Varios legisladores del Frente Amplio, siguiendo las recomendaciones –¿directivas?– de la ONU, presentaron ante el Parlamento Nacional un proyecto de ley que aumenta la edad mínima requerida para casarse a 18 años. Entre los 16 y los 18 años, los contrayentes solo podrán casarse con el consentimiento de sus padres o del juez.
Los problemas más graves de este proyecto no son de fondo –la edad requerida por ley para el matrimonio es opinable–, sino de forma. Además, a nuestro juicio, esta medida contradice otras políticas promovidas por la propia ONU. Veamos.
El proyecto de ley se funda en la definición de “niño” de la Convención sobre los Derechos del Niño, que dice: “Se entiende por niño todo ser humano menor de 18 años de edad, salvo que, en virtud de la ley que le sea aplicable, haya alcanzado antes la mayoría de edad”. Sin embargo, para el Código de la Niñez y Adolescencia de Uruguay (Ley Nº 17.823) “se entiende por niño a todo ser humano hasta los trece años de edad y por adolescente a los mayores de trece y menores de dieciocho años de edad”.
El proyecto procura cumplir con las “recomendaciones” que la ONU hace al barrer para países muy distintos. En este caso, sin ninguna autoridad para imponernos nada. Además, el proyecto es contradictorio con ciertos programas que desde distintas agencias de la ONU promueven la sexualización y la erotización de niños pequeños: un documento de ANEP (Orientaciones para el abordaje Educación en Sexualidad) dice en su apartado “Antecedentes” que la última evaluación del Programa Nacional de Educación Sexual realizada en 2017 con el apoyo del Fondo de Población de las Naciones Unidas, recomendó “que la educación sexual incluya la atención a […] la igualdad de género y la aceptación de la diversidad en todas las etapas del desarrollo de las personas”.
Más adelante, en el apartado “¿Cómo abordar la educación en sexualidad en la infancia?”, este documento dice: “La selección de los materiales educativos […] es una oportunidad para abordar la sexualidad, las relaciones de género y diversidad. […] Esto […] sienta las bases para el ejercicio de una sexualidad compartida placentera, responsable, libre de violencia, que implicará consentimiento, habilidades para la negociación del uso de métodos anticonceptivos y de prácticas sexuales”. ¡En la infancia…!
A mediados de 2023, Unicef publicó un informe titulado Herramientas de verificación de edad y derechos de los niños en la red en todo el mundo. Dicho documento está escrito “desde una perspectiva de derechos”, y procura buscar un equilibrio entre el derecho de los niños a la privacidad, la libertad de expresión e información, los juegos, la educación, y su derecho a estar protegidos en línea de la pornografía, la explotación, el abuso sexual, la violencia y demás contenidos inconvenientes.
Una razón para buscar ese equilibrio es –según ellos– que algunos adolescentes maduran antes. Y afirman que si se les prohíbe acceder a determinados sitios web se podrían estar violando sus derechos. Los autores del documento no quieren “excluir a los niños de la información sobre salud sexual y reproductiva en línea”, o los “recursos para la educación Lgbtq”, que podrían “clasificarse como pornografía en algunos contextos”, ni “negar a los niños el acceso a materiales educativos vitales sobre la sexualidad”.
Si entendí bien, para el documento publicado por Unicef, brindar educación sexual/Lgbtq considerada pornográfica podría violar los derechos de los adolescentes que maduran antes… Pero contraer matrimonio a los 16 años, formar una familia y asumir la responsabilidad de traer hijos al mundo, ¿sería un mal a evitar? ¿Los adolescentes estarían maduros para ver todo tipo de pornografía y mantener relaciones sexuales placenteras, pero no para contraer matrimonio? Hay algo que no cierra…
Uruguay necesita hijos. Y necesita hijos que nazcan de matrimonios: ¡el 75% de los orientales, nace fuera del matrimonio! La edad a la que los jóvenes se casan puede ser discutible. Pero lo que realmente importa es la madurez de cada pareja. Hay chicos de dieciséis años que pueden ser muy maduros, y hay hombres de cuarenta que padecen síndrome de Peter Pan.
En todo caso, es un tema que debemos decidir a los orientales, considerando las posibles ventajas y desventajas para nuestros jóvenes y para el bien común, más allá de lo que opinen los burócratas de Ginebra y sus títeres locales.
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