Es mucho lo que se ha habla en nuestra sociedad, sobre la ideología o “perspectiva” de género y sobre la denominada “agenda de derechos”. Los promotores de esta ideología y de esta agenda, nos dicen que las personas no son objetos de derechos, sino sujetos de derechos. Los organismos internacionales instan a los organismos públicos nacionales a transversalizar la perspectiva de género -a crear una cosmovisión basada en el género-. Se insiste una y otra vez con la necesidad de respetar los derechos de los más vulnerables, etc.
Quienes impulsan estas ideas, suelen ser abiertamente contrarios al cristianismo. Pero uno no puede dejar de preguntarse, que pasaría si cambiáramos los términos “género” y “derechos”, por la palabra amor; con el significado que a esta palabra le da la doctrina cristiana…
Para que efectivamente se respeten los derechos de todos, ¿no sería mejor promover una perspectiva del amor? Una cultura fundada en el amor de los que viven en familia, y fundada en último término, en el amor de Dios por los hombres. Es lo que ha intentado hacer el cristianismo –con sus luces y sus sombras- durante más de veinte siglos.
¿Cómo vivir la perspectiva del amor?
Vive de acuerdo con la perspectiva del amor, un padre que tras diez o doce horas de trabajo para ganarse el pan, se pinta una sonrisa en el rostro al llegar a su casa, aunque su jornada no haya sido un lecho de rosas.
Vive según la perspectiva del amor, una madre que –con la ayuda de su marido y de sus hijos- realiza con esmero las tareas domésticas para que todos, juntos, puedan disfrutar de un ambiente acogedor y de una rica cena que les permita reparar fuerzas.
Viven juntos la perspectiva del amor, unos padres que renuncian a un merecido descanso al final de la jornada, para jugar y reír con sus hijos, para leerles viejas historias que los llenen de asombro, para integrar los saberes que van adquiriendo en el sistema educativo, para complementar su formación con la dimensión moral y la dimensión trascendente de la vida.
Sobre todo, esta “perspectiva” se vive cuando los corrigen a sus hijos; cuando asumen su responsabilidad de padres y los educan. Cuando les dan un golpecito en la mano para indicarles que es peligroso introducir clavos en los enchufes; o cuando –ya grandes- los encaran con ternura y firmeza, y les muestran que hay cosas que siempre están bien, y cosas que siempre están mal. Que hay cosas que es bueno hacer, y que hay cosas que no deberían hacerse jamás. Hay un inmenso amor en la fortaleza de unos padres que enseñan a sus hijos que en la vida hay ciertos límites que no conviene traspasar, y que los berrinches y malos humores, no conducen a nada.
Cambiar el paradigma
A nuestro juicio, el paradigma de los derechos, del género y de la equidad, hay que cambiarlo por el paradigma del amor, de la familia como base de la sociedad y de la justicia en su acepción original: dar a cada uno lo suyo, lo que le corresponde.
¿Por qué en lugar de considerar a las personas como sujetos de derechos, no las consideramos como sujetos de amor? ¿Por qué en lugar de transversalizar el género, no transversalizamos el amor? ¿Por qué no impulsar una “agenda de amor”? De amor-entrega, de amor-generosidad, de amor-sacrificio. Porque si hay algo evidente hoy en día, es que cuando hay amor verdadero, los derechos se respetan por defecto.
Soy consciente de que más de uno, al leer estas líneas, esbozará una sonrisa indulgente. Sé muy bien que en el mundo de hoy, estas ideas pueden parecer ingenuas, pueriles: las ideas de un pobre iluso. Pero las escribo teniendo en mente aquella carta enviada por el Gral. José Artigas, al Comandante General de las Misiones, Andrés Artigas, el 12 de marzo de 1815: “…Por el conducto del Gobernador de Corrientes pasé a usted hace tres días, las circulares para que mande cada pueblo su diputado indio al Arroyo de la China. Usted dejará a los pueblos en plena libertad para elegirlos a satisfacción, pero cuidando que sean hombres de bien y de alguna capacidad para resolver lo conveniente… Es cuanto tengo que prevenir a usted y exhortarle a que cada día trate con más amor a esos naturales, y les proporcione los medios que están en sus alcances para que trabajen y sean felices”.
Si Artigas exhortaba a Andresito a tratar cada día con más amor a los nativos de esta tierra… ¿por qué nosotros no podemos impulsar la “perspectiva” del amor para la convivencia social?
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