El período posterior a 2008 ha generado una abundante cosecha de falacias económicas recicladas, la mayoría de las cuales surgieron de los labios de los líderes políticos. “Simplemente tendríamos que haber preguntado al ama de casa suaba”, dijo la canciller alemana Angela Merkel tras la quiebra de Lehman Brothers en 2008. “Ella nos habría dicho que no se puede vivir por encima de las posibilidades”. Esta lógica, que suena sensata, sustenta actualmente las políticas de austeridad. El problema con este razonamiento es que ignora el efecto del ahorro del ama de casa en la demanda total. Si todos los hogares redujeran sus gastos, el consumo total caería y también la demanda de trabajo. En efecto, si el esposo del ama de casa pierde su empleo, el hogar estará peor que antes.
La primera falacia es la de “composición”: aquello que tiene sentido para cada hogar o empresa individualmente no necesariamente redunda en el bien para el conjunto. Keynes identificó un caso particular de este fenómeno con la “paradoja del ahorro”: si todo el mundo intenta ahorrar más en tiempos difíciles, la demanda agregada caerá, reduciendo el ahorro total, debido a la disminución del consumo y del crecimiento económico. Del mismo modo, si el gobierno intenta recortar su déficit, los hogares y las empresas tendrán que apretar sus cinturones, lo que se traducirá en un menor gasto total. En consecuencia, por mucho que el gobierno recorte su gasto, su déficit apenas se reducirá. Y si todos los países persiguen la austeridad simultáneamente, una menor demanda de los bienes de cada país provocará un menor consumo interno y externo, lo que dejará a todos en peor situación.
La segunda falacia es que el gobierno no puede gastar el dinero que no tiene: esta falacia –repetida a menudo por el primer ministro británico David Cameron– trata a los gobiernos como si tuvieran las mismas limitantes presupuestarias que hogares y empresas. Pero los gobiernos son diferentes, pueden obtener el dinero que necesitan emitiendo bonos. El contra-argumento es que un gobierno cada vez más endeudado deberá pagar tasas de interés cada vez más altas, de modo que el costo del servicio de la deuda terminará consumiendo todos sus ingresos. La respuesta es que no es así: el banco central puede imprimir suficiente dinero extra para contener el coste de la deuda pública. Esto es lo que hace la llamada flexibilización cuantitativa. Con tipos de interés casi nulos, la mayoría de los gobiernos occidentales no pueden permitirse el lujo de no pedir préstamos. Este argumento evidentemente no es válido para un gobierno sin su propio banco central, en cuyo caso se enfrenta exactamente a la misma restricción presupuestaria que la tan mentada ama de casa suaba. Por eso algunos Estados miembros de la eurozona tuvieron tantos problemas hasta que el Banco Central Europeo los rescató.
La tercera falacia consiste en afirmar que la deuda pública es un impuesto diferido: según esta falacia tan repetida, los Estados pueden recaudar dinero emitiendo bonos, pero, como los bonos constituyen deuda, en algún momento tendrán que repagarla, lo que solo puede lograrse aumentando los impuestos. Y, como los contribuyentes anticipan esto, ahorrarán ahora para poder solventar sus impuestos futuros. De esta manera, el mayor endeudamiento del Estado sería compensado por un mayor ahorro del sector privado, anulando el estímulo del mayor gasto público. El problema con este argumento es que los Estados rara vez se enfrentan a tener que “pagar” sus deudas. Pueden optar por hacerlo, pero la mayoría de las veces se limitan a renovarlas emitiendo nuevos bonos. Cuanto más largos sean los vencimientos de los bonos, menos frecuentemente tendrán que acudir al mercado. Y lo que es más importante, cuando existen recursos ociosos (por ejemplo, cuando el desempleo es mucho más alto de lo normal), el gasto resultante del aumento de la deuda ayudará a que estos recursos sean utilizados, generando un aumento en los ingresos públicos y una disminución en los gastos (p. ej., seguros de desempleo) que permitirán pagar los préstamos adicionales sin tener que aumentar los impuestos.
La cuarta falacia es que la deuda pública representa una carga para las futuras generaciones. De hecho, esto se repite tan a menudo que ha entrado en el inconsciente colectivo. El argumento es que, si la generación actual gasta más de lo que genera, la siguiente generación se verá obligada a generar más de lo que gasta para pagarlo. Pero esto ignora el hecho de que los titulares de la misma deuda estarán entre las supuestas generaciones futuras sobrecargadas. Supongamos que mis hijos tienen que pagar la deuda que yo contraje. Ellos estarán peor. Pero tú (acreedor) estarás mejor. Esto puede ser malo para la distribución de la riqueza y la renta, porque enriquecerá al acreedor a expensas del deudor, pero no se producirá una carga neta para las generaciones futuras. El principio es exactamente el mismo cuando los titulares de la deuda pública son extranjeros (como en el caso de Grecia), aunque la oposición política al repago de la deuda será mucho mayor.
La economía está llena de falacias, porque no es una ciencia natural como la física o la química. Las proposiciones en economía rara vez son absolutamente verdaderas o falsas. Lo que es cierto en algunas circunstancias puede ser falso en otras. Por encima de todo, la verdad de muchas proposiciones depende de las expectativas de la gente.
Robert Skidelski, Project Syndicate (2013)
“No está muy lejano el día en que el problema económico pase a un segundo plano, donde debe estar, y el terreno del alma y de la mente sea ocupado o reocupado por nuestros verdaderos problemas: los problemas de la vida y de las relaciones humanas, de la creación y del comportamiento y de la religión”
John Maynard Keynes
“Un aumento del número de indigentes no amplía el mercado”
Michal Kalecki
“Permítanme decirlo en forma contundente: ninguna economía de envergadura se ha recuperado nunca de una recesión económica a base de austeridad. No va a suceder en Estados Unidos y no va a suceder en Europa”
Joseph Stiglitz
TE PUEDE INTERESAR: