El libro es en cierto modo una crítica a lo que considero –intento utilizar este término en el sentido antiguo y no peyorativamente–una noción corrupta de la conciencia. Me refiero a una concepción de la conciencia que fuera identificada, criticada y rechazada por el Cardenal John Henry Newman en el siglo XIX. Newman la llamó la falsificación de la conciencia y la describió como el derecho a la auto-voluntad. Realizó esta afirmación en una carta escrita al Duque de Norfolk, defendiendo al catolicismo contra la crítica de William Gladstone, describiéndolo como una religión negadora de la conciencia, como si las personas entregaran sus conciencias al Papa. Newman argumentó en su brillante carta que la conciencia tiene derechos porque tiene deberes, y que cuando honramos la conciencia, estamos honrando el derecho de las personas a cumplir con sus obligaciones más solemnes y sagradas.
No es el derecho a hacer lo que quieras, con quien quieras y como quieras hacerlo. Para Newman eso bordearía con el derecho a la voluntad propia, una falsificación de la conciencia que implica una radicalización de la visión libertaria que la convertiría a la conciencia en un mero “departamento de permisos”. Mi crítica esencial a esta errónea concepción de la conciencia se centra en la falsa creencia de que sólo somos fieles a nosotros mismos cuando actuamos siguiendo nuestros propios sentimientos y deseos de hacer lo que realmente queremos hacer. Por el contrario, si nos limitamos a nosotros mismos –salvo por razones muy especiales–, entonces estaríamos actuando de forma infiel a nosotros mismos. De esta manera, si entendemos la conciencia en el sentido de Newman, que por supuesto era el mismo de San Agustín, y como también la entendían Aristóteles y Platón en el mundo antiguo, –el sentido de los grandes maestros de la humanidad, y de las grandes tradiciones religiosas–, entonces vemos esta falsa idea de conciencia como todo lo contrario de lo que realmente es la conciencia. Se trata de una degradación de la idea de conciencia al derecho de la voluntad autónoma.
Existe algo más que el componente meramente material del ser humano, de la persona humana. El proyecto de una vida humana debe suponer algo más que alcanzar el placer o incluso beneficios psicológicos como el prestigio, el estatus y el poder. Debe incluir también una forma de cuidar el alma… Lo que llamamos “secularización de la religión” es en realidad la “gnostización de la religión” –la noción de que la persona es esencialmente una psicología, un centro de conciencia y sentimiento y emoción que habita y utiliza un cuerpo material que es una especie de sustancia distinta. Así que somos personas no corporales, sentimientos, centros de emoción que habitan y utilizan cuerpos no personales. Y una vez que eso sucede, entonces el pecado se vuelve enfermedad y no pecado. No se necesita una reforma del individuo. Se necesita terapia. No necesitamos sacerdotes. Necesitamos terapeutas. Incluso cuando se trata de transitar el duelo, no buscamos asesoramiento espiritual. No llamamos al sacerdote, al pastor o al rabino. Llamamos al consejero en una especie de profesionalización de la terapéutica.
Robert P. George *
*Robert P. George, catedrático de Jurisprudencia de la Universidad de Princeton, y Shaykh Hamza Yusuf, cofundador del Zaytuna College, la primera institución musulmana de artes liberales de los Estados Unidos. Los textos fueron extraídos de una conferencia organizada por el Proyecto para la Libertad de Religión de la Universidad de Georgetown que tuvo lugar el 15 de diciembre de 2014.
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