En su libro más conocido, Ortega y Gasset dice que los problemas que se dejan irresolutos se toman su venganza. Esta máxima es aplicable a lo que le ha pasado a Gabriel Boric, presidente de Chile, que a los seis meses de asumir recibe un tremendo revolcón que le obliga a una inmediata y necesaria marcha atrás.
Sobre las noticias que dieron los medios y la prensa del fracaso de la propuesta constituyente de Boric, vamos a formular unos breves comentarios.
En ancas del tumultuoso y violento reclamo popular de octubre del año 2019 y con el proyecto de reforma constitucional extravagante y experimental en la mano (elaborado en 10 meses por una flechada y sectaria Convención), pero sin preparar el camino ni cultivar su fertilidad en el sentir popular, en vez de salir a informar, a convencer y a persuadir, la irreflexiva juventud del nuevo Presidente lo llevó a someter a plebiscito un proyecto que ha sido calificado como una carta magna que en lugar de una Republica pretende regir a un país con varias nacionalidades. De tal modo que sin preparar el terreno ni resolver los problemas que los cambios preanunciaban, se lanzó de lleno a la consulta popular.
El rechazo resultó categórico en todos lados, pues el novato Presidente parece no haber advertido que su apoyo popular fue y es débil, que en la elección le ganó por muy pequeño margen al candidato de la derecha, el empresario Juan Antonio Klast, y que con la obligación de votar que se impuso por vez primera en esta consulta, la afluencia a las urnas sería mayor que nunca, con la consecuencia de que el voto negativo llegó al 62,2% en su total, imponiéndose en todos los circuitos electorales.
En las zonas mapuches, donde se esperaba un mayor apoyo, el NO a la reforma superó el 70%.
La consigna era sustituir los resabios de la constitución pinochetista, que se decía que aún quedaban, a pesar de las sucesivas reformas que se fueron imponiendo. Pero ni Gabriel Boric es un líder vigoroso capaz de encolumnar vastas corrientes de opinión ni el modelo de Constitución propuesto tiene el atractivo, los cambios o las mejoras que requiere o está esperando el pueblo chileno.
Comenzando porque críticos de filiación socialista e innegable seriedad señalan que el proyecto contiene disposiciones de dudosa condición democrática al permitir reformar el sistema electoral entero por el voto de una simple mayoría parlamentaria, con el peligro de la perpetuación en el poder de una mayoría relativa. De no menor importancia, se objeta el proyecto de desmembrar el Poder Judicial de la Nación, que dejaría de ser único para todos los habitantes, parcializando su competencia entre sectores por pertenecer a distintas etnias, lo que supone la coexistencia de más de un ordenamiento jurídico.
Ese ensayo, que se ha calificado de extravagante y experimental, ya está sepultado por una mayoría abrumadora, que se ha llevado también gran parte del apoyo de su presidente.
La marcha atrás presidencial, urgida por moderar su izquierdismo, ha determinado el cambio de los ministros de Interior, Salud, Ciencia, Familia, y Compromiso y Desarrollo Social. Esta se realiza entre las críticas que recibe el presidente de que él debería dedicarse a resolver los problemas de la gente, que son el empleo, la seguridad, la inflación, la salud y la vivienda, en vez de tratar de intentar ganar plebiscitos.
Los portavoces del “SI apruebo”, reconocieron de inmediato la derrota en medio de una manifestación violenta que debió reprimirse que, con el pretexto de reclamar mayores recursos económicos para la educación, vociferaba contra el rechazo del proyecto constitucional.
Mientras tanto, en el sur del país los mapuches se quejan porque sufren violencia, por la inseguridad y la falta de la tierra que reclaman, en el norte el incesante ingreso de inmigrantes, que indocumentados viven en las calles, ha generado la aparición de mafias de traficantes de personas.
Pero también el duro y contundente rechazo, le está diciendo a los noveles dirigentes políticos que las puebladas, los desmanes, las revueltas callejeras que vociferan quemando autos y enfrentando a la policía son expresiones de un reclamo popular limitado a esos agitadores. Pero, aunque hubiere, como dicen 500 mil personas convocadas en la fiesta del “Apruebo” y solamente medio millar en el acto de cierre del “Rechazo”, siempre deciden las silenciosas y reflexivas multitudes, que no manifiestan y permanecen en sus casas.
Porque allí en la calle no está la mayoría del pueblo trabajador, que día a día hace su tarea y gana su pan con sacrificio, con la seguridad que le puede brindar el Estado, pero sin violencia y con afán de progresar, harta de los cantos de sirena y de los mesianismos que terminan como el desastre de una Cuba sumida en la pobreza.
Los pueblos no quieren revoluciones utópicas, sino progreso y crecimiento en el orden, pues, como decía nuestro recordado maestro Eduardo J. Couture, “la paz es el sustitutivo bondadoso de la justicia”.
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