Cada invierno se lleva la vida de alguien que duerme en las calles.
Hay alrededor de tres mil personas en esa situación en todo el país. La mayoría ya no tienen vínculos familiares.
La mitad dice que está en situación de calle desde estos últimos años pero la otra mitad dice que desde hace mucho más tiempo. Estas personas no atravesaron el mar Mediterráneo y llegaron en una barca a duras penas a las costas de Europa como muchos refugiados que salen desde África.
El 98% de los que andan en nuestras calles son uruguayos, son hijos de uruguayos, nietos de uruguayos, a muchos los conocemos desde chicos. Fueron a la escuela con nosotros, fueron criados en el barrio, la vida los transformó en otras personas. Casi se podría decir que en otra cosa.
La edad promedio de ellos ronda los 39 años pero hay algunos más veteranos y muchísimos jóvenes. De ellos, la mitad han cumplido condenas en cárceles y la mayoría ha sufrido violencia en su infancia.
La tercera parte de esas personas que a veces vemos y muchas veces no tienen patologías psiquiátricas que los hicieron abandonar sus afectos, su barrio, su historia y deambular por las calles a veces con uno o más perros que quién sabe por qué lo acompañan mientras duermen el sueño que a veces provocó el alcohol…
Y los adictos, esos son otros…, bah, son lo mismo, pero con la vida más quebrada aún.
Esos flacos que suelen andar encapuchados, son un poco menos de la mitad de los que están en situación de calle. Son los consumidores de pasta base que piden monedas durante todo el día que después dejan en las bocas de venta de drogas que funcionan muy cerca de donde se ven los championes colgados de los cables, en muchas calles del país…
Generalmente están lejos de sus familias y la mayoría con madres que seguro los lloran diariamente. Y suelen juntarse con otros consumidores como ellos para unir sus soledades en las plazas. Ausencias que fueron tratando de disimular con la pipa que los hace caminar… Y a veces ellos mismos se creen que viven bien. Sin preocupaciones. No pagan impuestos, ni luz, ni agua, que viven sin estrés… a veces van a un refugio, comen lo que encuentran o alguien les da.
Con mucha facilidad se acostumbraron a no cambiarse de ropa, a no bañarse, a dormir en las veredas con algo de suerte sobre un colchón y a veces sobre un cartón. Duermen y estoy seguro que deben soñar con almohadas, con ropa limpia, con la sonrisa de una madre o con los juegos de su infancia. Se despiertan y deben buscar la droga para escapar de la realidad que viven. Creen que la droga los ayuda. Le hace evadirse del momento, del aquí y del ahora.
La gente, en definitiva, todos, de distintas maneras estamos empecinados en tener sueños. Hasta quienes tengan vidas que parezcan pesadillas buscan la manera de soñar.
Eduardo Rodas
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