Así se titulaba una de las obras cumbres de la literatura universal, que además marcó un hito en el despertar de las letras rusas en el siglo XIX. En esta obra, su autor, León Tolstoi se consagra como uno de los más grandes maestros de la narrativa.
En el largo relato de apariencia costumbrista, donde se va develando un agudo análisis entre filosófico y teológico sobre la guerra, ese recurrente fenómeno que, desde el Génesis hasta nuestros días, convive con el género humano.
En ese minucioso contraste donde alternan las vanidades mundanas con el campo de batalla, el cual actúa como una dura catarsis reubicando las debilidades humanas.
La primera parte de la obra presenta a los personajes preocupados en las banalidades del diario vivir para ir lentamente reubicándolos en el fragor de la lucha armada, conformando así un bajo relieve donde lo prosaico le cede el espacio a lo heroico.
Ivan Turguenev dice de esta obra “Es la epopeya social, la novela histórica con la más vasta imagen de toda la nación”.
La crítica literaria recibió la novela con frialdad. La vieron como desprovista de crítica social y “demasiado entusiasmo con la idea de la unidad nacional”.
El agudo y controvertido escritor y periodista, Nikolai Lestkov, la define como “la epopeya de la gran guerra nacional… que hasta ahora ha tenido sus historiadores, pero nunca tuvo sus cantantes”.
Dostoyevski otro entusiasta afirma: “La objetividad y el realismo de la obra, imparten un encanto maravilloso a todas las escenas, y junto a personas de talento, honor y deber, expone a numerosos sinvergüenzas, matones y tontos sin valor”. “Un escritor debe tener el conocimiento más profundo, no sólo del lado poético de su arte, sino de la realidad con la que trata”.
Flaubert escribe: “Este es un trabajo de primera clase, ¡qué artista y qué sicólogo!”.
Tomás Mann pensó que era “la novela de guerra más grande de la historia de la literatura” y Hemingway afirmó “no conozco a nadie que pueda escribir sobre la guerra mejor que Tolstoi”.
Llevada al cine inició la era de las grandes superproducciones a color a fines de los 50, dirigida por King Vidor y con la actuación de Henry Fonda, Audrey Hepburn, Mel Ferrer, Anita Ekberg, Vittorio Gassman y un gran elenco, que le valió el Oscar a la mejor película en lengua no inglesa.
Si bien el título de esta monumental narración, en ruso se podría traducir como la guerra y el mundo (en ruso se escriben igual), Tolstoi en la edición en francés la tituló La Guerre et la Paix, en homenaje al filósofo Proudhon, por el cual poseía, a pesar de ser él profundamente cristiano, un gran respeto.
En esta era de decadencia cultural donde supuestos historiadores, aún poseedores de ostentosos títulos académicos, tergiversan los hechos del pasado para hacerlos entrar a fórceps en los prejuicios filosófico-políticos a los que están acoplados, deberíamos meditar cuanto más se aproxima a la verdad y constituye un documento confiable, una visión de la historia novelada, escrita con pasión y honestidad.
El eje principal de toda esta novela es la conmoción provocada por la invasión a Rusia en junio de 1812 de un conglomerado de combatientes europeos.
La Grande Armée bajo la jefatura de Napoleón, estaba formada por 691.500 hombres, el mayor ejército jamás visto en la historia europea hasta ese momento, cruzó el río Niemen y enfiló el camino de Moscú. Napoleón había enviado una oferta final de paz a San Petersburgo poco antes del inicio de las operaciones, de la que nunca recibió contestación. Al llegar a la capital rusa Napoleón entró finalmente en una ciudad fantasma, desalojada de habitantes y vaciada de suministros, donde la soldadezca cometió todo tipo de tropelías con los que no pudieron -o no quisieron- escapar de la ciudad.
Conforme a las reglas clásicas de la guerra relativas a la captura de la capital enemiga, aunque en aquel momento San Petersburgo era la capital real de Rusia. Napoleón esperaba que el mismo Zar Alejandro I le ofreciera la capitulación en la colina Poklónnaya, pero muy lejos de esto, el gobernante ruso y sus comandantes no se rindieron. En lugar de ello, prendieron fuego a Moscú y vaciaron la ciudad entre el 2 y el 6 de septiembre.
Previo a la frustración de la ocupación de una ciudad casi abandonada, Tolstoi bien informado por los actores sobrevivientes, describe detalladamente uno de los principales acontecimientos bélicos que fue la batalla de Borodino, donde los combatientes rusos no vacilan en dar batalla al considerado invencible ejército napoleónico. Allí se calcula que quedaron 70.000 cadáveres. Gestos de heroísmo como éste, muestran que el fallido intento del Emperador francés y su ejército europeo por tomar Rusia no fue sólo la obra del “General Invierno”, sino que en todas las circunstancias hubo una resistencia inesperada.
