Es posible que la victoria aplastante de Ronald Reagan en 1980 sea considerada por los historiadores como el segundo triunfo electoral más importante del siglo XX en Estados Unidos, sólo superado por la victoria de Franklin Roosevelt sobre Herbert Hoover en 1932, que desembocó en el New Deal y el Estado del bienestar (Welfare State). Independientemente de si el intento conservador logra o no que Estados Unidos revierta al modelo de capitalismo de mercado anterior a 1929, con un Estado con menor capacidad regulatoria y de efectuar transferencias, el programa de Reagan comenzó con un desafío a la corriente económica dominante. La historia no ha terminado. Pero, ¿qué es lo que sugiere hasta ahora la evidencia sobre el Reaganomics? ¿Será que los economistas como yo están obsoletos, fósiles que tal vez ni siquiera saben que son fósiles? ¿Fue la revolución keynesiana todo un gran error, en el mejor de los casos una concesión temporal a la angustia populista pasajera, en el peor un desvío de medio siglo del camino principal de la correcta ciencia económica?…
El Reaganomics no es un programa coherente. Desde luego, no se puede colocar a Ronald Reagan en el diván de un psicoanalista para interrogarlo sobre lo que cree realmente e identificar cuál es realmente el contenido del Reaganomics. Tampoco existe algún asesor económico del presidente cuyo pensamiento se aproxime al núcleo del Reaganomics. Su último asesor económico en jefe, el profesor Martin Feldstein de Harvard, no está de acuerdo con gran parte del Reaganomics. Pero tampoco el predecesor académico de Feldstein, cuyo nombre seguramente olvidaron (NDR: Murray Weidenbaum), se mostraba cómodo con mucho de lo que figuraba bajo el título de Reaganomics. Nos enfrentamos a una doctrina que es menos que la suma de sus partes, que en parte se anulan entre ellas. Todo lo que se puede hacer es enumerar algunas de ellas, tarea que un columnista de habladurías podría hacer tan bien o mejor que yo. Sin embargo, sólo alguien como yo puede relacionar estos bloques enfrentados de pensamiento que caracterizan a la ciencia económica moderna.
Intereses empresariales
Reagan, un ideólogo de la derecha del partido republicano, recibió desde el principio el apoyo de los intereses empresariales de California y Texas. Juegan duro en la arena política. Su ideología es mínima; queda resumida por la búsqueda del interés propio. El laissez-faire y la economía de mercado al estilo de Chicago es lo que que más defienden. Pero no han tenido que leer a Hayek, Friedman o Knight – o han tenido que estudiarse los gráficos del excedente del consumidor de Harberger y la pérdida de peso muerto…
Cuando un funcionario nombrado por Reagan -ya sea James Watt o Ann Burford- cae en terrible descrédito ante el público en general por alguna flagrante sumisión a intereses determinados, no pensemos ni por un momento que el Presidente ha tenido mala suerte con sus nombramientos. Estos funcionarios, como buena parte del gabinete y la burocracia de agencias independientes, fueron seleccionados para sus puestos precisamente porque se podía contar con ellos para promover una drástica reversión de las prácticas anteriores. Sólo cuando esto resulta en acciones que van más allá de lo que el mercado político puede soportar, es que la prensa se vuelve consciente de lo que en realidad ocurre permanentemente.
La Escuela de Chicago
Que alguien como Milton Friedman, confrontado con las alternativas a Ronald Reagan, piense bien de él, no es ninguna sorpresa. Esta admiración, como a menudo ocurre en la vida, es correspondida. Ambos adhieren al principio filosófico de que un papel estrictamente limitado del Estado en el PIB es una cosa buena en sí misma, al margen de la mejora en la eficiencia económica que esto podría conllevar. La libertad personal, y en gran medida ello implica libertad con relación al Estado, es un bien supremo, tal vez incluso el bien supremo. En general, el equipo de Reagan ha bendecido vagamente a la Reserva Federal cuando ésta ha favorecido alguna versión de la regla monetarista sobre el crecimiento constante de la oferta monetaria, excepto cuando sus partidarios de la oferta (“supply-siders”) y sus asesores electorales comienzan a preocuparse por el estancamiento recesivo que resulta del corsé del monetarismo.
“Supply-siders” de la derecha radical
Lo que más publicidad mereció un aspecto novedoso del Reaganomics fue lo que se dio en llamar economía de la oferta. Los nombres destacados aquí incluyen a Arthur Laffer, al congresista Jack Kemp, el viejo David Stockman, Paul Craig Roberts, Norman Ture, y otros más. La economía de la oferta no es una historia nueva. Baluartes keynesianos como Robert Solow (quien estimó econométricamente las funciones de producción) y Arthur Okun (famoso por la Ley de Okun) trabajaron durante mucho tiempo en esta vertiente. Y una larga lista de académicos –como Simon Kuznets, Colin Clark, John Kendrick, Moses Abramovitz, Edward Denison y Angus Maddison– han investigado la contribución que la formación de capital (humano y tangible), y la innovación y el desarrollo técnicos, pueden hacer a la productividad de una sociedad. Esta economía de la oferta convencional se ocupa de los largos y lentos procesos que conforman el progreso de una sociedad. La economía de la oferta de Kemp-Laffer-Stockman es otra cosa distinta. Sus autores prepararon para el nuevo presidente un documento inicial en el que diagnosticaban haber heredado una situación de crisis (un “Dunkerque”) ocasionada por una excesiva regulación y una desastrosa carga fiscal. Un drástico programa de desregulación y reducción de impuestos sería entonces el beso que devolvería a la bella durmiente del capitalismo americano a su anterior vigor.
La curva de Laffer
La famosa Curva de Laffer, revelada no en tablas de piedra, sino en el reverso del menú de un restaurante chino, argumentaba el impecable silogismo: si la tasa de impuestos es cero, la recaudación fiscal total es cero; si las tasas son excesivamente altas, rozando la expropiación total, los ingresos fiscales vuelven a ser nulos. En algún punto intermedio, en el cenit del arco formado por las dos ramas de la curva impositivo, los ingresos fiscales alcanzan su máximo nivel.
A este razonamiento banal se agregaría la premisa arbitraria de que en 1980 Estados Unidos ya se encontraba en la rama descendente de la curva. Así pues, menos pasó a ser más. De esta manera, recortando las tasas de impuestos por tres años seguidos, la recaudación aumentaría en lugar de caer. Con esto, los déficits “keynesianos” heredados se reducirían en lugar de aumentar. Cualesquiera que fueran sus méritos y racionalizaciones, el Reaganomics comenzó pasando en el Congreso recortes fiscales masivos: tres años de recortes del impuesto a la renta según la ley Kemp-Roth; depreciación acelerada; y otros beneficios fiscales para las empresas.
Paul A. Samuelson*, en “Reaganomics”, artículo publicado por Challenge (Nov-Dic 1984)
*Profesor Paul A. Samuelson (1915-2009). Como su alumno de MIT Joseph Stiglitz, Samuelson nació en Gary (Indiana), parte del viejo corazón industrial de los Estados Unidos. Obtuvo su doctorado en economía en la Universidad de Harvard (1941) supervisado por gigantes de la economía como Joseph Schumpeter, Wassily Leontief y Alvin Hansen. Enseñó en MIT desde 1940 hasta su fallecimiento. En 1970, Samuelson fue el primer estadounidense en obtener el Premio Nobel en Economía. Fue de los primeros en alertar las falacias de los “supply-siders” que rodearon al presidente Ronald Reagan.
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