El padre de la poesía norteamericana, Walt Whitman, decía que la música sonaba no solo para los triunfadores en el combate, sino también para aquellos que habían muerto dignamente. En este caso en particular, podríamos decir que dicha reflexión tiene la particularidad que engloba ambas situaciones en una misma persona. Porque Mirta Vanni, una verdadera dama del aire, pasados sus 101 años de exitosa existencia ha dejado este plano terrenal para incorporarse al cielo eterno, lugar que le fue a lo largo de su vida tan familiar como el primero.
Con el epíteto con el que abrimos esta breve reseña, normalmente se conocía a Mirta en el mundo aeronáutico. Una auténtica señora no solo por sus conocimientos profesionales, sino por su trato sumamente educado y exquisito en todas sus formas, que a todos impresionaba. Era de hecho, dueña de una presencia reverencial. ¿Pero quién fue esta mujer extraordinaria que la historia aeronáutica nacional ha situado en un más que merecido pedestal?
Mirta nació en Carmelo en 1924, donde vivió hasta los trece años, cuando se mudó a Montevideo luego de la muerte de su padre. Terminó de cursar el liceo en la capital y se incorporó al mundo de la aviación cuando con el debido permiso de su familia y rompiendo ciertos estereotipos, realizó el curso de pilotaje usufructuando una de las tres becas que el Aero Club del Uruguay había otorgado.
Ya en 1943 obtuvo el Brevet Comercial clase B, convirtiéndose en la primera mujer en obtenerlo en Uruguay. Posteriormente, a raíz de un llamado público, se incorporó como uno de los primeros pilotos que ingresaron al Ministerio de Ganadería y Agricultura y Pesca, dado que este organismo había adquirido dos aviones de reconocimiento y tres de fumigación a raíz de la invasión de langostas que había sufrido el país.
A partir de entonces iniciaría un exitosa carreara profesional que la llevaría a ocupar diversos puestos de relevancia dentro de la órbita publica, mayormente en el área agrícola y dentro del entonces recientemente creado Servicio Aéreo del Ministerio de Ganadería y Agricultura, del cual llegaría a ser en 1952 la primer jefa mujer y luego directora general de esa unidad.
Fue instructora de vuelo, coordinando el curso de Piloto Agrícola y representando a nuestro país en esa especialidad en Francia, Reino Unido, Países Bajos, Francia, Canadá, Estados Unidos, Jamaica y Costa Rica. En 1959 a consecuencia de las graves inundaciones, se sumó al esfuerzo nacional aportando su conocimiento técnico, sumando muchas horas de vuelo en pos de la ayuda humanitaria que se requería, ya sea transportando desplazados o aprovisionando de víveres o medicinas a los afectados.
En 1985, acumulando más de 7000 horas de vuelo, con 67 años y más de 43 de trabajo, ante el desmantelamiento del Servicio Aéreo decidió retirarse de la actividad pública. No obstante, su espíritu aeronáutico seguiría intacto, al punto de que en su octogésimo aniversario se lanzaría en paracaídas para conmemorarlo.
En ocasión de su centenario la Academia de Historia Aeronáutica, de la cual era miembro de número, en conjunto con la Dirección Nacional de Aviación Civil e Infraestructura Aeronáutica y la comunidad aeronáutica toda, le realizaron un festejo especial en Melilla, donde se le reconoció su proficua trayectoria. En una de las múltiples entrevistas que se le realizaron en esos días llegaría a declarar: “Nunca tuve problemas por el hecho de tener que ocuparme exclusivamente de cosas que eran para el sexo masculino. No había problemas tanto en la Fuerza Aérea como en la Aviación Civil. Yo necesitaba ayudantes, y siempre ayudaron”. Era imposible que fuera de otra manera.
A lo largo de su vida fue galardonada con múltiples condecoraciones y premios internacionales que serían extensos de detallar aquí, así como también recibió un sinnúmero de homenajes por su contribución a la aviación latinoamericana. Sin duda, la sombra de Mirta será por siempre larga y gloriosa, como lo fue su vida; aunque la muerte no deje de ser siempre una sorpresa.