¡Llora, llora, urutaú, / en las ramas del yatay;
ya no existe el Paraguay,/ donde nací como tú.
Llora, llora, urutaú.*
Poeta argentino Carlos Guido y Spano
Juan Bautista Alberdi fue una de las figuras más relevantes que en defensa del Paraguay, se opuso a la inicua guerra, a la que definió como de la “Triple Infamia”. La feroz contienda armada de la Triple Alianza termina siendo una cruenta guerra de exterminio de la población que mayoritariamente encarnaba la tradición guaranítico misionera. Un sector de las tropas del ejército brasileño impone su punto de vista, de llevar la guerra hasta las últimas consecuencias, cuando ya López estaba totalmente derrotado y Asunción ocupada. Barbarie extrema que constituye un misterio difícil de esclarecer.
En el número anterior, cuando evocábamos a Andresito, en un nuevo aniversario de su nacimiento, uno de los más importantes lugartenientes del General Artigas, nos preguntábamos a qué se debía el odio al legado misionero, del que Andrés Guacurarí acaudillaba en nombre de su padre adoptivo.
En sus inicios la guerra del Paraguay, como toda contienda armada, estuvo perlada de escenas de violencia por parte de ambos bandos, pero podemos dividir esta conflagración en dos etapas, una que concluye con la caída de Asunción y la ocupación por parte del ejército brasileño que se podría considerar como la victoria de los aliados, y otra, como lo entendía el Duque de Caxias -el jefe militar del Imperio de Brasil-, que era dar por concluido el diferendo y negociar las condiciones de paz entre los participantes, que por leoninas que fueran, el Mariscal López y los sobrevivientes de su ejército estaban dispuestos a aceptar.
No obstante, los sensatos argumentos que el militar brasileño elevó oportunamente a D. Pedro II fueron desechados y fue relevado del cargo de jefe militar para introducir en su lugar al llamado Conde D´Eu.
¿Quién era el Conde D´Eu? Casado con la Princesa Isabel, hija del Emperador, se constituía en el futuro consorte del Imperio de Brasil. Nieto del depuesto Rey de Francia, Luis Felipe de Orleans, el llamado “rey burgués”, derrocado por la revolución de 1848. Cargaba con un linaje muy adicto a la intriga política, siendo descendiente directo de aquel Orleans que financió al grupo jacobino de la Revolución Francesa, que se hacía llamar “Felipe Igualdad”, lo que no impidió que Robespierre, uno de sus beneficiarios, en la etapa del “gran terror”, lo condujera a la guillotina.
Caxias un militar sensato
El duque de Caxias tomó la conquista de Asunción como un objetivo estratégico y, cuando lo logró, poco después de la campaña de Dezembrada, trató de poner fin a la guerra, oficializando su retiro del control de las operaciones militares. Pero la conquista de Asunción, no cumplió con los objetivos político-militares establecido en el Tratado de la Triple Alianza. Este fue un momento delicado en las relaciones entre el mando militar brasileño y las directrices políticas del Imperio. Para asegurar el cumplimiento de los objetivos del Tratado, el Conde d’Eu relevó a Caxias del mando de las fuerzas de la Triple Alianza. Paralelamente a estos episodios, los aliados analizaron y comprendieron los hechos, sopesando el Tratado de la Triple Alianza como guía de actuación. En consecuencia, la guerra sólo terminaría con la pública y notoria defenestración del “tirano” Francisco Solano López, por lo que los combates se sucederían uno tras otro hasta lograr ese propósito. En este momento, entra en escena el Conde d’Eu en el mayor acontecimiento bélico que tuvo lugar en América del Sur en el siglo XIX.
