En un hecho sin precedentes, el pasado jueves 5 de noviembre varias cadenas de televisión de Estados Unidos decidieron interrumpir coordinada y simultáneamente un mensaje a la población del presidente de Estados Unidos y candidato a la reelección, Donald Trump. Asimismo, la red social Twitter oculta reiteradamente publicaciones de Trump advirtiendo que no se puede chequear la información indicada.
Las cadenas ABC, NBC, CBS y MSNBC siguieron un mismo procedimiento y cuando Trump aludió a la posibilidad de fraude electoral, optaron por superponer la voz y la imagen de los presentadores de cada canal comunicando sin rodeos que las declaraciones eran falsas y por lo tanto había que cortar el discurso.
Seguramente la censura pura y dura hubiera sido menos ofensiva que este control parental que ejercen poderosos medios masivos sobre la ciudadanía. El concepto es ‘usted no está en condiciones de discernir lo verdadero y lo falso, por eso lo vamos a cuidar’. Entre esto y sugerir el voto calificado ciertamente no hay mucha distancia. El otro argumento es que ‘fomenta el odio y la violencia’, pero entonces vaya si habrá que prohibir miles de contenidos que vemos a diario.
Por ese absurdo camino no habría noticias sobre guerras o, como bien apunta un director de medios colombiano, los ateos terminarán por censurar una alocución del papa porque no estaría suficientemente probada la existencia de Dios.
Los grandes perdedores
La del jueves no era además cualquier censura, sino al mismísimo presidente de Estados Unidos que había logrado más de 70 millones de votos, porque es imposible desdoblar su investidura y su condición de candidato. Inevitablemente nos lleva a pensar, ¿qué seguridad puede quedar para el resto del mundo?
Es verdad que el estilo de Trump está bastante reñido con los buenos modales y su discurso es polémico y polarizador. No obstante, también el ex presidente Obama y los demócratas hicieron mucho ruido con la supuesta injerencia rusa en las elecciones de 2016, tema que acaparó los medios de comunicación durante los últimos años y a nadie se le ocurrió censurarlo por tratarse de información discutible, incluso pasible de ser tildada de teoría de la conspiración.
Ciertamente nada virtuoso puede esperarse del show-business en que se ha convertido la política, muy especialmente en Estados Unidos, que en esta última campaña además marcó un nuevo récord de financiamiento. Una prueba de esa decadencia fue el triste espectáculo dado por los candidatos en los debates, no solo en esta última instancia, también durante las primarias de los partidos. Por eso no sorprende demasiado que la compañera de fórmula de Biden, Kamala Harris, confesó con una carcajada que las acusaciones contra Biden –por temas de racismo y acoso de mujeres- eran parte del debate, o sea, acotamos, del show.
El editorialista Marc Thiessen, de The Washington Post, escribió recientemente que “los medios son los grandes perdedores de la elección de 2020”. Las predicciones y encuestas ampliamente difundidas por varias de las grandes cadenas que predecían una “ola azul” no se materializaron, señala. Quizás uno de los casos más evidentes es el del estado de Florida, donde Trump creció contra todo pronóstico en el voto negro y latino. Thiessen subraya además que según un reciente estudio de Gallup y la Knight Foundation, el 86% de los norteamericanos considera que los medios informativos son “tendenciosos” y el 73% que eso es un “gran problema”.
Lejos del ideal
Es llamativa la repercusión que ha tenido todo este asunto en México. Para empezar, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador aún no reconoció a Biden como ganador –al igual que China, Rusia y Brasil, entre otros-, es decir, no depositó su confianza en las proyecciones de los medios que lo dan vencedor al candidato demócrata, sino que esperará a la proclamación oficial. Otra evidencia de la derrota de los medios. AMLO afirmó además que “en el país de las libertades, de la prensa libre, de repente censuran al presidente (Trump). No es cualquier cosa, eso no se había visto”.
También un investigador mexicano y notorio opositor del gobierno de Morena escribió esta semana en PanAm Post que “al final del día, esta censura le da la razón a Trump”. “Estos emporios del mainstream han venido ejerciendo un poder metaconstitucional, cuya agenda oculta manipula la información a su conveniencia y a espaldas de los ciudadanos”, opinó Raúl Tortolero.
Pocos días antes de las elecciones en Estados Unidos hubo una audiencia en el Senado sobre la responsabilidad de la ‘Big Tech’ bajo la sección 230 de la Ley de Decencia en las Comunicaciones que protege a las empresas de culpabilidad por contenido publicado por sus usuarios, pero que les permite regular el discurso público. Durante el intercambio, mientras los demócratas calificaron la audiencia de ser “una tontería”, el senador republicano Ted Cruz se dirigió al CEO de Twitter increpándole: “¿quién demonios le eligió y le puso a cargo de lo que los medios pueden reportar y lo que el pueblo estadounidense puede escuchar?”. Una semana antes de la elección, Trump anunció que en caso de ganar eliminaría la referida sección de la ley.
