La noción de que toda convicción profundamente extendida es en realidad una religión sublimada no es nueva. Abraham Kuyper, teólogo y primer ministro de los Países Bajos a principios del siglo XX –cuando su país daba los primeros pasos hacia la secularización–, sostenía que todas las ideologías fuertemente arraigadas están efectivamente basadas en la fe, y que ningún ser humano podría sobrevivir mucho tiempo sin alguna lealtad suprema. Si esa lealtad no proviene de la religión tradicional, se expresaría a través de compromisos seculares, como el nacionalismo, el socialismo o el liberalismo. El teórico político Samuel Goldman llama a esto “la ley de la conservación de la religión”: en cualquier sociedad, hay una oferta relativamente constante y finita de convicciones religiosas. Lo que varía es cómo y dónde se expresa.
Al dejar de estar explícitamente arraigada en el predominio blanco y protestante, la comprensión del credo estadounidense se ha vuelto más rica y diversa, pero también más díscola. A medida que el credo se fragmenta, cada parte trata de ejercer reivindicaciones exclusivas sobre la otra. Los conservadores creen que son fieles a la idea americana y que los liberales la traicionan, pero los liberales creen, con la misma certeza, que son fieles a la idea americana y que los conservadores la traicionan. Sin el interés común producido por un enemigo externo compartido, como el que tuvo Estados Unidos durante la Guerra Fría y brevemente después de los atentados del 11 de septiembre, la antipatía mutua crece, y cada lado se vuelve menos inteligible para el otro. Con demasiada frecuencia, las divisiones más amargas son las que se producen en el seno de las familias.
No es de extrañar que las ideologías americanas de reciente aparición, en su intento de llenar el vacío dejado por la religión, sean tan divisivas. Están pensadas para dividir. En la izquierda, los “iluminados” toman nociones religiosas como el pecado original, la expiación, el ritual y la excomunión y las reutilizan con fines seculares. Los partidarios del nuevo “iluminismo” se ven a sí mismos como un desafío a la narrativa dominante de hace mucho tiempo, que enfatiza el excepcionalismo de la fundación de la nación. Mientras que la religión considera que la tierra prometida está arriba, en el reino de Dios, la izquierda utópica la ve delante, en la realización de una sociedad justa aquí en la Tierra.
Shadi Ahmad, en “America without God” (Estados Unidos sin Dios), Atlantic Monthly
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