El escritor brasileño Julio José Chiavenatto afirma: El duque de Caxias negándose a bailar sobre el enemigo –que él conocía en la lucha y no de lejos como Sarmiento- dio por terminada la guerra en Asunción. Al entrar el ejército imperial en Asunción, la guerra estaba terminada; tácitamente se negó a desempeñar el sádico papel del Conde D´Eu. El comandante del ejército imperial sabía lo que era preciso para la “victoria final” sobre el ejército paraguayo, que deja bien claro en un despacho privado al Emperador Pedro II, el 18 de noviembre de 1867:
“Todos los encuentros, todos los asaltos, todos los combates realizados desde Coimbra a Tuyuti, muestran y prueban de una manera incontestable que los soldados paraguayos se caracterizan por una bravura, por un arrojo, por una intrepidez, y por una valentía que raya a la ferocidad sin ejemplo en la historia del mundo”.
Las palabras de Caxias no eran vanas. Sabía lo que estaba informando al Emperador, anticipando enormes dificultades y procurando evitar que el ejército imperial desempeñase el papel que, finalmente, ejecutó el propio conde D´Eu.
El soldado paraguayo, escribió Caxias, prefiere morir a rendirse; acentuó además que la moral de ese ejército ya derrotado aumenta en la derrota y cuando sus soldados están bajo la mirada de López, se sienten magnetizados, pudiendo hacer lo imposible. “(…) lejos de economizar su vida, parece que buscan con frenético interés la ocasión de sacrificarla heroicamente y de venderla por otra vida o por muchas vidas de sus enemigos”, agrega Caxias. Y es en ese despacho ya citado anteriormente, que Caxias denuncia el empleo del oro para la corrupción y el soborno, como política imperial:
“Vuestra Majestad tenga por bien encomendarme muy especialmente el destino del oro para concurrir al lugar y allanar la campaña del Paraguay, que viene haciéndose demasiadamente larga y cargada de sacrificios y aparentemente imposible por la acción de las armas; pero el oro; Majestad, es una materia inútil contra el fanatismo patrio de los paraguayos desde que están bajo la mirada fascinante y el espíritu magnetizador de López”. La descripción del Duque de Caxias sobre el soldado paraguayo, de cierta forma recuerda lo que Alberdi ya había señalado. Sobre los soldados paraguayos, Caxias, afirmó al Emperador que siendo “simples ciudadanos, mujeres y niños” son una sola y misma cosa, “un solo ser moral e indisoluble”. La guerra, por tanto, para la “victoria final” tendría que ser cruel –como fue- y no agradaba al Duque de Caxias, que informó al Emperador Pedro II:
“¿Cuánto tiempo, cuántos hombres, cuántas vidas y cuantos elementos y recursos necesitaremos para terminar la guerra, es decir, para convertir en humo y polvo a toda la población paraguaya, para matar hasta el feto en el vientre de la mujer?”
El día de la más heroica batalla americana: 20 mil soldados contra 3500 niños paraguayos
Acosta Ñú fue una de las más terribles batallas de la historia militar del mundo. De un lado estaban los brasileños con veinte mil hombres. Del otro, en el medio de un círculo, estaban los paraguayos con tres mil quinientos soldados de nueve a quince años (¡en el que no faltaban niños de seis, siete y ocho años!) Junto a los tres mil quinientos niños paraguayos, combatían quinientos veteranos comandados por el General Bernardino Caballero.
La batalla comenzó por la mañana, en un campo abierto, cubierto de malezas. Bernardino Caballero -el mejor general de Francisco Solano López- con sus quinientos soldados del VI Batallón de Veteranos, reunió a los tres mil quinientos niños y esperó el ataque. Los paraguayos quedaron, como acentuó Tasso Fragoso, en un “círculo de fuego”. Sufrieron el ataque brasileño por los cuatro lados: por el norte, la caballería de Hipólito Ribeiro; por el este, las fuerzas del General Cámara; por el sur, los veteranos del General Resin, y finalmente por el oeste atropellaban las fuerzas comandadas por el Conde D’Eu. Atacados por los cuatro flancos, en una flagrante desproporción de fuerzas de cinco brasileños por cada paraguayo, la resistencia duró todo el día y, aún por la noche, el renombrado Conde D’Eu se tuvo que preocupar con los sobrevivientes heridos.
