Tengo la certeza de que Lacalle va a ganar. El modelo frenteamplista no resiste más. No es viable, y sobre todo, no es creíble. Al menos, eso es lo que parece pensar la mayoría.
Una vez iniciado el nuevo gobierno, cabe la posibilidad de que se descubra algún hecho de corrupción y de que algún exjerarca vaya preso. Sería positivo siempre que se actuara con estricta justicia y apego a la ley, sin animosidad de ningún tipo y con la mayor objetividad posible.
Si esto pasara, no significaría, naturalmente, que “todos los frentistas son unos delincuentes”. Algunos jerarcas honestos seguramente hubo, y muchos, muchísimos votantes honrados y bienintencionados, seguramente hay. Y habrá, porque en todos los partidos, hay de todo.
El principal problema es que no somos capaces dejar las ideologías de lado, y ponernos de acuerdo para tomar las decisiones que hay que tomar con objetividad y sensatez.
Por tanto, creo que una vez que se acallen las pasiones que despierta la contienda electoral, deberíamos esforzarnos todos, y sobre todo los ganadores, por tender la mano, por restañar heridas, por evitar insultos y agravios, por rechazar todo sentimientos de venganza, odio o animadversión por motivos estrictamente políticos.
Si pensamos que nuestra propuesta es la mejor y que el país estará en mejores manos con los gobernantes que hemos elegido, podemos ayudarlos dando ejemplo de caballerosidad, de hombría de bien, de respeto por quien acaba de sufrir una derrota. Aunque nos hayan patoteado, ninguneado o destratado por pensar distinto durante 15 años, si decimos que somos mejores, tenemos que demostrarlo. Y pasar por encima de toda animadversión.
Tenemos por delante un desafío enorme: nada más ni nada menos que reconstruir un país en ruinas. Todos necesitamos de todos, y no tenemos derecho a seguir alimentando divisiones en estas circunstancias. Sería un crimen ganar las elecciones, y no poder terminar con el odio y el resentimiento entre orientales que se viene arrastrando desde hace más de medio siglo. Si no logramos eso, habremos perdido. Porque el principal problema del país, no es la economía, ni la seguridad, ni la salud, ni la educación… El principal problema es que no somos capaces dejar las ideologías de lado, y ponernos de acuerdo para tomar las decisiones que hay que tomar con objetividad y sensatez. Con la mirada puesta en la gente. En toda la gente: en los de abajo, en los del medio y en los de arriba.
Claro que en lo personal, voy a seguir peleando a cara de perro por la familia clásica, por la defensa de la vida, por los auténticos derechos humanos –esos, que lejos de ser “adquiridos”, son inherentes a la personalidad humana-. Por supuesto que seguiré batallando sin tregua por las ideas que entiendo son correctas. Pero lo haré procurando no odiar jamás a ninguna persona, por más descabelladas y erróneas que puedan ser sus ideas. O sus ideologías.
Es que si no cerramos nosotros esta fractura… ¿quién lo va a hacer? Somos nosotros, los que no fuimos adoctrinados en la lucha de clases, los que estamos en mejor posición para unir a los orientales. Somos nosotros, los que creemos en la existencia de un padre común que algún día nos juzgará por la forma en que tratamos a nuestros hermanos, los que tenemos la obligación de limar asperezas allí donde las haya. Somos nosotros, los que queremos dejarle a nuestros hijos una patria mejor y más fraterna, los que tenemos que esforzarnos por dar la mano, por sonreír, por evitar hacer leña del árbol caído y… hasta por hacer favores a quienes no piensan como nosotros. ¿Por qué nos cuesta tanto empezar a cerrar esa horrible y vergonzosa brecha que hoy divide a los orientales? ¿Acaso somos más incivilizados que los tutsis y los hutus, que lograron reconciliarse y vivir en paz tras el genocidio de Ruanda?
“¡Pero es que la culpa la tienen ellos!” dirán con más o menos motivos de uno y otro lado. Es cierto. Tienen razón. Pero alguien debe dar el primer paso.
“¡Pero es que la culpa la tienen ellos!” dirán con más o menos motivos de uno y otro lado. Es cierto. Tienen razón. Pero alguien debe dar el primer paso, y ese paso lo debemos dar nosotros. Lo debo dar yo. ¿Por qué? Porque voté al que ganó, y a diferencia de lo que algunos creen, dar muestras de humildad cuando estamos “arriba”, no nos hace más débiles: nos hace más fuertes, por la sencilla razón de que nos hace más humanos. Más hermanos. Y más orientales. Es la hora de la responsabilidad. Es la hora de la unidad. Es la hora de crear una Patria digna del Prócer que nos la legó. Y esa Patria, o la hacemos entre todos, o no lo haremos nunca.
¡Que viva la Patria y que vivan los orientales! Carajo.