“El dato fundamental de la existencia es el misterio”.
Este fue el pensamiento que perduró como sustrato de toda la vida de Methol. La condición humana como pasajera del tiempo. La historia como parte de una eternidad que es signo y plenitud de todo acontecimiento.
Buscador insaciable del sentido de la vida, puso toda su inteligencia al servicio de una respuesta que contemplara las más íntimas exigencias que tiene todo hombre en sus diversos laberintos existenciales.
Tenía un estilo unificante de una gran propensión sistematizadora del mundo real. Un afán por comprender todo desde sus lógicas internas. Establecer preguntas capitales: ¿de dónde parte la comprensión de todos los hechos? ¿Cuál es su núcleo fundamental? ¿Hacia dónde se despliega la historia del hombre?
Para Methol, en esta búsqueda, la filosofía y el arte eran caminos insoslayables. La contemplación de la naturaleza, el lenguaje de los símbolos y la poesía, eran manifestaciones de una realidad que estaban en el hombre y más allá de él. Hasta llegar por ese afanoso periplo a la trilogía fundamental de su vida y su pensamiento: Dios, el amor y la muerte.
Aquellas primeras lecturas, en la transición a su conversión al catolicismo cuando apenas tenía veinte años, cincelaron su espíritu, abrieron su fecunda inteligencia a otros rumbos, descubrieron un horizonte apasionado de por qué vivir.
El Padre Joseph Lagrange lo deslumbró. Este sacerdote domínico que reconcilió la ciencia con la fe, en la década de 1930, le permitió entender, con inusitada intuición, que la fe es una instigadora de la razón hasta el umbral del misterio de Dios.
Se reconoció catecúmeno de la fe católica en la línea impulsada por los teólogos Henri De Lubac, Romano Guardini, Ives Congar, Hans Urs Von Balthasar, entre otros, en una rica y fermental renovación previo al Concilio Vaticano II.
Paralelamente, Methol iba vinculando la historia de la Iglesia con todos los procesos de la historia secular en una relación dialécticas de encuentros y desencuentros, de influencias y rechazos, de amores y persecuciones.
La Iglesia como Pueblo de Dios, Pueblo único y original, pero no apartado de los pueblos seculares, sino interno a ellos. Con una misión de universalidad salvífica desde la particularidad de cada pueblo.
Methol es el mayor realizador de la Teología de la historia en américa Latina en el siglo XX. Una teología nutrida de la historia global del continente, y de la historia original de cada pueblo latinoamericano.
Para Methol, la historia se ensambla en orden a un centro: la Iglesia, que es la visibilidad histórica del gran acontecimiento cristiano. Ella es la depositaria de la verdad de Jesucristo, y éste su centro.
Descubrió que todo lo humano se desvela más allá de lo humano, en un dios personal y revelado: Jesús de Nazaret, el Cristo, el Dios encarnado.
Cristo plenitud de Dios y plenitud del hombre. Por eso pudo afirmar: “Cristo es la única revolución permanente de la historia. El evangelio es la revolución insobrepasable de la historia, la medida de todas las revoluciones posibles. Es la levadura, la gestación del Reino de Dios en la historia, el nuevo cielo y la nueva tierra.
Cristo y su Espíritu, que abarca toda la historia, tiene su prosecución visible en la Iglesia, que por eso es católica, universal.
La revolución permanente de Cristo es la matriz de la Iglesia. La Iglesia es sacramento de Cristo en la humanidad. Es Espíritu de Cristo alienta en forma misteriosa en la historia. La visibilidad de la historia es sólo la punta del iceberg invisible de la misma historia”. Aquí está toda una definición de la historia y de la vida.
Methol sostenía que un hombre es su pregunta fundamental, su problema eje y que las personas se definen por la capacidad de verdad que son capaces de sostener. El destino de la historia también se juega en el alma de cada hombre, en la categoría que tiene sólo parta interpretar la vida sino sobre todo para vivirla.
Por eso siempre recordaba aquel primer libro que leyó de Chesterton, donde había una cita del personaje, el Padre Brown, que selló su espíritu y su pensamiento a fuego: “El hombre está hecho para dudar de sí mismo no para dudar de la verdad, y hoy se han invertido los términos.”
Toda su obra de intelectual se remite al encuentro de esa verdad. Aquí están otra vez sus palabras: “La plenitud es la coincidencia de lo visible y lo invisible.
Si la historia es una, es porque hay un centro que le da significación a todo, incluso a aquello que lo niega. Uno vive una historia fragmentada, pero que apunta a una totalidad. Yo no me termino en mí. Nadie se termina en sí- Yo envuelvo lo mío en la historia de los hombres”
Methol pertenece a la más honda tradición católica. Su pensamiento tiene sus raíces en la Patrística cristiana; en la teología dominicana del siglo XIII; en el espíritu del Concilio de Trento, forjador del cristianismo en América Latina; en la teología fundacional del Concilio limense de 1580 en Perú; en la eclesiología renovadora del siglo XX; en el Concilio Vaticano II y en las Conferencias episcopales latinoamericanas de Medellín (1968) y Puebla (1979).
Para Methol la verdad es una persona: Jesucristo. Y toda la naturaleza del hombre debía ser una manifestación de esa verdad. La historia definía, entonces, sus interrogantes de dolor y muerte con el triunfo del amor en la plenitud de los tiempos.
*Profesor de historia