Acosta Ñú es el símbolo más terrible de la crueldad de esta guerra de los niños de 6 a 8 años, en el calor de la batalla, aterrados, se agarraban de las piernas de los soldados brasileños llorando, pidiendo que no los matasen. Y eran degollados en el acto. Escondidas en las selvas próximas las madres observaban el desarrollo de la lucha. No pocas empuñaron las lanzas Y llegaron a comandar grupos de niños en la resistencia finalmente después de todo un día de lucha los paraguayos fueron derrotados. Por la tarde cuando las madres vinieron recoger a los niños heridos y enterrar a los muertos, el Conde D´Eu mandó incendiar la maleza. En la hoguera se veía niños heridos correr hasta caer víctimas de las llamas. La Resistencia en Acosta Ñú y el sacrificio de sus niños simbolizan perfectamente como la guerra se tornó implacable.
99.50% de los hombres adultos fueron muertos en Paraguay
Esa guerra iría a desmentir al presidente Mitre, de la Argentina. Cuando ella se inició, seguro de la victoria fácil, él habló solemnemente a los argentinos: “En 24 horas en los cuarteles, en quince días en Corrientes, en tres meses en Asunción”. Más realista, no obstante, de un realismo duro Alberdi supo comprender mejor la guerra: ” Una guerra de bosta”. Una guerra en donde las enfermedades y epidemias mataron más que las balas. Una guerra de exterminio total que solo terminó cuando prácticamente no había más paraguayos que matar.
Cuando comenzó la guerra, el Paraguay tenía aproximadamente ochocientos mil habitantes, aunque hay estadísticas informando que la población llegaría a 1 millón trescientos mil habitantes. Al terminar el genocidio sólo existían en el Paraguay, ciento noventa y cuatro mil habitantes. De estos catorce mil eran hombres y ciento ochenta mil mujeres. O sea, la población masculina fue prácticamente exterminada: de los catorce mil hombres que quedaron de la población inicial de ochocientos mil habitantes, por lo menos setenta por ciento eran niños de menos de diez años. Según cálculos bien realistas, por tanto, nueve mil ochocientos habitantes del sexo masculino en el Paraguay -de la población restante de catorce mil hombres- eran niños de menos de diez años. Sobran cuatro mil doscientos mayores de diez años. De esos cuatro mil doscientos mayores de diez años, apenas la mitad debía tener más de veinte años. O sea: quedaron en el Paraguay, mayores de veinte años, dos mil cien hombres!
* Poema “Nenia” del poeta argentino Guido y Spano
En idioma guaraní, / una joven paraguaya
tiernas endechas ensaya, / cantando en el arpa así,
en idioma guaraní:
¡Llora, llora urutaú, / en las ramas del yatay (1) ,
ya no existe el Paraguay / donde nací como tú!
¡llora, llora urutaú!
¡En el dulce Lambaré, / feliz era en mi cabaña;
vino la guerra y su saña, / no ha dejado nada en pie
en el dulce Lambaré!
¡Padre, madre, hermanos! ¡Ay! / Todo en el mundo he perdido;
en mi corazón partido / sólo amargas penas hay.
¡Padre, madre, hermanos! ¡Ay!
De un verde yvyrapytá / mi novio que combatió
como un héroe en el Timbó, / al pie sepultado está
¡de un verde yvyrapytá!
Rasgado el blanco typoi, / tengo en señal de mi duelo,
y en aquel sagrado suelo, / de rodillas siempre estoy,
rasgado en blanco typoi.
Lo mataron los cambá, / no pudiéndolo rendir;
él fue el último en salir, de Curuzú y Humaitá.
¡Lo mataron los cambá!
¡Por qué, cielos, no morí / cuando me estrechó triunfante,
entre sus brazos mi amante /después de Curupayty!
¡Por qué, cielos, no morí!…
¡Llora, llora, urutaú, / en las ramas del yatay;
ya no existe el Paraguay,/ donde nací como tú.
Llora, llora, urutaú.
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