En carta publicada por La Mañana en su edición del 16 de marzo de este año, titulada “Pasquet y la banalización del pentotal”, ya me referí al proyecto de ley de eutanasia, que fue aprobado la semana pasada por la Cámara de Diputados.
Mientras algunos encuadran la discusión en torno a valores y principios, yo debo admitir que me cuesta trascender la consideración de los intereses económicos que, imposibles de camuflar, han logrado imponer con éxito esta agenda en el mundo occidental y ahora también en Uruguay.
En primer lugar, la ley exonera de responsabilidad a los médicos e integrantes de sus equipos que asistan a aquellos que soliciten morir de acuerdo al novel marco normativo. Los economistas argumentarían que con esta reducción del riesgo por parte de quienes en definitiva serán responsables de la acción, se estaría aumentando el “riesgo moral”, lo que lejos de fomentar la responsabilidad de los actuantes, puede fomentar un aumento de los procedimientos. Al menos esto es lo que predicen las teorías de esos liberal-republicanos que elevaron al homo economicus al pedestal de los dioses.
En segundo lugar, esta ley logra consagrar en nuestro marco legal el sueño dorado de las compañías de seguros: acortar la vida de aquellas personas con costosas enfermedades crónicas. Y una menor esperanza de vida para los “clientes” más costosos se traduce inmediatamente en un aumento en el valor presente de dichas empresas.
Corresponde felicitar a George Soros, cuyo esfuerzo de casi 30 años financiando el Proyecto para la Muerte en Estados Unidos (Project for Death in America) ha logrado con creces su objetivo de “transformar la cultura y la experiencia de morir”. Es la segunda victoria del magnate húngaro en nuestro país, la primera la pagamos con una juventud crecientemente adicta a las drogas. Llamativo que los que intentan convencernos de esta agenda de la muerte sean los mismos que promueven con excitación una agenda educativa cada vez más difícil de llevar adelante, con una juventud intoxicada con perversiones que aterrizan desde el norte.
Sigfrido Vaz
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