Europa, en el transcurso del último cuarto del siglo XX, se ha convertido en un escenario idóneo para rastrear los ejes principales de transformación del control social de la violencia, en un mundo marcado por el desarrollo intensivo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, así como por una extraordinaria expansión de una nueva modalidad de capitalismo global.
Como es sabido, esta etapa decisiva del proceso de integración europea coincide con el desplome del sistema comunista en los países de la Unión Soviética y de la Europa oriental, así como con la consiguiente caída del Muro de Berlín. De esta forma, uno de los elementos cruciales para la constitución de la UE, la implantación de la libre circulación de personas y mercancías entre los Estados miembros, habrá de verse sustancialmente alterado por el impacto provocado por la sorpresiva eliminación del Telón de Acero que, durante décadas, había separado a los países europeos.
A su vez, el desmembramiento de las repúblicas que integraban la Unión Soviética, juntamente con la transición precipitada del comunismo al capitalismo, facilitaron la práctica desaparición de los mecanismos públicos de control de la economía y, por consiguiente, se facilitó también la aparición de una economía criminal, basada en la depredación masiva e impune de los recursos energéticos, las industrias rentables, los bienes del Estado e incluso el armamento convencional, químico y nuclear, por parte de redes flexibles de crimen organizado establecidas mediante acuerdos de colaboración entre las antiguas y las nuevas mafias rusas y la Mafia siciliana y los Cárteles de Colombia principalmente.
Esta eclosión del crimen organizado en los países de la ex Unión Soviética, a partir del final de la década de los ochenta, no puede considerarse, bajo ningún concepto, como un fenómeno localizado. Por el contrario, forma parte indisociable e incluso principal de un proceso, de alcance mundial, por el que las tradicionales mafias locales, sin perder sus raíces, aprovechan las facilidades aportadas por la globalización económica y de las comunicaciones para establecer una extensa y eficaz red de acuerdos de colaboración entre todas ellas, que les permitirá dar un salto exponencial tanto en lo que se refiere al ámbito y al volumen de sus actividades criminales como, especialmente, al rendimiento que de ellas venían obteniendo.
A principios de los noventa, por tanto, puede hablarse ya con propiedad de la existencia de lo que Castells (2001) denominaría Crimen Organizado Global. Esta novedosa configuración en red permite a las mafias tradicionales, más que una simple adaptación, convertirse en uno de los actores destacados en el proceso de creación del nuevo orden mundial. Fruto de esta visión estratégica, los principales mercados criminales mundiales –particularmente los de drogas, armas y seres humanos– experimentan un crecimiento desconocido hasta entonces. De tal forma que, a mediados de los años noventa, las estimaciones más prudentes situaban el total de los ingresos generados por el conjunto de los mercados criminales gestionados por el Crimen Organizado Global –lo que vendría a ser el producto criminal bruto– en una cantidad no inferior a los 800.000 millones de dólares anuales, es decir, el equivalente al 15 por 100 del total del comercio mundial (Maillard, pp. 48).
Nada parece indicar, pues, que nos hallemos simplemente ante un efecto indeseado, colateral, del comúnmente conocido como proceso de globalización. Sin embargo, no deberíamos menospreciar nuestra enraizada tendencia a contemplar los fenómenos criminales desde esta perspectiva. Efectivamente, considerar el Crimen Organizado Global como una excrecencia del progreso supone, inevitablemente, reducir el fenómeno a uno más de aquellos males que, aunque producidos socialmente, deberían ser extirpados sin mayores contemplaciones. Pero, ¿cómo practicar una cirugía limpia que permita acabar con un mal tan extendido sin, a su vez, dañar irreparablemente el cuerpo en el cual se ha desarrollado?
Parece evidente que, desde esta peculiar visión, un tanto simplista y maniquea, resulta harto difícil apreciar las interrelaciones de todo orden que vinculan, de forma inquietante, al Crimen Organizado Global con la formación del mundo contemporáneo; y, por consiguiente, la debilidad del diagnóstico reduce enormemente la eventual eficacia de la terapia propuesta. Otra cosa sería, claro está, si pudiéramos, como propone Maillard, dejar de imaginarnos el crimen como un virus que ataca un cuerpo sano. Entonces, quizá nos fuera posible indagar, con más lucidez que farisaico escándalo, el origen psicosocial del fenómeno de la criminalización de la economía y la política. Porque, en última instancia, el éxito del Crimen Organizado Global no se podría entender fuera del contexto de una sociedad que ha elevado la lógica de la competitividad y de la maximización del beneficio particular al grado de imperativo natural. Los valores que sustentan la nueva mafia suponen, de hecho, la realización del auténtico sueño de los capitalistas: crecimiento económico al servicio del interés particular, sin el lastre de la solidaridad ni el control del Estado. Podría decirse, pues, parafraseando la célebre fórmula de Clausewitz, que la criminalidad organizada viene a ser, en la era de la globalización económica, la continuación del comercio por otros medios.
No es de extrañar, por tanto, que los decimonónicos sistemas estatales de justicia criminal europeos se hayan visto literalmente desbordados, en las dos últimas décadas del siglo pasado, por la audacia con la que las redes del crimen se han aposentado en el nuevo orden global. En lo que constituye, en la realidad de los hechos, un auténtico desafío al viejo Estado-nación, la emergencia del Crimen Organizado Global consigue agrietar, de un solo golpe, dos de sus pilares básicos: la regulación cívica de la economía y el monopolio de la violencia.
Quórum: revista de pensamiento iberoamericano, 2005, n.12, p. 95-109. ISSN 1575-4227
Jaume Curbet Hereu (1952-2011) Criminólogo. Trabajó como asesor de la Dirección General de Seguridad Ciudadana y fue miembro de la Comisión de Coordinación de Policías Locales de Cataluña y de la Comisión Pedagógica de la Escuela de Policía de Cataluña, teniente de alcalde del Ayuntamiento de Girona y profesor en las escuelas de Policía Local de Girona y de Barcelona, entre otros cargos que ejerció a lo largo de su vida. Publicó: La globalización de la inseguridad (2006), Temerarios atemorizados: la obsesión contemporánea por la inseguridad (2007), Conflictos globales, violencias locales (2007), El rey desnudo: la gobernabilidad de la seguridad ciudadana (2009) y Un mundo inseguro (2011).
TE PUEDE INTERESAR: