En el artículo anterior sobre la familia se remarcó que es el ámbito en el cual desarrollamos nuestra personalidad (Allport, Gordon, Barcelona, 1973), o sea, a nosotros mismos tal como somos. De aquí se desprende que, en efecto, es la base de toda sociedad: “La familia es base de la sociedad y el lugar donde las personas aprenden por vez primera los valores que las guían durante toda la vida” (San Juan Pablo II).
Esta idea resume el principio de que valores puede haber buenos o malos y sean como sean los integrantes de una familia los recibirán a modo de herencia. En este sentido, los más sensibles son los hijos, la prole, la generación que sigue a la de quien fundó ese núcleo. Por ello, en un núcleo familiar los lugares que cada uno ocupe serán de gran importancia.
Sabemos que hay historias y tradiciones familiares que tendemos a repetir, incluso hasta niveles nada convenientes cuando, por ejemplo, banalizamos conductas dañinas porque “así era el abuelo”, o el tío o quien fuere. Esto implica un no hacerse cargo, un poner la responsabilidad en otro como si quien repite los malos ejemplos no tuviera nada que ver, haciendo alarde de una inocencia tan pura como falsa. ¿A qué nos referimos? Puntualmente a aquellos casos en que hay un lavado de manos, una justificación de lo nocivo porque alguien lo hizo antes. El actual repetidor de conductas erradas no ve su oportunidad de cambiar para sanar y mejorar al núcleo todo, sino que se identifica con aquel personaje que hizo daño.
Las personas no somos personajes, sino, precisamente, personas. Sin embargo, a veces nos disfrazamos, nos colocamos las ropas y máscaras que nos son dadas en herencia para crearnos un alter ego que damos por sentado que nos permitirá ser y hacer de un modo más cómodo. Y funciona, hasta que emergen las consecuencias negativas y hasta terribles para toda la familia. Un “personaje” que aceptó esa especie de herencia maligna es capaz de dividir y destruir a todo el núcleo familiar.
Mas si, por el contrario, estamos ante una familia íntegra, sucederá todo lo contrario; así como una manzana podrida afecta al cajón entero, el buen fruto es ejemplificador y fuente de buenas enseñanzas y aprendizajes.
¿Por qué somos según nuestros referentes familiares identificatorios? Justamente porque ellos son eso. Todas las especies animales traen en su impronta genética la capacidad de imitar; es su mejor equipamiento para la supervivencia. A la estirpe humana le ocurre lo mismo, estirpe en cuanto tiene asumida su animalidad en su humanidad (Tomás de Aquino, Suma de Teología, Secunda Secundae y otros). Pero los humanos estamos capacitados para la modificación de conductas heredadas e incluso genéticamente impresas o grabadas. Es por ello por lo que personas muy castigadas en sus núcleos familiares son capaces de renunciar al mal y al error para desenvolverse en la vida de manera mucho mejor y hasta excelente. Las cicatrices quedan, pero las heridas cierran.
Los padres son referentes para hijos e hijas. A los varones los habilitan a perpetuar el rol masculino natural diferenciándose de las mujeres, y a las hijas a diferenciarse de los varones. Pero, además y no de menos importancia, aprender qué nivel de amor y cuáles fortalezas esperar de otras figuras masculinas, en especial de aquel con quien un día fundarán su propia familia.
El rol de las madres es similar al del padre en cuanto a la habilitación para distinguir lo masculino de lo femenino; también para saber elegir sanamente a otros masculinos, y más aún para desarrollar todo lo que hace al cuidado del hogar y de la familia, además del cuidado de sí misma.
Muy importantes son los abuelos, tíos, hermanos –en especial los mayores– y otros muchos participantes de las dinámicas familiares, pero si algo hemos de añadir es que en una familia sana y sanada de malas cosas, lo que hubo en sus remotos orígenes se repetirá constructivamente, con muchos altos y bajos, a lo largo de toda la saga familiar, empequeñeciendo en su máxima expresión a todo lo destructivo que quizás un día existió. Es por ello muy importante conocer de dónde venimos, ya sea para establecer una continuidad de las sanas fortalezas o para ejecutar un corte y un recomienzo respecto de lo más negativo que hubo. Nunca es tarde para descubrirnos y aprender sobre nosotros mismos. Es la única manera de saber hacia dónde queremos ahora dirigir nuestros pasos.
*Psicóloga
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