La Organización de Estados Americanos (OEA) hizo público un informe de sus observadores en las elecciones en algunos estados de Estados Unidos –en otros no se permiten-. En el documento se señala que “los medios de comunicación utilizan las encuestas más como una herramienta para propaganda de campaña que como un mecanismo para predecir con precisión las intenciones de los votantes”. “Esto fue hecho más evidente cuando los resultados mostraron que las predicciones eran drásticamente diferentes de la realidad”, agregan los observadores.
Por otra parte, el informe de la OEA en el capítulo sobre cobertura de los medios indica que “la misión observó que las empresas de redes sociales marcaron y/o eliminaron mensajes de ciertos candidatos y sus seguidores, en función de sus respectivas políticas internas”. “Si bien las empresas de redes sociales se han convertido en una fuente clave de información y comunicación, que sin duda es favorable a la expansión de la libertad de expresión, la misión considera que la falta de regulación ha llevado a las empresas de redes sociales a constituirse como reguladores del contenido que se publica. Esto está lejos del ideal y legislación basada en el derecho internacional de los derechos humanos debe discutirse y aprobarse”, sostiene el documento.
Adicionalmente, el informe de OEA agrega que “a pesar de que la mayoría de los medios mantuvieron un tono neutral durante el periodo de campaña electoral, hubo medios de comunicación que de forma abrumadora apoyaron al candidato demócrata”. “Esto es compatible con el marco legal de Estados Unidos y en particular con las garantías constitucionales de la libertad de expresión, sin embargo, es posible que las audiencias de televisión no estén advertidas de esa política editorial”, subrayan.
Quién defiende la democracia
Desde donde no hubo ningún tipo de pronunciamiento fue de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP). La organización cuya sede se encuentra en Miami, que nuclea a más de 1300 publicaciones afiliadas y tiene entre sus objetivos defender la libertad de expresión y de prensa en todas las Américas, ha mantenido un absoluto silencio sobre el asunto. Sin embargo, en el pasado la SIP fue muy dura contra el presidente Trump y en octubre de 2017 elevó un informe tras una asamblea realizada en Salt Lake City en las que condenaba la hostilidad de Trump con ciertos periodistas o hace un año cuando acusaron por “actitudes discriminatorias” a Trump y a Bolsonaro por cancelar suscripciones a determinados medios críticos con sus gobiernos.
Al sur del continente, mientras tanto, durante la asunción del nuevo presidente de Bolivia, Luis Arce, un grupo de líderes políticos identificados con la izquierda y el progresismo como Alberto Fernández, Pablo Iglesias, José Luis Rodríguez Zapatero, Jean Luc Melenchon, Alexis Tsipras y Dilma Rousseff, entre otros, firmaron lo que dieron a llamar la “Declaración de La Paz en Defensa de la Democracia”. En el texto alertan sobre “una ultraderecha que se expande a nivel global, que propaga la mentira y la difamación sistemática de los adversarios como instrumentos políticos, apelando a la persecución y la violencia política en distintos países. Promueve desestabilizaciones y formas antidemocráticas de acceso al poder”.
“Esta acción antidemocrática se potencia allí donde encuentra poderes comunicacionales a su servicio, que acumulando un inmenso poder de influencia, pretenden manipular y tutelar las democracias en defensa de sus intereses políticos y económicos”, advierten. Esta última frase nos da para pensar. ¿Podría Trump haber firmado la Declaración de La Paz?
Digamos como conclusión, que aquí en particular no se trata de defender la figura de Trump, ni sus políticas. Si hubiera sido a la inversa con Biden la preocupación sería la misma. Es el peligroso paso que se está dando por parte de algunos gigantes conglomerados, inequívocos instrumentos del capitalismo más salvaje, que han distorsionado lo que significa su responsabilidad que siempre debería ir estrechamente ligada, en un razonable equilibrio, con la libertad de expresión.
En Uruguay tenemos la fortuna de contar con instituciones sólidas y creíbles, como ha quedado demostrado en la última elección que se decidió apenas con los votos observados. O en el escrutinio voto a voto por la intendencia de Treinta y Tres. Pero además, existe una amplia red de medios de la capital y del interior que favorecen la pluralidad informativa. No obstante, preocupa cuando se escucha a algunos comunicadores exhortar por “cordones sanitarios” contra partidos políticos con representación parlamentaria, buscando acallarlos.
A juzgar por el contexto mundial, es una suerte que los grandes grupos internacionales de medios no hayan acaparado, todavía, nuestro mercado. De esto hay que prevenirse, por ejemplo, en el proyecto de la nueva ley de medios a estudio del Parlamento.
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