“Niñes”, “todx” e incluso el arroba “@” para no poner masculino ni femenino son nuevas desviaciones comunicacionales posmodernas. Algunos optan en los ámbitos educativos por decir “niños y niñas”, aunque esa terminología también es censurada ahora por la corrección política, por no incluir a los no binarios, a otras autopercepciones que no se identifican ni con un sexo ni con el otro. Las organizaciones mundiales cada vez agregan más sexos, no conforme a la ciencia sino conforme a las infinitas posibilidades de la autopercepción.
Me pregunto cómo se sentirá un niño que en su casa aprendió idioma español si en el colegio le dicen “les niñes” o “les padres”. Por lo común los niños asisten al colegio a que le enseñen materias diversas, entre ellas gramática. Se supone que el maestro conoce esa materia que tiene el deber de enseñar tanto como conoce los postulados de Euclides a la hora de impartir geometría; sabe, por ejemplo, lo que es la correspondencia de género según los sufijos o los artículos conforme a las normativas que establece la lengua oficial de cada país. Ese mismo maestro que en la hora de gramática enseña las reglas, en el resto de la jornada escolar las viola y, lo que es más grave, invita e induce a los educandos a violarlas.
Como mi área de especialidad es el autismo, me gustaría poner el foco en cómo las personas que abogan por el lenguaje inclusivo creen que un niño con dificultades o necesidades especiales, al que se pretende incluir, pueda entender a lo que se están refiriendo. Me pregunto si se espera que los profesionales de la salud y de la educación enseñemos el lenguaje inclusivo y le expliquemos las razones de la tergiversación gramatical.
Para un niño que presenta ecolalia (repetición de frases) o balbuceo con palabras a veces ininteligibles para los otros y con una estructura mental tan rígida, le resultará aún más oscuro y confuso hablar en términos de lenguaje inclusivo cuando a duras penas domina el lenguaje tradicional y sus variaciones connotativas. Para ese niño no va a haber una asignación de significado que esclarezca por qué se está hablando de esa manera.
El lenguaje es inclusivo en tanto y en cuanto la actitud y el comportamiento con el cual se exprese acompañe al enunciado. Hablar en los términos que pretenden los fanáticos de lo políticamente correcto produce, en el mejor de los casos, imprecisión; y casi siempre desorientación.
Con el lenguaje llamado inclusivo se busca abarcar todo, pero en verdad no se abarca nada, porque no es idioma español; que es el idioma que está en los programas que se enseña en las escuelas y que, como todo idioma, tiene normas y principios que lo hacen posible en la dinámica de su ejercicio.
La prueba de que se ha buscado forzosamente la inclusión del lenguaje inclusivo corriente –valga la redundancia– es que las propias personas que lo adoptan –muchas veces los docentes– cometen errores gramaticales; así, donde respetan la “e” en palabras donde creen que debería estar, luego, a la hora de aplicar la ideología, no respetan las concordancias ni las reglas aplicadas en el resto de la frase. Eso da cuenta de que la corrección política le gana la batalla al conocimiento.
Aquellos que abogan por el lenguaje inclusivo, normalmente tienen la idea que quienes no lo aceptamos, tenemos que “progresar” o flexibilizarnos hacia corrientes más modernas o actuales. Quiero desmitificar algo; “nuevo” no siempre significa “mejor”; “reciente” no significa “progreso”. Por último, si vamos a enseñar algo a nuestros niños, primero dominemos nosotros lo que estamos enseñando.
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