar la sociedad del conocimiento y el poscapitalismo en su complejidad. La creación de valor real y la responsabilidad ética como pilares de una nueva economía, una economía cada vez más digital. Desde ese punto de vista podremos decir bienvenidas las fintech que terminen con la usura, que promuevan el ahorro y la inversión productiva. Bienvenidas las industrias tecnológicas y científicas que contribuyen a mejorar la calidad de vida de la población.
Esta semana, el presidente argentino Javier Milei, dejó en evidencia esta contradicción de visiones. Desde su cuenta en la red social X promocionó una memecoin llamada “$Libra Viva La Libertad” y escribió “este proyecto privado se dedicará a incentivar el crecimiento de la economía argentina, fondeando pequeñas empresas y emprendimientos argentinos”. Sin dudas, el propósito final expresado es loable, pero el instrumento elegido a todas vistas fue totalmente inadecuado e incluso se investiga una posible estafa.
Las memecoins son criptomonedas inspiradas en memes, tendencias de internet o figuras públicas, de altísima volatilidad y aquellos operadores que entran normalmente saben que el mecanismo se rompe en algún momento. También Donald Trump promocionó su propia memecoin pero tuvo la precaución de hacerlo antes de su asunción como presidente y presentado como un mero coleccionable y no una vía de invertir en el país.
En pocas horas $Libra tuvo una subida y abrupta caída que hizo perder más de 100 millones de dólares a miles de operadores, principalmente de Estados Unidos. Ahora Milei enfrenta una investigación en la Justicia de su país y en el Departamento de Justicia estadounidense para conocer su grado de involucramiento. El presidente argentino dijo que actuó de buena fe y recibió “una cachetada” y que su intención como “tecno-optimista fanático” fue poder darles financiamiento a emprendedores de sectores tecnológicos que por estar en la informalidad tienen dificultades para acceder al crédito y no pueden crecer, al no existir un mercado de capitales en su país.
Cuesta creer que alguien que se presenta como experto en economía y en crecimiento de un país cometa errores de este calibre, aunque fuera inducido por malos asesores. Lo más llamativo fue la explicación que dio cuando comparó el instrumento que difundía con el riesgo de apostar en el casino o incluso de jugar a la ruleta rusa. Sin estructura política, Milei en este episodio ha erosionado su principal fortaleza que es la credibilidad y hay que ver hasta qué punto afectará la confianza de la gente.
Pero, sobre todo, señalamos desde esta columna, mostró algunas derivaciones de una forma de hacer y de pensar que están reñidas con el verdadero desarrollo basado en la economía real y en el trabajo, con el impulso adecuado del Estado. Sirvan estas lecciones para nuestro país, para el Uruguay que tiende a mirar para el costado o barrer bajo la alfombra. Sin cultura del trabajo, sin una profunda reforma de la enseñanza, sin un Estado eficiente y sin una educación en valores, se continuará abonando el terreno para la cultura de la estafa.
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