La doctrina neoclásica más extendida y sostenida es la de las ganancias universales del libre comercio, pero desgraciadamente la teoría en la que se sustenta no tiene ninguna relevancia para la cuestión que pretende resolver. La argumentación se basa en comparaciones de posiciones de equilibrio estático en las que cada nación que comercia disfruta de pleno empleo de todos sus recursos y equilibrio en la balanza de pagos, siendo el flujo de exportaciones, valorado a precios mundiales, igual al flujo de importaciones. En tales condiciones, no hay motivos para recurrir a la protección de la industria nacional. Como se supone el pleno empleo de los recursos, no hay necesidad de protecciones para fomentar la industria nacional, y como se supone un equilibrio atemporal, nunca puede haber déficit en la balanza de pagos. Además, como se considera que todos los países tienen el mismo nivel de desarrollo, no se puede hablar de “intercambio desigual”.
La enseñanza moderna en economía sigue basándose en los argumentos esgrimidos por Ricardo contra barreras arancelarias que se aplicaban en la Inglaterra de principios del siglo XIX. El argumento clásico contra estas protecciones era que producían una mala asignación de recursos dentro del país que las imponía. El argumento consistía en que, cuando se retirara la protección, los recursos se desplazarían de la producción de productos básicos con costos reales más elevados (que luego pueden importarse) a los que tienen costos reales más bajos, de modo que su productividad total aumentaría. Este argumento es válido cuando todos los recursos se encuentran siempre empleados. Pero no tiene ninguna fuerza para un país con un desempleo masivo en el que el excedente potencial está muy lejos de realizarse plenamente. Además, el argumento requiere el supuesto de que las exportaciones compensen las importaciones, de modo que un aumento en el valor de las importaciones (tras la eliminación de la protección) irá automáticamente acompañado de un aumento correspondiente en las exportaciones de los productos básicos en los que el país en cuestión tiene una ventaja comparativa. Sin embargo, el valor de las exportaciones de cualquier país del Tercer Mundo depende en gran medida de la situación de la demanda en el mercado mundial de los productos básicos que pueda vender (y de los precios ofrecidos por los proveedores rivales).
El libre comercio para otros países es obviamente una ventaja para una nación exportadora. La doctrina de Ricardo era muy conveniente para la Inglaterra de la época, pero pronto Alemania, Estados Unidos y Japón empezaron a desarrollar industrias (al principio tras los muros arancelarios) que demostraron que la ventaja comparativa estática es una guía muy pobre de las posibilidades de desarrollo industrial. Bajo el Imperio británico, la imposición del libre comercio hizo posible que la industria algodonera de Lancashire arruinara primero la producción en telares manuales en lo que hoy es el Tercer Mundo y más tarde obstaculizara el crecimiento del capitalismo en ese mismo lugar. En la posguerra, la influencia estadounidense se ejerció, directamente y a través de diversos organismos internacionales, a favor del libre comercio, pero desde que Japón se convirtió en su más fuerte competidor industrial, la fe en la doctrina comenzó a debilitarse también en Estados Unidos.
Los economistas del Tercer Mundo educados en la tradición occidental absorbieron la doctrina de los beneficios universales del libre comercio sin percatarse de su irrelevancia para su propia situación. Pero los gobiernos que se embarcan en el desarrollo en todas partes han adoptado políticas de alta protección. Esto se debe a que, una vez agotados sus saldos de guerra, y tras el colapso del auge de la Guerra de Corea, experimentaron una aguda escasez de divisas, y consideraron la industrialización como la clave de su prosperidad, buscaron fomentar la industria de sustitución de importaciones. La industrialización en varios países de América Latina comenzó como un proceso de sustitución de importaciones cuando sus ingresos por exportaciones colapsaron como consecuencia de la Gran Depresión en la década del ´30. Los economistas occidentales rezongan a sus pares de Tercer Mundo cuanto intentan adoptar este tipo de políticas.
Extraído de “Aspectos del desarrollo y el subdesarrollo”, Cambridge University Press, Joan Robinson (1979)
Joan Robinson y la profesión económica
“El motivo para estudiar economía no es adquirir un conjunto de respuestas prefabricadas a las cuestiones económicas, sino aprender a no dejarse engañar por los economistas”
“Uno de los principales efectos (no diré propósitos) de la economía tradicional ortodoxa fue … un plan para explicar a la clase privilegiada que su posición era moralmente correcta y necesaria para el bienestar de la sociedad”
“No existe nada parecido a un periodo normal de la historia. La normalidad es una ficción de los manuales de economía”
“No considero a la revolución keynesiana como un gran triunfo intelectual. Al contrario, fue una tragedia porque llegó muy tarde. Hitler ya había descubierto cómo remediar el desempleo antes de que Keynes terminara de explicar por qué se producía”
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