En la antigüedad precristiana, la familia era una agrupación de individuos unidos por lazos de sangre que convivían en un mismo espacio y cuyo principal interés en común era la supervivencia (Concepto, 2016). Ese fue el motivo inicial para la aparición de la familia como organización social. Los integrantes tenían funciones específicas. Por ejemplo: el hombre, integrante de la pareja primera, era el surtidor de alimentos y utilidades en general; la mujer cuidaba del hogar y de los menores, y racionaba los insumos aportados por el varón; los niños, llegada cierta edad, repetían lo que sus mayores con precocidad.
El concepto de supervivencia era tan estricto que cuando los alimentos escaseaban algunos niños y ancianos eran “sacrificados” por el “bien” del grupo.
La reproducción, paradojalmente, era algo esencial, y más en organizaciones familiares jerárquicas como las tribus, en donde necesitaban líderes capaces de continuar con la función de los principales en ausencia de ellos y mujeres reproductivamente útiles para perpetuar los roles femeninos, y más adelante las organizaciones feudales y monárquicas.
Con el paso del tiempo, los lazos afectivos entre integrantes ganaron lugar, más aún con el advenimiento de la cristiandad. Sin embargo, nunca existió ningún tipo de garantía totalmente blindada en ninguna clase de organización familiar.
Durante la Revolución Industrial, la mujer se sumó a las fuerzas obreras (OK Diario, 2024) como mano de obra barata, y allí inició su proceso de emancipación del hombre. Esta “emancipación” perdura aún, pero las mujeres han mejorado mucho su posicionamiento en bastantes campos laborales. Y en la postmodernidad, el hombre/esposo/padre de familia ha tomado consciencia de que ha de hacerse cargo del hogar y de los hijos a la par que su mujer… y la mujer, a la par que el hombre, hablando en términos de ingresos materiales. Hoy, las familias funcionan así.
Podemos observar que continúan prevaleciendo intereses económicos, ahora repartidos entre hombre y mujer, así como intereses del cuidado del hogar y educación de los hijos.
La radical modificación de los modelos familiares actuales sería insostenible si no existieran los buenos valores: el amor, la lealtad, la fidelidad, el respeto, la consciencia de la búsqueda del bien común y otros. Es bajo estos paradigmas en donde un niño adquiere su personalidad, que es su carga genética y sus modelos referenciales identificatorios (La personalidad, Allport Gordon, 1973). Es por ello crucial que continuemos considerando a la familia como la base de toda sociedad, ámbito en donde nos desarrollamos para ser como somos y quienes somos en pos de toda la armonía posible. Pero hay “nuevos paradigmas” que se presentan bajo disfraces muy engañosos y que desvían y degeneran lo que de por sí es bueno y natural.
Pero eso lo dejamos para otra ocasión dada su complejidad.
*Psicóloga
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