La semana pasada el BCU anunció una convocatoria a investigadores para que “ayuden a comprender qué hay de cierto en la percepción sobre que Uruguay es un país caro”. Si algún publicista hubiera hecho un esfuerzo consciente de sintetizar en una frase todas las cosas que funcionan mal en el Banco Central, quizás no lo hubiera hecho mejor. Una autoridad monetaria en una economía dolarizada no necesita acudir a expertos para que le expliquen que el país está caro, cuando tiene en su patrimonio la experiencia histórica sobre todos los fenómenos cambiarios ocurridos en nuestro país. Basta con graficar la serie de tipo de cambio real compilada por el propio BCU para darse cuenta que el tipo de cambio está absolutamente sobrevaluado. ¿De qué “percepción” se habla? ¿Están contratando sociólogos o economistas? ¿Será que no comprenden por qué la ciudadanía no aprecia las verdades que emanan del oráculo de Diagonal Fabini?
Estas situaciones ocurren a menudo cuando instituciones otrora prestigiosas pierden de vista sus objetivos principales. Es entonces cuando se empiezan a crear nuevos objetivos para intentar suplir las deficiencias en el cumplimiento del objetivo central. En el proceso se debilita la gobernanza y la misión empieza a ser más difusa. En lugar de controlar la inflación y resolver problemas como el del endeudamiento, las prioridades pasan a ser cumplir con los criterios ESG o cualquier otra cosa que los empoderados publicistas consideren aumentan las probabilidades de que sus autoridades obtengan una nueva cocarda en el próximo concurso. La forma por encima de la sustancia. La vanidad avasallando a la humildad.
Es verdad que ya hace mucho tiempo que en Occidente la justicia y la verdad han dejado de ser los fundamentos rectores del Estado. En el mundo del relativismo moral todo es licito, y todos se pueden construir su propia verdad. Hemos llegado incluso al extremo que los seres humanos pueden crearse y definir su propia identidad. Hoy nos sentimos hombres, mañana ranas y pasado arbustos. Todo es posible para esos publicistas que construyen nuestra realidad diaria.
Pero, así como existe una ley de conservación de la masa en el ámbito de la física, también existen leyes similares que rigen la actividad política. “Puedes engañar a todas las personas una parte del tiempo y a algunas personas todo el tiempo, pero no puedes engañar a todas las personas todo el tiempo”, dijo Abraham Lincoln. En pocas palabras, por un tiempo, los publicistas pueden engañar a la ciudadanía, pero tarde o temprano la manipulación juega en contra de aquellos gobernantes que, mal asesorados, recurren una y otra vez a este tipo de artilugios. Esto es lo que le ocurrió a José María Aznar, jefe del gobierno español, luego del ataque terrorista del 11 de marzo de 2004 en el metro de Madrid. Sus asesores en medios eran muy conscientes de que, si el autor era ETA, eso beneficiaría las expectativas electorales del PP en los futuros comicios. Por el contrario, si el atentado había sido perpetrado por el terrorismo islámico, el electorado hubiera penalizado al gobierno de Aznar por haber metido a España en la Guerra de Irak, lo que hubiera beneficiado al PSOE. Lo que ocurrió es que los publicistas convencieron a Aznar de atribuir la responsabilidad a ETA, lo que implicó mentir de forma sistemática desde la cúpula del gobierno, haciendo uso de las más diversas formas de engaño a su disposición. Esta mentira logró mantenerse durante tres días, pero cuando la ciudadanía se percató que había sido engañada, le dio vuelta la cara al PP, que terminaría perdiendo las elecciones en forma estrepitosa.
Una organización que se deja llevar por el relativismo moral exacerbado por los publicistas, pasa a convertirse en un cuerpo sin columna vertebral, uno que si bien logra adaptar su morfología a diferentes situaciones, no logra erguirse para liderar las políticas imprescindibles para resolver los problemas que aquejan a la ciudadanía.
Es verdad que en el mundo animal existen numerosos seres invertebrados. Pero el mundo es gobernado por los seres vertebrados. Y el hombre dejó de ser mono cuando logro erguirse, lo que le permitió mirar más allá de su propio ombligo. Lo que es válido para el reino animal, es válido para las organizaciones que rigen a los humanos. Llegó la hora de concentrarnos en resolver los problemas de los uruguayos y dejarse de juegos publicitarios que lo único que logran es dividirnos y degradar los liderazgos.
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