Viejos tiempos, nuevos tiempos
Apartándonos un tanto de la historia de Tolstoi y viniendo al siglo XX podríamos sacar valiosas conclusiones. Parecería que la historia se complace en demostrar cómo los protagonistas actúan como los personajes de las tragedias griegas. Así como Antígona es consciente de las causas de su sufrimiento y de la suerte que le espera, los hombres no rehúyen de la fatalidad del destino y lo aceptan como si fuera inevitable.
Hay hasta simetrías capciosas que se confabulan para hacer más siniestra la similitud entre la invasión de la Europa napoleónica y la invasión de la Europa de Hitler; ambas penetraron a Rusia el mismo día 22 de junio.
Sin pretender comparar a dos figuras de la historia tan disímiles, debemos reconocer que ambos gobernantes padecían de un belicismo crónico. Ambos habían aprobado tratados de paz con Rusia que rompieron abruptamente.
Napoleón con el zar Alejandro l se había reunido en una sofisticada balsa en medio del río Niemen en Tilsit y habían acordado en secreto ayudarse mutuamente. Alemania nazi y Rusia Soviética habían firmado acuerdos políticos y económicos con fines estratégicos y habían acordado el reparto territorial de la Isla Eurásica.
Pero más allá de estas fatídicas coincidencias, viniendo a nuestros días y manteniendo al místico León Tolstoi como un referente lucido, tenemos que decir que la guerra de la OTAN y Rusia en territorio de Ucrania es una herida abierta de rango universal.
Y no se ve ánimo de poner fin a este flagelo que viene a coronar los casi dos años de pandemia del Covid 19.
El pasado viernes 22 se encendió una lucecita en la oscuridad del túnel, cuando el presidente turco Erdoğan logró formalizar con el Secretario General de ONU Guterres, el acuerdo que venía tramitando desde hacía más de un mes de habilitar los puertos del Mar Negro para la exportación de cereales y materias primas esenciales para la producción de alimentos, bloqueados por la guerra. El documento firmado por separado tanto por Rusia como por Ucrania abre una esperanza de frenar la subasta de inundar a Ukrania de armas cada vez más sofisticadas y comenzar a avanzar en propuestas que promuevan caminos de paz.
Nadie ignora que el mundo se enfrenta a una catástrofe de hambre. La organización de ayuda alimentaria de las Naciones Unidas afirma que al menos 47 millones de personas en 81 países podrían verse al borde de la hambruna, debido, a el Covid-19 y a su coronación con un conflicto bélico que se vino armando desde el 2014 que provoca el aumento incesante de los precios de los alimentos y el combustible.
Erdoğan como gobernante y miembro de la OTAN, no debería ser un navegante solitario y su tenaz afán de mediación pacífica no podría resultar un gesto aislado en medio del ruido de un mundo manipulado por los macabros tambores de guerra, propiciado por los grandes medios, es decir por los grandes intereses.
La actitud del líder turco debe valorarse como la actitud de un auténtico dirigente, que supo en su vida superar las más difíciles hostilidades, que pretendieron cerrarle su destacada carrera política, como por ejemplo cuando se lo condenó a diez meses de cárcel y casación de su derechos electorales, cuando siendo alcalde de Estambul recito un inofensivo poema, difundido hasta en los textos escolares de toda Turquía, que apelaba a lo trascendente .
Superada la persecución inicial y luego de obtener una votación de casi el 50% de los sufragios que lo llevó a la jefatura del estado turco, a los dos años, se lo pretende derrocar con un violento golpe de estado que con gran valentía supo neutralizar.
Volviendo al título, nuevamente evocamos las fantasías de delirantes aventuras militares como aquella del Emperador de Francia -en realidad en ese momento Napoleón lo era de Europa, menos Inglaterra- conformando una fuerza multinacional La Grande Armée (la mayor concentración militar hasta ese entonces) para darle un escarmiento a Rusia. Y avanzando en el tiempo, sus émulos germánicos de la “Operación Babarroja”.
Finalizando estas disquisiciones históricas, es oportuno traer la opinión de dos relevantes figuras, que, en estos días, con sobrada autoridad levantaron su voz. Uno de ellos una relevante figura de la socialdemocracia alemana, Klaus Dohnanyi (ex alcalde de Hamburgo), que a pesar de sus 94 años, goza de una abrumadora lucidez, y afirmó sin vacilar: “El origen de los problemas entre Rusia y Ucrania, es la obsesiva expansión de la OTAN hacia el este”.
El otro, relativamente joven, es Josef Braml, un politólogo reconocido que acaba de publicar un libro “La ilusión transatlántica”, que cuestiona el rearme. El parlamento alemán aceptó el “Fondo especial para la Bundeswehr, que se eleva a 100 mil millones de euros, para crear “el mayor ejército convencional del sistema europeo de la OTAN”, anunciado con bombos y platillos por el canciller Olaf Scholz.
“La Unión Europea tiene que ser un ‘jugador global’ y no un juguete de otras potencias…”.
“Quien crea en que Estados Unidos representa nuestros intereses (de Europa) sufre la ilusión transatlántica”, concluye el escritor alemán en su aplaudida última publicación.
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