En este tiempo que llaman posmodernidad, hay diversas formas de destruir la organización social asentada sobre valores imprescindibles para alcanzar una sociedad estable, equilibrada y con oportunidades de ascenso social y calidad de vida.
Sedición no es únicamente atacarla con violencia armada para destruirla, como ha sucedido. Es también hacer inoperante al Estado, abúlico, abusador y corrupto. Auspiciar formas antinaturales de relacionarse, conspirar contra la natalidad, truncar la formación educativa, la equidad de oportunidades, tolerar la degradación por vicios, hacer de la organización de Justicia una parodia irreverente para descreer que es justa, inflar el gasto público en actividades fútiles, innecesarias, inoperantes y no urgentes. Abusar del empleo público como alternativa para frustrar el crecimiento de la actividad económica privada, atacar valores esenciales que la sociedad cultivó, destruir la integración y el crecimiento familiar, la armonía y la solidaridad espontánea. Permitir que corporaciones ideológicas o consorcios económicos internacionales manejen el accionar del gobierno electo para direccionarlo y alcanzar el poder.
Acciones que se quieren presentar como libertad ampliada, otra forma de democracia, abusan del derecho constitucional. Son acciones subversivas para destruir la confianza en las instituciones y preparar una alternativa totalitaria del poder que ordene el desastre que la sedición desarticuló adrede. La distorsión de su economía, pauperizándola. La frustración en la mejora económica por la alternancia, atacan la democracia como forma de gobierno eficaz, haciéndola víctima propiciatoria de las corporaciones que abusan de ella. Cultivan una población pobre irredenta en la que calen las promesas de quitarles a los demás para darles lo que la sedición impide que se ganen. Aplican acciones que produjeron hambrunas y holocaustos, buscan culpables ajenos a su responsabilidad por la desesperación autoconstruida, impidiendo soluciones naturales: trabajo, formación y oportunidad en una economía en desarrollo.
El enfrentamiento pasa a ser entre quien promete dar más sin argumento y quien ofrece un rumbo a un crecimiento colectivo, ordenado de los recursos, respetando el ahorro, dando oportunidades de inversión y promoviendo el trabajo. Se pasa a la lógica subversiva: vivir mejor se puede si cambian a los que defienden los valores tradicionales por otros. La democracia se convierte en un combate de ofertas imposibles de cumplir. Crear más empleo público que destruirá al sector productivo. Más cargos políticos, más dependencia de la dádiva. Inventan la guerra al enemigo: el que tiene, el que invierte, el independiente que trabaja. Destruyen el esfuerzo, la prosperidad, el ahorro, el futuro digno, el estudio como alternativa de salida. Promueven que las necesidades artificialmente creadas por destrucción del aparato productivo pueden satisfacerse por decisión política. El desgaste de la oposición frustra los cambios que la gente necesita, sustituyendo estadistas por prometedores de imposibles.
Desde el poder asumen cada vez más espacio del sector privado, aumentan el gasto público que financian con más impuestos, endeudamiento e inflación. Cuando se produce el descalabro económico y social, buscan causas afuera para justificar su abuso y quitan espacio a la crítica y destruyen la oposición. La corrupción se generaliza en la obra pública, todo depende de un “compañero”, de alguien que tenga un pedazo de poder, un burócrata infiltrado por quien manda. Así construye la sedición su público objetivo dependiente y entregado al que manda. Se exime de responsabilidad política y penal haciéndose impune. Mistifica conceptos naturales de libertad bajo un régimen que se desliza a lo policiaco.
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