En el mundo en que vivimos, suele darse a la capacitación, a la instrucción, y sobre todo a los títulos de grado y de posgrado, una enorme relevancia. Y está bien que así sea. Sin embargo, intelectuales de la talla de María Elvira Roca Barea, han llegado a decir “Analfabetos ha habido siempre, pero nunca habían salido de la universidad”. ¿A qué se refiere esta afirmación?
Pienso que puede haber más de una interpretación: puede que los nuevos profesionales estén repletos de información, pero que carezcan de una sólida formación humana y humanística. También puede ocurrir que muchos estén saliendo de la universidad sabiendo cómo hacer las cosas-, pero sin saber por qué las hacen…
En otras palabras, que las nuevas generaciones de profesionales tengan múltiples conocimientos sobre aspectos prácticos de la realidad no implica necesariamente que tengan la capacidad de vincularlos correctamente en una cosmovisión integral. Y es que la sabiduría no se logra acumulando conocimientos, sino contemplando la realidad como un todo, procurando conocer las cosas por sus causas últimas. En otro tiempo, asegurar esa capacidad, era el fin de la universidad.
Cuando era un joven estudiante de Agronomía, viví la experiencia de ir salvando materias como quien trabaja en una línea de montaje… Sin embargo, tuve el privilegio de pasar, además, largas temporadas en el campo de unos amigos. Ese contacto con la naturaleza y con el trabajo rural me permitió integrar muchos saberes aprendidos de memoria y sumar otros que sin esa experiencia jamás habría adquirido.
El trabajo a campo abierto era duro, pero siempre formativo. Cansaba el cuerpo, pero elevaba el alma. De a caballo o de a pie, con sol o con lluvia, en días de frío intenso o con un calor agobiante, salíamos a trabajar al campo, en las mangas, en los bretes, en las chacras… Al final de la jornada, no había día que no sintiera la satisfacción del deber cumplido.
Después del trabajo, venía el descanso, y con él, la contemplación. La animada rueda de amigos donde entre mate y mate conversábamos sobre el trabajo en la estancia y sobre las cosas importantes de la vida… En verano, desde la galería, acompañados por un coro de grillos, admirábamos el cielo estrellado; y en invierno, nos apiñábamos junto a la estufa a leña, siempre alimentada por grandes trafogueros para calentar el cuerpo antes de ir a descansar…
En contacto con gente campera, aprendí tanto o más que en los libros: de Agronomía y de la vida. Me maravilló la sabiduría de los sencillos. Recuerdo un frío atardecer en que con uno de mis amigos asistimos a una vaca que había sufrido prolapso uterino tras abortar su ternero. En medio del forcejeo para devolver el útero a su lugar, mi amigo me dijo: “¿Te das cuenta, Alvarito, lo que es el milagro de la vida? ¡De aquí se alimenta el ternero mientras va creciendo hasta que nace! ¡Y pensar que hay gente que no cree en Dios!”.
Esta sabiduría de los sencillos es capaz de vincular lo natural con lo sobrenatural, lo material con lo inmaterial, lo visible con lo invisible, de manera más intuitiva que racional. Es una sabiduría que se basa en el sentido común y se alimenta con la experiencia. Es una sabiduría capaz de integrar todas las cosas de manera virtuosa, realista. Por eso contribuye a forjar el carácter y a vivir sin traumas ni complejos de ningún tipo. Esta capacidad de observar la realidad de forma integral, tan propia del hombre de campo, se revela sobre todo en la comprensión de Dios como Creador de todo lo que existe.
Nada menos que Cervantes rinde homenaje en el Quijote a la sabiduría de los sencillos, cuando afirma que “los montes crían letrados y las cabañas de los pastores encierran filósofos”. Esta sabiduría enseña, además, a vivir desprendido de los bienes materiales y de las cosas superfluas. Invita a un desprendimiento que no consiste en no tener, sino en no estar apegado. El desprendimiento de las cosas materiales unido a la disponibilidad para los demás exigen una entrega que, paradójicamente, nos hace más libres.
Quizá sería bueno que universitarios de distintas carreras experimentaran alguna vez en su vida la austera belleza de la vida rural. La sabiduría de los sencillos que viven en ese medio podría ayudarles a comprender que fuera de las aulas y de las ciudades existe un mundo real que los jóvenes profesionales, necesitan comprender en su totalidad.
TE PUEDE INTERESAR: