Como a los estadounidenses no les agrada la realpolitik, el discurso público sobre la política exterior de Estados Unidos suele expresarse en el lenguaje del liberalismo. Esta es la razón por la que los pronunciamientos de las élites políticas están fuertemente aderezadas con optimismo y moralismo. Los académicos estadounidenses son particularmente buenos a la hora de promover el pensamiento liberal en el mercado de las ideas. Sin embargo, a puertas cerradas las élites que elaboran las políticas de seguridad nacional utilizan sobre todo el lenguaje del poder, no el de los principios, y Estados Unidos actúa en el sistema internacional según los dictados de la lógica realista. En esencia, una brecha discernible separa la retórica pública de la conducción real de la política exterior estadounidense. Debería ser obvio para los observadores inteligentes que Estados Unidos habla de una manera y actúa de otra. De hecho, los responsables políticos de otros Estados siempre han señalado esta tendencia en política exterior estadounidense. Ya en 1939, por ejemplo, Edward H. Carr apuntaba que los Estados del continente europeo consideran a los pueblos de habla inglesa como “maestros en el arte de ocultar sus intereses nacionales egoístas bajo la apariencia del bien común”, y añadía que “este tipo de hipocresía es una peculiaridad especial y característica de la mente anglosajona”.
Sin embargo, la brecha entre la retórica y la realidad suele pasar desapercibida en los propios Estados Unidos. Dos factores explican este fenómeno. En primer lugar, las políticas realistas coinciden a veces con los dictados del liberalismo, en cuyo caso no hay conflicto entre la búsqueda del poder y la búsqueda de principios. En estas circunstancias, las políticas realistas pueden justificarse con la retórica liberal sin necesidad de discutir las realidades de poder subyacentes. Por ejemplo, Estados Unidos luchó contra el fascismo en la Segunda Guerra Mundial y contra el comunismo en la Guerra Fría por razones principalmente realistas. Pero ambas luchas eran también consistentes con los principios liberales, por lo que los responsables políticos no tuvieron problemas para venderlos al público como conflictos ideológicos. En segundo lugar, cuando consideraciones de poder obligan a Estados Unidos a actuar de manera inconsistente con sus principios liberales, aparecen los “spin doctors” a contar una historia que concuerde con los ideales liberales. Por ejemplo, a finales del siglo XIX, las élites estadounidenses solían considerar a Alemania como un Estado constitucional progresista digno de emulación. Pero la visión estadounidense de Alemania cambió en la década anterior a la Primera Guerra Mundial, a medida que se fueron deteriorando las relaciones entre los dos Estados. Para cuando Estados Unidos declaró la guerra a Alemania en abril de 1917, los estadounidenses ya veían a Alemania como un país más autocrático y militarizado.
John J. Mearsheimer, en “La tragedia de la gran política de poder” (The Tragedy of Great Power Politics, 2001)
TE PUEDE INTERESAR